El ajuste según Perón
Cuenta la leyenda peronista que existe un grupo de malos argentinos enemigos del país. Denominados contreras, al principio; gorilas, luego; y liberales, hoy; su crimen principal es la obsesión por los equilibrios económicos y su herramienta mortal es el ajuste; la “motosierra”, para decirlo en términos actuales. El peronismo nunca ajustó, dicen los compañeros, y muchos que la van de críticos les dan la razón. Lástima la realidad, que demuestra de manera implacable que los ajustes peronistas comenzaron en el mismísimo primer gobierno de Perón.
Memoria, verdad y justicia. Corría el año 1946, Argentina ya no era el país más rico del mundo pero era todavía el noveno. Su PBI per cápita era el más alto de América Latina, cuadruplicaba el de Brasil y más que duplicaba el de México, Italia y España. De 1933 a 1945 la economía había crecido al 3,97% anual. ¿Modelo agroexportador? La industria lo había hecho mejor, al 5,7%. Desde inicios de siglo, la inflación había sido del 1,6% anual, las reservas eran más del 15% del PBI, podían pagar cinco años de importaciones sin exportar ni un clavo y llevábamos 15 años de saldos comerciales positivos.
¿Un país para pocos? No parece. Los ingresos de los argentinos estaban entre los más altos del mundo y la legislación laboral era mejor que en casi toda Europa y la mejor del sur del planeta. Los inmigrantes europeos llegaban de a millones: para 1947, el 13% de la población argentina había nacido en países hacia los que emigran nuestros hijos hoy. No fue todo. Terminada la guerra, el peronismo tuvo su primer boom de los commodities: en 1948, los términos de intercambio comercial pasaron los 150 puntos, récord histórico que superó el de 40 años atrás y duró sesenta años más. Y sin embargo, con tantos stocks acumulados y tanto viento de cola, en solo tres años los días más felices peronistas edición original se habían terminado.
En 1949, renunció su ministro de economía, Miranda, y el Consejo Económico Nacional (CEN) presidido por su sucesor, Gómez Morales, elevó un informe a Perón en el que reconocía el despilfarro: “Las existencias de oro y divisas extranjeras han descendido a límites inferiores a los compromisos adquiridos para futuros pagos en el exterior”. Las reservas récord se habían evaporado y se podía caminar tranquilamente por los pasillos del Banco Central porque ya no estaban abarrotados de lingotes de oro. El país registró entonces su primer saldo comercial negativo desde hacía 12 años y el déficit para cubrir importaciones ascendió a u$s377 millones, cifra enorme para la época. La inflación galopaba: del 0,3% anual de 1944 al 31,1% de 1949. De allí que Gómez Morales propusiera “una severa política de restricciones en materia de importaciones”. Pero faltaba poco para las elecciones de 1952, en las que Perón se jugaba la continuidad, y el régimen buscó maneras indoloras de parar la inflación: se sancionó una ley de Precios y Abastecimiento, y otra de Represión a la Especulación; se potenció la Dirección Nacional de Vigilancia de Precios; la Fundación Evita instaló proveedurías y se establecieron tres tipos de cambio: el de combustibles, el de insumos y el real. Fue el primer Plan Llegar.
¿Los compañeros trabajadores? Bien, gracias. Apenas se insinuó la protesta, Perón declaró ilegales las huelgas de portuarios, municipales, textiles, bancarios, petroleros, gráficos, panaderos y azucareros. La huelga de ferroviarios mostraría la explosiva situación que se estaba creando entre el gobierno peronista y los sindicatos peronistas: fue declarada ilegal por Perón, que decretó la movilización militar de los ferroviarios y los subordinó a la ley marcial. “El que no concurra a trabajar será procesado e irá a los cuarteles, se incorporará bajo el régimen militar y será juzgado por el Código de Justicia Militar”, fue la amenaza del General. El episodio vería a Evita y los matones de la burocracia sindical apretando delegados en las estaciones y actuando como rompehuelgas.
En tres días, la huelga fue aplastada y las protestas del movimiento obrero, sosegadas. Y en ese mismo año, a solo cinco del récord histórico de reservas, el General inauguraría otro clásico peronista: el default; el primero desde 1890. Pero no bastó. La crisis continuó, la inflación volvió, y Perón hizo lo que mejor sabía hacer: peronismo. Pasadas las elecciones, en febrero de 1952 lanzó un Plan de Austeridad. Sus ejes fueron: “el aumento de la producción… la austeridad en el consumo, la eliminación del derroche… la reducción de los gastos innecesarios”. El pueblo recibió consejos de su líder: “Postergar lo que no sea imprescindible, renunciando a lo superfluo… Ahorrar, no derrochar. Economizar en las compras, adquirir lo necesario, consumir lo imprescindible. No derrochar alimentos que llenan cajones de basura. No abusar en la compra de vestuario. Vigilar que no le roben. Denunciar al comerciante inescrupuloso. Evitar gastos superfluos, aun a plazos”. Y la perlita final: “Limitar la concurrencia a hipódromos, cabarets y salas de juegos a lo que permitan los medios, después de haber satisfecho las necesidades esenciales”.
El ajuste peronista se completaba con políticas ortodoxas: “Aumento del ahorro para establecer las bases de la nueva y futura expansión económica. Eliminación de controles y restricciones que afecten las inversiones de largo aliento. Aumento de las tasas de interés. Vinculación del aumento de los salarios con el crecimiento productivo. Supresión de los subsidios al consumo”. Había que “reajustar nuestro consumo… aumentar las exportaciones y reducir las importaciones… fijando topes máximos para los aumentos salariales”, ya que era “… menester que se ajuste la economía popular y familiar”. Textual.
Al Plan de Austeridad se agregaron otras políticas de ajuste según Perón: una misión del ministro Cereijo a Estados Unidos en busca de dinero fresco; una nueva ley de inversiones extranjeras; la concesión a la Standard Oil de un área de 50.000 kilómetros cuadrados para su explotación; la exhibición del hermano del presidente estadounidense en el balcón de la Casa Rosada; la toma de un crédito del Eximbank de los EE.UU.; el fin de la centralización obligatoria de la venta de granos, subsidios al sector agrícola y, en las pampas granero del mundo, la primera veda de carne vacuna y el uso interno del pan negro con el objeto de exportar carne y harinas blancas para acumular divisas. Poniendo la motosierra original en marcha, Perón declaró: “Cuando la política de subsidios se convierte en un arbitrio de carácter permanente deriva en un factor de inflación, y hay que suprimirla”. Fue un ajuste puro y duro, ortodoxo y exitoso, que llevó la inflación del 38,7% de 1952 al 4% de 1953.
El ajuste según Perón tuvo excelentes resultados en términos de crecimiento: la economía pasó del -5% de caída del PBI en 1952 al +5,3% de 1953 y al +4,1% de 1954. Para 1955, el país crecía al 7,1% anual. Pero el costo político fue enorme: nacido el 17 de octubre de 1945 de una movilización popular que lo rescató de prisión, Perón cayó diez años después sin que la CGT convocara siquiera a un paro. Significativamente, el jefe el movimiento golpista que lo derrocó, Lonardi, no respondía a la orientación liberal del Ejército sino a la nacionalista, que criticaba a Perón no por sus políticas sociales sino por las implementadas a partir de 1952.
El de 1952-1955 fue solo el primero de los ajustes peronistas. De los días más felices a los más infelices cantando siempre la marchita y combatiendo al capital. Lo seguirían el Rodrigazo (1975), producto de los desajustes macroeconómicos y la inflación reprimida del Plan Gelbard, que en dos años multiplicó por ocho la inflación y por cinco la pobreza; el Duhaldazo (2002), que corrigió los desajustes y atrasos de diez años de Convertibilidad llevando la inflación de -1,05% a +41% con salarios y jubilaciones virtualmente congelados (2,3%). En un año, la pobreza pasó de 38,3% a 57,5%, y la indigencia -los que no tenían ni para comer- se duplicó. Finalmente, también fue peronista el Massazo 2023, que en un año y medio llevó al dólar de $270 a más de $1000, y la inflación, del 70% a más del doble hacia atrás y cuatro veces hacia adelante; destruyendo en el camino todos los equilibrios macroeconómicos, reventando la tarjeta, creando una bomba de tiempo y aumentando en más de cuatro millones el número de pobres.
Fue el último de los ajustes según Perón, y aún no terminó.