El 7 de octubre y la herida abierta de la humanidad
Recuerdo muy bien donde estaba. Había aterrizado en Ciudad de México para pasar una semana junto a mis diez amigas del colegio secundario cuando encendimos los celulares y nos enteramos de la trágica noche del 7 de octubre en Israel. Teníamos cientos de mensajes en los grupos de WhatsApp, compartiendo detalles de la masacre, y a todas nos inundó una angustia inexplicable. Miles de muertos, cientos de rehenes, violaciones a civiles de todas las edades y nacionalidades, incluso argentinos.
Hoy se cumple un año de ese hecho fatídico que cambió al mundo y que, para los judíos de esta generación, nos marcó para siempre. Antes del 7 de octubre de 2023, había una frágil calma en la relación entre Israel y Gaza. A pesar de las tensiones, miles de palestinos cruzaban diariamente hacia Israel para trabajar, mientras otros recibían tratamiento médico en hospitales israelíes. Por eso, muy cerca de la frontera, los jóvenes se sentían seguros y tranquilos para reunirse en el festival Nova y celebrar la paz y la libertad.
Lo más aterrador de este ataque no fue la violencia, sino la forma en que fue documentada y exhibida. Los terroristas de Hamas no solo mataron, sino que filmaron su regocijo ante el sufrimiento de sus víctimas. Videos que muestran a ancianos quemados vivos, bebés asesinados y mujeres violadas se distribuyeron con la intención de infundir terror, en un horror calculado y escalofriante. Ese día, 1200 personas fueron asesinadas y 251 tomadas como rehenes. Hoy, aún hay cerca de 100 personas cautivas y 33 han sido declaradas muertas por el ejército israelí. La herida sigue abierta.
Como si no fuera suficiente, el 8 de octubre comenzó otro ataque, quizás el más inesperado y que más desilusión y dolor genera: el creciente antisemitismo. Pensábamos que el Holocausto sería la última gran desgracia para la comunidad judía. De hecho, nuestro compromiso desde entonces ha sido educar, recordar y dejar el legado de los sobrevivientes para que nadie olvide lo sucedido, pero siempre desde una perspectiva histórica. Nunca imaginé que lo que mis hijas estudiaban en el colegio dejaría de ser historia para convertirse en presente. El aumento del antisemitismo a nivel global, incluso desde espacios que considerábamos aliados por compartir valores como la defensa de los derechos humanos, la inclusión, el respeto y la diversidad, nos ha dejado perplejos.
Sin embargo, en medio de tanta tragedia, he visto también algo hermoso: la decisión de actuar, el deseo de reconstruir y avanzar. Días después del ataque, junto con un grupo de colegas, fundamos Jae3, una organización que lucha contra el antisemitismo en las empresas y organizaciones. Nuestro objetivo es claro: ninguna forma de discriminación es aceptable, y las empresas, que son micro-sociedades, pueden y deben ser agentes de cambio. Desde Jae3 realizamos una encuesta en el país, y algunos datos han sido contundentes: 8 de cada 10 encuestados indicaron que hubo un aumento en las actitudes antisemitas tras el atentado de octubre. El 44% de los judíos ha experimentado o presenciado situaciones de odio antisemita en el ámbito laboral, y un 33% siente que debe ocultar su identidad judía por incomodidad. Hay mucho por trabajar.
Me conmueve profundamente que, desde la creación de Jae3, muchas personas no judías se han acercado para apoyar nuestra causa. Eso, en medio de tanto dolor, es una señal de esperanza. La solidaridad, cuando parece más escasa, surge con una fuerza increíble, recordándonos que, aun en los momentos más oscuros, el bien puede encontrar su camino. Hoy, somos cerca de 1000 miembros trabajando para esta causa y hemos ayudado a que organizaciones similares se desarrollen en otros países de Latinoamérica. La empatía, la inclusión y el respeto son los valores que venimos trabajando en cada encuentro con líderes de empresas y asociaciones profesionales. Es tan simple y tan complejo como eso.
Esta semana, en Buenos Aires, se inaugura la exhibición Nova, una muestra que recrea el horror vivido en aquel festival cuando la música dejó de sonar. Es una experiencia fuerte, pero necesaria. No se trata de una exposición del pasado, como el Museo del Holocausto, donde recordamos para no repetir. Nova es el presente. Es un recordatorio de que esto está ocurriendo ahora, de que el dolor sigue vigente y de que nosotros, como sociedad, no podemos ser indiferentes. Los sobrevivientes, muchos de ellos jóvenes que vieron lo peor de la humanidad, estarán aquí para dar testimonio. No desaprovechemos esta oportunidad de escuchar, de ver, de conectar.
La historia ha demostrado que, aunque el ser humano recuerda, a menudo repite. Aunque elabora sus traumas, parece tener una pulsión de destrucción que no podemos ignorar. Pero también hemos aprendido el poder de la resiliencia. Hoy, más que nunca, debemos ser parte de la cadena del “nunca más”. Hablemos de esto, recordemos, pero sobre todo, actuemos. La indiferencia nunca ha sido ni será una opción, de nosotros depende convertir el horror en esperanza.