El acuerdo EE.UU.-China
PARIS.- EL acuerdo comercial entre Washington y Pekín, anunciado con bombos y platillos recientemente, es un paso conveniente -aunque haya sido sólo un paso- hacia la eventual incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio.
La política de aislar a ciertos países por motivos relacionados con la política interna de los Estados Unidos -a lo que Washington tiene una lamentable adicción- ha sido una mala idea en el caso particular de China. Esa política todavía tiene sus partidarios en el Senado norteamericano, donde el acuerdo con China será puesto en tela de juicio.
En el largo plazo, es más probable que la actitud de China, tanto hacia sus propios disidentes políticos como a sus países vecinos, mejore a instancias de una mayor integración al sistema internacional y no debido al aislamiento y las sanciones que muchos promueven en Washington.
Este acuerdo, en realidad, refuerza la posición de los reformistas políticos de China, encabezados por el primer ministro Zhu Rongji, que había sido humillado durante su visita oficial a los Estados Unidos en abril último, cuando el presidente Clinton, receloso de la reacción del Senado norteamericano, rechazó concesiones comerciales chinas que realmente eran mucho mayores que las que Pekín hizo esta semana.
Hay un punto más allá del cual los países no pueden ser influidos por las presiones externas. Por ejemplo, las prácticas de China en lo que respecta a los derechos humanos son un producto de su sistema político y son consideradas esenciales para la supervivencia del régimen del partido comunista. El gobierno del partido con el tiempo llegará a su fin, y puede que eso ocurra en medio del caos o la violencia, pero ésa es otra cuestión. Sin embargo, se trata de una consideración que sería muy tonto de parte de los inversores extranjeros no tener en cuenta, a pesar de que muy pocos parecen estar dispuestos a hacerlo.
El acuerdo firmado por Charlene Barshefsky y el ministro de Comercio Exterior chino, Shi Guangsheng, atañe sólo a concesiones bilaterales entre los Estados Unidos y China.
Ahora los chinos deben llegar a un acuerdo con la siguiente potencia comercial mundial en importancia, la Unión Europea, que tiene su propia agenda programada.
En Bruselas se estima que el acuerdo entre chinos y norteamericanos cubre el 80 por ciento de lo que le interesa a Europa también, pero aún resta por negociar una quinta parte de las demandas europeas. Posteriormente, China deberá alcanzar un acuerdo en las negociaciones bilaterales.
Sin embargo, no se espera que las negociaciones que restan sean un obstáculo para que China se convierta, el año próximo, en un miembro más de la Organización Mundial de Comercio.
Una de las razones por las que las negociaciones entre China y los Estados Unidos que concluyeron el lunes último finalmente llegaron a buen puerto (¡después de 13 años!) fue que los Estados Unidos excluyeron sus reclamos en los planos laboral y social.
No habrá libertad sindical ni derecho a la huelga ni negociaciones salariales libres en China. Tampoco firmará China el tratado que prohíbe el trabajo forzado, el cual se espera que prosiga en las cárceles y los campos de esa clase en China.
Un informe analítico publicado hace poco por la Confederación Internacional de Sindicatos Libres señala que el ingreso de China en la franca competencia en materia de inversiones y comercio contra otros países asiáticos ejercerá nuevas presiones en las escalas salariales y los criterios laborales de la región.
En China, el Estado controla los niveles salariales y las condiciones de trabajo (por lo menos, teóricamente), lo cual no es el caso en la India o en otros países asiáticos que compiten en pos de las inversiones extranjeras. Esta es una razón por la que los fabricantes internacionales han estado esperando ansiosamente la incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio.
En las próximas conversaciones sobre una efectiva incorporación de China a la Organización Mundial de Comercio será importante establecer convenios claros que aseguren su acatamiento y que proporcionen una solución transparente de las controversias.
Finalmente, hay un problema pendiente, capaz de trastornar todo lo que se ha logrado: ¿dónde está parada Taiwan en todo esto?
China nunca estuvo dispuesta a pertenecer a un organismo internacional del que Taiwan también forme parte. No obstante, Taiwan también es uno de los candidatos para incorporarse a la Organización Mundial de Comercio, y en términos económicos o comerciales, un candidato más importante que China.
La ventaja de China es estratégica y política. Casi todos están persuadidos de que es la futura gran potencia (y el futuro gran mercado) de Asia y, por lo tanto, debe ser cultivada y, si es necesario, aquietada.
El gobierno de Clinton prefirió, al menos de manera simbólica, tratar a China como si fuese -para él- un país más importante que el Japón.
Esa no es una interpretación realista de la situación geopolítica y probablemente cambie con el gobierno norteamericano que suceda al de Clinton. De todas maneras, eso revela un significativo estado de ánimo de Washington.
¿Respaldarán los Estados Unidos la candidatura de Taiwan para que se sume a la Organización Mundial de Comercio? Si no lo hace, habrá un gran debate en materia de política exterior.
Y si lo hace, la situación crítica será de China.
¿Podrá China continuar con su actual rumbo para integrarse a la comunidad internacional, a pesar de la importancia que tiene para ella, en el plano interno, la cuestión de Taiwan?
Las alternativas que elijan tanto Washington como Pekín marcarán el futuro del equilibrio estratégico asiático.
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