El affaire Milani y un nuevo capítulo de la historia
El general César Milani, a quien la Presidenta defiende contra viento, marea y declaraciones del CELS, presenta problemas por donde se lo mire. Su condición de especialista en inteligencia no lo hace precisamente apto para comandar unas Fuerzas Armadas a las que la inteligencia interna les está vedada. Pesan sobre él sospechas de enriquecimiento ilícito. Pero lo más grave es su presunta participación en la así denominada "guerra sucia".
En todos los casos, Milani es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero ése no es el punto. De lo que se trata aquí es de una cuestión netamente política: un inocente afectado por imputaciones tan pesadas no puede ser jefe del Ejército.
¿Por qué Cristina Fernández de Kirchner se obceca tanto en defender a Milani? Parte de la respuesta hay que buscarla en los defectos de origen de la política de derechos humanos del kirchnerismo.
El Gobierno, allá por el lejano año de 2003, comenzó esta política con el paso cambiado. Por un lado, hizo una cosa positiva e importante: la reapertura de las causas para el juzgamiento de los acusados por graves violaciones de derechos. Pero, por otro lado, le dio a la política un encuadre egoísta y mezquino: se postuló a sí mismo como protagonizando el momento cero de la historia y el garante exclusivo del nuevo rumbo, negando a otros actores de la democracia toda contribución, y relegándolos a una supuesta insignificancia.
La política de derechos humanos (que ciertamente nada tenía que ver con las credenciales de los K, y mucho con, por ejemplo, los riesgos que había sabido correr Raúl Alfonsín durante la dictadura) fue puesta sin más al servicio de un objetivo partidista. Y esto se hizo desaforadamente. Basta con recordar la cooptación de las Madres de Plaza de Mayo, o la retórica en la que se fundían la defensa de los derechos humanos y el naciente kirchnerismo.
Esta perversión de una cuestión de dimensión nacional que el Gobierno había tenido, sin embargo, el mérito de reabrir marca una línea directa de continuidad con el empecinamiento por César Milani: el uso instrumental de los derechos humanos de ayer es la realpolitik de hoy. La razón de Estado manda y el ascenso de Milani era la confirmación de que la autoridad presidencial seguía incólume.
Pero el affaire Milani, tanto como la prosecución de los juicios, nos dejan ver que se cierra un capítulo de esta historia - marcado también por el exclusivismo cerril del Gobierno - para abrirse otro, que se expresa ya en múltiples voces. Y el cristinismo no está en condiciones de encabezarlo.
Creo que en este nuevo capítulo a la sociedad ha de caberle un protagonismo mayor que al Estado. Y tiene, a mi entender, dos dimensiones. Una de ellas es la elaboración de una mirada crítica sobre la historia que comprenda sin tapujos nuestro pasado violento, tanto el revolucionario como el represivo (sin equipararlos). La otra es el arrepentimiento, el perdón y la reconciliación, por parte de quienes deseen y puedan arrepentirse, perdonar y reconciliarse. No se trata de actos oficiales. Sólo puede consistir en actos libres de protagonistas o de quienes se sientan, aun no habiendo sido protagonistas directos, comprometidos vitalmente con la historia.
Pero el arrepentimiento exige una crítica sincera de nuestros actos, aun en el caso de que las experiencias vitales dentro de las cuales tuvieron lugar sigan siendo apreciadas (por ejemplo, siento orgullo por haber hecho la campaña de regreso del general Perón al país, pero me arrepiento profundamente de haber aprobado a veces la violencia, en la que no participé, y de la adhesión incondicional al líder, de la que sí participé).
Ese arrepentimiento es incompatible con otro de los grandes rasgos del kirchnerismo: la reivindicación de la violencia de los 70 y la exaltación de sus protagonistas. Esa violencia mal sometida a crítica los inhabilita, a mi entender, a hacer un aporte significativo en la experiencia de examen crítico de la historia; arrepentimiento, perdón y reconciliación que la sociedad argentina se está debiendo, y que no pueden llegar más lejos de lo que los protagonistas quieran. Pero ya se escuchan las primeras voces de un debate que promete ser tan difícil como enriquecedor.