El ajedrez global renueva su juego
El triunfo de Donald Trump nos lleva a territorio desconocido. Su campaña se basó en la desinformación, la difamación y en mensajes inconsistentes adaptados a una audiencia que Trump fue transformando en pueblo. Es poco, entonces, lo que sabemos con certeza de este presidente. Y las tradiciones partidarias no son de mucha ayuda.
Trump no es un libertario aislacionista, aunque cree que Estados Unidos está demasiado metido en cosas que no debería. Tampoco es un intervencionista neoconservador, pero no dudará en usar el poder militar del país si lo cree necesario. No dejará de asistir a los foros multilaterales, pero seguramente buscará el diálogo bilateral, personal, porque es ahí donde intentará usar su arte de la negociación.
El problema con Trump es otro. Desde el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos buscó consolidar su hegemonía global mediante tres caminos: la interdependencia comercial, las alianzas militares y la promoción de la democracia y los derechos humanos. Trump no parece estar muy satisfecho con esta estrategia. La interdependencia global genera perdedores y ganadores entre los Estados y dentro de ellos. Los liberales pudieron vivir bien con este juego porque creyeron siempre que el equilibrio podía ir hacia más, no menos, prosperidad. Hoy un nacionalismo nostálgico quiere cambiar esta lógica, reduciendo las pérdidas internas y apostando a juegos de suma cero en los que lo que gana un Estado es lo que pierde el otro. "Primero Estados Unidos", parece indicar esta mentalidad. La misma que busca Vladimir Putin para Rusia, Marine Le Pen para Francia o Theresa May para el Reino Unido. Ellos se miran y coinciden en un sentimiento westfaliano renacido que invoca el Estado, la soberanía y el interés nacional.
¿Pero qué puede resultar? La respuesta reside parcialmente en Donald Trump y parcialmente en el resto de las grandes potencias. Por eso es clave mirar dos cosas: la conformación del gabinete de Trump y las señales que vayan dando Pekín, Moscú, Europa y otras potencias intermedias como la India, Turquía o Irán.
El mejor escenario sería una suerte de concertación entre Estados Unidos, Rusia y China basada en la prudencia, la coexistencia y la cooperación limitada a problemas comunes, como el terrorismo, Medio Oriente o la proliferación nuclear. El peor escenario es un Trump desencadenado que dijo la verdad, que daña no sólo el tejido social y económico de su país sino también la estabilidad del orden mundial, cerrándose al mundo, peleándose con China e irritando a los aliados. Que haya mentido es nuestra mejor apuesta.