El adiós a un grande
El 3 de diciembre pasado Shimon Peres me recibió, junto a mi esposa, en su departamento de Tel Aviv. Quiso manifestarme su cariño y reconocimiento por haber servido de medio dialogal entre él y el papa Francisco, lo que llevó luego a la concreción del peregrinaje del Santo Padre a Tierra Santa. Los dos grandes líderes mundiales se habían conocido a las pocas semanas de haber comenzado Bergoglio su papado. Hubo un entendimiento inmediato entre ambos y un sentimiento de afecto comenzó a unirlos. Quiso, el entonces 9° presidente del Estado de Israel recibir al Papa como uno de los últimos actos de su presidencia. Peres había visto en Bergoglio un hombre de bien, con el coraje espiritual necesario y la vocación para luchar por un mundo de paz, tarea a la que él mismo se había abocado a través de su fundación.
Profundos surcos testimoniaban en su cara el paso del tiempo y sus infatigables desvelos por su pueblo. Su voz ya flaqueaba, pero su mente era brillante. Durante una hora desarrolló delante de nosotros su visión del mundo. Habló acerca del rol que le caben a la ciencia y a la tecnología, de las posibilidades y métodos por alcanzar una realidad de paz, de los valores con los que se debiera erigir una realidad humana mejor. Entremezclaba lo político con lo filosófico y un eco de la antigua pasión de los profetas de Israel era perceptible en su discurso. Me confió aquello que le había dicho últimamente a Obama, a Putin. Eran mensajes de un soñador, no de un político pragmático que sólo percibe el presente. Él los conminaba a meditar acerca de lo que han de hacer en los próximos treinta años.
El 20 de junio me envió un artículo titulado "Siguiendo a Maimónides", y me pidió una opinión. Le contesté manifestándole mi total identificación con sus reflexiones, fundamentando mi parecer en citas de la obra misma de Maimónides. En julio me respondió con una cálida carta de agradecimiento. Hoy me da una sensación muy especial el saber que haya sido, aquella carta, una de las últimas que escribió en su vida.
En muchas ocasiones me expresó su ponderación por el desarrollo en el diálogo interreligioso que había forjado con Bergoglio. Es que su pasión por la paz y el entendimiento, que sólo pueden construirse mediante un profundo desarrollo dialogal, fue un norte inquebrantable en su vida.
El 15 del mes pasado, en la intimidad de Santa Marta, hablando acerca de múltiples temas con el papa Francisco, recordamos el estado de salud de Peres, pues sabíamos del accidente cerebrovascular que lo había afectado hacía pocas horas. Me dijo el Santo Padre que había estado rezando por él. Un momento de silencio surgió en nuestro diálogo, el necesario para aunar nuestros rezos por un ser humano que habíamos aprendido a querer con un afecto especial.
Había nacido en Wiszniewo, entonces Polonia, actualmente Bielorrusia, hace 93 años. La historia de su vida es un reflejo de la del pueblo judío en el siglo pasado. La terrible ola antisemita que azotó Polonia en aquellos tiempos llevó a su padre a emigrar al entonces mandato británico en Palestina, entendiendo que la solución a aquello que a la sazón se denominaba el "problema judío" sólo se resolvería mediante el retorno del pueblo al único lugar sobre la faz de la tierra con el cual se identifica por razones sentimentales, históricas, religiosas. La parte de la familia que quedó en Polonia fue atrozmente masacrada por los nazis.
Su compromiso con la construcción de una sociedad judía pujante y creativa en la tierra ancestral, a la sazón en manos del imperio británico, ya tuvo expresiones durante su adolescencia. A los 17 años se hallaba en el grupo fundacional del Kibutz Alumot.
Dueño de una capacidad intelectual superlativa, fue elegido por Ben Gurión para servir como uno de sus asistentes. Fue su gran maestro en el liderazgo y uno de los más fieles seguidores de su ideario. Sus vidas se hallan íntimamente ligadas. Luchó por completar la materia que había quedado dramáticamente pendiente para su maestro: alcanzar la paz con todos los vecinos. Peres fue el arquitecto del tratado de paz de Oslo con los palestinos y el incansable luchador por echar las bases de una paz duradera en su región y en el mundo.
Con su muerte se cierra un capítulo de la historia varias veces milenaria del pueblo judío, pletórica de personajes que supieron inspirar a otros formando una cadena de vida que brega por el enaltecimiento humano. Maimónides inspiró a Ben Gurión, ambos a Peres, y vendrán otros en el futuro que han de inspirarse en todos ellos.
Hoy le decimos adiós a un gigante del espíritu. Que descanse en paz y que su memoria sea una fuente de bendición.
Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano M. T. Meyer, rabino de la Comunidad Benei Tikva