El aldeanismo, una marca distintiva
El concepto lo dice todo. “Estrechez intelectual o tosquedad propias de una sociedad cerrada en sí misma”, así define la Real Academia Española la palabra “aldeanismo”. El término, en algún punto, alcanza para encuadrar determinadas conductas o interpretaciones apreciables en la Argentina actual.
Mientras el mundo se debate en torno a las consecuencias geopolíticas, económicas, humanitarias y ambientales de la invasión de la Federación Rusa a Ucrania, por estos lares la elite gobernante persiste en su idea de razonar la política en términos absolutos. En consecuencia, tanto las apelaciones binarias –”populismo o república”, “libertad o comunismo”– como las indisimulables disputas de poder en el interior del gobierno nacional traducen los alcances de una retórica incendiaria, puesta al servicio de la incesante confrontación.
Mientras una nueva fase de la globalización auspicia el surgimiento de empresas unicornio y la implementación del trabajo remoto estatal y privado, el esquema sindical vigente, anacrónico y estructuralmente corrupto, permanece enfocado en un modelo de trabajador que, contrariamente a lo que creen los eternos y enriquecidos líderes gremiales, ya no es el de hace 70 años.
Mientras la situación bélica en Europa oriental pone en crisis los alcances del multilateralismo, limitando así la cooperación internacional y la libre circulación de bienes, servicios y personas, la diplomacia del Estado argentino aplica estrategias y criterios ideológicos propios de la Guerra Fría, obsoletos e inconducentes. A esto se suma la palmaria falta de preparación intelectual del máximo responsable de la Cancillería.
Mientras otras naciones del planeta mantienen una relación lógica y responsable con las organizaciones financieras globales, aquí algunos dirigentes esgrimen argumentos pueriles, típicos de una estudiantina reaccionaria, a la hora de pensar el vínculo de la Argentina con esas entidades crediticias, por caso el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Mientras varios países de América Latina firmaron acuerdos de libre comercio con bloques regionales y naciones de primer orden para ingresar con sus productos a otros continentes, la Argentina no sabe cómo desarrollar sostenidamente su economía en el marco de lo que fijan el sistema capitalista y sus reglas de funcionamiento general.
Mientras el desafiante siglo XXI demanda cambios laborales, previsionales y educativos, la política vernácula está presa de los dogmas y el sectarismo que limitan los debates en cada una de estas áreas. En pocas palabras: por ignorancia o comodidad, hay quienes entienden la evolución –en cualquiera de sus formas– como una amenaza que jaquea los derechos adquiridos.
Mientras la coyuntura socioeconómica pulveriza a la clase media y eleva los ya de por sí escandalosos niveles de pobreza y marginalidad, hay quienes parecen vivir en un microclima palaciego: son los que creen que la realidad es solo eso que sucede en las esferas del poder político en las que se mueven cotidianamente.
Mientras la inflación irrefrenable corroe el poder adquisitivo de la población económicamente activa, aplasta a los trabajadores informales y hunde en la miseria a los sectores más empobrecidos, se continúa apostando al control de precios como medida esencial para hacer frente al problema.
En síntesis, la cruda realidad demuestra que la sociedad, y los gobiernos que de ella emanan, hizo del aldeanismo una marca distintiva. Eso explica, al menos en parte, el complejo presente y el incierto futuro que tenemos como país.
Lic. Comunicación Social (UNLP)