El agotamiento de las tierras amenaza el futuro del planeta
La degradación de los suelos podría causar una sexta extinción masiva
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Si los humanos levantaran un instante la mirada que mantienen depositada en permanencia sobre sus teléfonos celulares, encontrarían el tiempo necesario para pensar en el futuro y comprender las amenazas que pesan sobre su existencia.
Cuando Homo sapiens apareció sobre la Tierra, hace dos millones de años, el planeta tenía 4500 millones de años de vida dentro de un sistema más vasto creado hace 13.700 millones de años. Eso significa que el Universo “prescindió del hombre la mayor parte de su tiempo”, como recuerda el filósofo de la ciencia Etienne Klein en su “paradoja de la ancestralidad”. Otra incongruencia mayor de esa situación reside en que la arrogancia del ser humano lo autoriza a comportarse, por lo menos desde la Revolución Industrial, como si en esa historia fuera el propietario, por añadidura incompetente. En poco más de dos siglos de saqueos y dilapidaciones, Homo sapiens destruyó o hipotecó gran parte de las riquezas terrestres que la Naturaleza había necesitado 4500 millones de años para construir. Su dominación sobre el planeta es tan grande que constituye una amenaza de extinción para las especies animales y vegetales: en esta nueva era geológica, que una parte de la comunidad científica denomina antropoceno, el ser humano ocupa la mitad de la superficie terrestre para alimentarse, alojarse y extraer materias primas. En términos económicos, eso significa que el hombre se apropia del 40% de la productividad primaria del planeta –es decir, todo lo que producen los animales y las plantas– y controla 75% de los recursos de agua dulce, según el investigador británico Chris D. Thomas, de la Universidad de York y autor de Herederos de la Tierra.
La cinco extinciones de masa precedentes –incluida la que erradicó a los dinosaurios– fueron provocadas por cataclismos naturales. Esta vez, sin embargo, el agente destructor habita en la Tierra, controla todos los recursos del planeta y cada uno de sus gestos es tan violento y devastador que modifica el hábitat natural hasta el punto de emponzoñar el futuro de la humanidad y poner en peligro su supervivencia.
Ahora la amenaza existencial está debajo de sus pies: por la acción individual o combinada a fenómenos meteorológicos extremos, desertificaciones, deforestaciones y diversas formas de erosión, sequías, salinización, contaminación, expansión urbana y malas prácticas agrícolas, casi la mitad de las tierras cultivables están agotadas o al borde de la extinción.
“Eso significa, en concreto, que han perdido fertilidad y en un plazo de 30 años dejarán de ser productivas, lo que tendrá un impacto negativo tremendo para más de 3500 millones de personas”, que en ese momento representarán casi 40% de la población mundial. Al ritmo actual de deterioro de los suelos, advierte el profesor Robert Scholes, de la Universidad Witwatersrand de Sudáfrica, “solo 10% de la superficie terrestre será útil en 2050”.
Esa situación configura un cuadro de peligro extremo porque 95% de nuestra alimentación es, directa o indirectamente, tributaria de los suelos, según el agrónomo Christophe Gatineau.
Tres componentes esenciales –agresión combinada de factores naturales, explotación intensiva y uso de productos químicos que mineralizan la materia orgánica– crearon las condiciones de la agonía biológica de la tierra por inanición y asfixia: privada de alimentos, desaparece la biomasa de la fauna y la flora subterránea que asegura su renovación. Un solo gusano regenera entre 300 y 600 toneladas de tierra por año, y los túneles que perfora facilitan la evacuación pluvial y reducen los riesgos de inundación. Pero esos auxiliares esenciales de la biodiversidad, que representan 50% de la biomasa animal terrestre en las regiones temperadas, están amenazados de extinción, como otras especies del planeta. Su presencia, que disminuyó de 2 toneladas por hectárea en 1950 a menos de 200 gramos en la actualidad, está arrastrando a toda la microbiología de los suelos fértiles y destruyendo el primer eslabón de la cadena nutritiva de los seres humanos.
El hombre, en verdad, nunca fue piadoso con la tierra. Desde el neolítico existen antecedentes de grandes erosiones antrópicas (pérdida o alteración de la capa superficial de suelos causadas por el hombre) en Europa, Mesopotamia, Oriente Medio y China. En la actualidad, la erosión afecta cada año un promedio de 5 toneladas de tierras fértiles por habitante.
A ese ritmo, 90% de la superficie terrestre habrá sido afectada en 2050 por ese deterioro, provocado por el impacto de las actividades humanas y en particular la llamada “artificialización” de los espacios terrestres y marinos (la expansión descontrolada del cemento), que será la “principal causa de la extinción de la biodiversidad mundial”, pues originará la desaparición de casi 50% de las especies, según el informe 2020 del WWF.
El otro agente de destrucción masiva es la agricultura intensiva, que transforma zonas fértiles en tierras yermas a un ritmo de 10 millones de hectáreas por año, según el ingeniero agrónomo Claude Bourguignon, fundador del Laboratorio de Análisis Microbiológico de Suelos. La Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (Ipbes) advirtió que “la degradación de los suelos está empujando al planeta hacia una sexta extinción masiva”.
Asolados por sobreexplotación y fenómenos naturales –algunos de ellos agravados por la acción humana–, envenenados por exceso de pesticidas y fertilizantes químicos, y extenuados por sobreexplotación y uso de técnicas agrícolas inapropiadas, los suelos agotados constituyen una catástrofe mayor, frecuentemente ignorada. La tierra, como lo demuestra la historia, ha sido la principal fuente de subsistencia de Homo sapiens desde su aparición sobre el planeta. Los 33 millones de km2 de terrenos agrícolas que quedan actualmente –equivalentes a 6,4% de la superficie del planeta– permiten alimentar a los 7700 millones de habitantes. Pero ese frágil equilibrio está desapareciendo por la presión demográfica y la reducción de las superficies cultivables.
Un solo dato permite tomar conciencia de la magnitud de ese fenómeno: en 1900 cada habitante del planeta tenía, en promedio, un “capital” teórico disponible de 2 hectáreas de tierra. La proporción se redujo a menos de 0,5 hectáreas en 2010.
Ese fenómeno no es insignificante porque amenaza la alimentación de amplios sectores de la humanidad y puede desencadenar desplazamientos humanos a gran escala con olas migratorias que podrían afectar hasta 700 millones de personas.
La situación podría empeorar si el recalentamiento del clima prosigue al ritmo actual. El último informe del instituto de prospectivas Futuribles prevé que el aumento de temperaturas a mediados de siglo acelerará un agravamiento de fenómenos climáticos extremos, como incendios, tormentas devastadoras, deshielos y gigantescas inundaciones, acompañados de un aumento del nivel de los océanos –incluso en las costas argentinas–, que erosionará centenares de kilómetros de litoral, anegará miles de hectáreas de tierras fértiles y arrasará con poblaciones enteras.
Una reacción en cadena de esa índole alcanzaría para desestabilizar todos los equilibrios vitales que mantienen en vida a la humanidad.
Esa situación no se producirá dentro de una probeta de laboratorio, sino en un mundo real gobernado por las leyes implacables de la geopolítica, las luchas de clases, la mezquindad humana y la cultura del profit.
Especialista en inteligencia económica y periodista