El aporte de los foros regionales
ANTE la reciente creación en Caracas de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la gran pregunta es si será éste un ente verdaderamente democrático.
No me refiero a la importante cuestión de que todos sus miembros sean iguales entre sí o a que no haya exclusiones como en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Me refiero al hecho trascendente de que todos sus miembros sean democracias representativas y se comprometan a promoverla, defenderla y ejercerla colectivamente como lo hicieron las democracias del hemisferio en la Carta Democrática Interamericana de la Organización de los Estados Americanos (OEA), en 2001. Y que no sea un club exclusivo de los Poderes Ejecutivos, como son las organizaciones intergubernamentales.
Estos requisitos serán funcionales en el caso de que la comunidad tenga que analizar en su seno una crisis institucional que amenace la continuidad del orden democrático en uno de sus miembros.
Así, en sus deliberaciones para evitar la quiebra institucional de algún país miembro podrán incluir la participación de todos los actores relevantes de la crisis, sean éstos opositores o no del gobierno correspondiente, o provengan del Poder Legislativo o del Judicial, de un gobierno local o de un medio de comunicación significativo amenazado en sus derechos por acciones del Poder Ejecutivo.
Sólo así este nuevo organismo será un foro genuinamente democrático, capaz de facilitar el diálogo entre las partes en conflicto y de prevenir la polarización y la ruptura de la institucionalidad democrática en un estado miembro.
Nadie debería objetar esta inclusión, si todos los miembros son democracias reales que valoran principios como la separación y equilibrio de poderes, el respeto a la oposición y las minorías, y la libertad de expresión, entre otros.
El imperativo de la democratización sugiere también que organismos como la OEA, el Banco Interamericano de Desarrollo, la ONU o el Banco Mundial se vigorizarían, por ejemplo, con un mayor involucramiento de representantes del Poder Legislativo en sus deliberaciones y programas de cooperación internacional. Es éste, al fin, el poder que aprueba las leyes, el presupuesto y los préstamos, y el que ratifica e internaliza los acuerdos y los tratados acordados por el Poder Ejecutivo a nivel internacional.
En este mundo cada vez más interdependiente, multipolar y globalizado, las organizaciones internacionales son fundamentales como instrumento de y para la cooperación internacional en casi todos los temas o desafíos que enfrenta la humanidad, incluyendo la promoción y defensa de la democracia. Las democracias, por su naturaleza, no guerrean entre sí, y su vigencia favorece la cooperación, el comercio, la prosperidad, la paz y la seguridad internacional.
La democratización de las organizaciones internacionales fortalecería el rol vital de estas instituciones en la política regional e internacional, y le inyectaría a éstas una muy necesitada dosis de renovada energía, eficacia, relevancia y legitimidad.
© LA NACION
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