EE.UU. y China: ha nacido un nuevo orden mundial
La historia bien puede registrar la reunión de Anchorage realizada a mediados de marzo como el momento en que cuatro décadas de realpolitik, como Henry Kissinger llamó a la política exterior con China en 1971-72 (que básicamente promovía una política exterior que favoreciera el trato con otras naciones poderosas de una manera práctica y no sobre la base de la doctrina política o la ética) ha sido abandonada por ambos países definitivamente, para dar nacimiento a una etapa de rivalidad sistémica y conflicto ideológico. Los máximos funcionarios de política exterior de ambos países que asistieron a la cumbre lo dejaron bien claro. Podemos decir que ha nacido una nueva guerra fría, nació “un mundo, dos sistemas” (One world, two systems). A partir de ahora, cada lado parece decidido a seguir su propio camino, llevándose a sus aliados con ellos.
El mensaje de Washington fue claro: “Estados Unidos no está en declive”. Siempre enfrenta sus desafíos y se reconstruye mejor. En resumen, no apuesten contra los EE. UU. por el supuesto deterioro provocado por años de guerras agotadoras en el Medio Oriente, la crisis financiera de 2008, el movimiento Black Lives Matter, una grieta política en un país fuertemente dividido que llevó a la irrupción de manifestantes en el Capitolio, un Congreso fraccionado por el partidismo y no las ideas.
Por otro lado, China esta económicamente fuerte, con un sistema político monolítico estable, con problemas estructurales marginales, en medio de un desarrollo tecnológico y comercial sin precedentes, con solo 5000 muertes reportadas por la pandemia de Covid-19 entre 1400 millones de habitantes, comparadas con las con más de 500.000 muertes en Estados Unidos entre 330 millones de habitantes.
China sabe que Estados Unidos buscará a toda costa frustrar el ascenso de China antes de que sea demasiado tarde, y que ambos partidos políticos están de acuerdo. Dicho peligro es real. Frente a ello, China, en su mejor tradición, está trazando un rumbo a largo plazo que dependa menos de Occidente. Ha decidido volverse más autosuficiente en su propia innovación tecnológica impulsada por el estado, en el dominio de las comunicaciones y en el mercado de consumo interno mientras busca comerciar e integrarse con los países en desarrollo (especialmente sus vecinos inmediatos) a través de la Belt & Road Initiative (Ruta de la Seda) como camino hacia la prosperidad, la seguridad y el poder.
Existe la percepción en China de que Estados Unidos está perdiendo influencia y liderazgo en el mundo occidental y que China ya ha establecido una fuerte dependencia económica en muchos países del mundo, suficiente para evitar intentos de desestabilización interna y contrarrestar el predominio tradicional estadounidense después de la Segunda Guerra Mundial.
Esta confianza de que “Oriente está aumentando, Occidente está disminuyendo”, como China suele articular públicamente, respalda la nueva postura con la que Pekín confrontó a Estados Unidos en la reunión de Anchorage. Allí, China acusó al Departamento de Estado de los EE.UU. de usar un tono “condescendiente”, que se percibe como sermoneando a sus contrapartes, como si Estados Unidos y sus aliados todavía gobernaran el mundo. China ha llegado a la conclusión de que ha pasado el tiempo en que un pequeño grupo de naciones occidentales ricas podía dictar la forma del orden global. China apuesta a otra realidad: Estados Unidos ya no monopoliza la opinión mundial. Tampoco las decisiones comerciales. Una muestra de ello para China es que si bien antes de la reunión en Alaska, el secretario de Estado visitó Japón y Corea del Sur para firmar compromisos, a los que dichos países accedieron cortésmente por ideales comunes, la realidad es que China se ha convertido en el mayor socio comercial de ambas naciones. El tiempo y las circunstancias dirán cual prevalece.
Estados Unidos ha optado por elevar a nivel de política exterior los valores morales y los ideales democráticos de su fundación: una sociedad abierta, libertaria, partidaria del libre comercio, de los derechos de propiedad, de la democracia republicana de gobierno y respetuosa de los derechos individuales (hoy derechos humanos). Es una estrategia bien redactada para desafiar a China en las áreas que más duelen: elecciones democráticas en Hong Kong, derechos humanos amenazados por la persecución de los uigures, amenazas militares a Taiwán y libertad de prensa o derecho a la información. En cuanto a la posibilidad de una mayor inversión China en armamentos en el sudeste asiático, la contrabalanza sería el desarrollo de una OTAN asiática (sobre la base de la alianza existente de países del sudeste asiático llamada Quad) y el ciberespionaje.
China aparentemente seguirá una estrategia de doble vía: por un lado, señalar que Estados Unidos debe poner su propia casa en orden, especialmente en lo que respecta a la discriminación racial antes de predicar los derechos humanos a otros, y por otro lado, continuar construyendo una creciente dependencia comercial y económica de los países en desarrollo a través del Belt & Road Initiative, así como consolidar los esfuerzos por desarrollar su mercado interno para incorporar a más de veinte millones de personas al año a su economía.
Para países como la Argentina, los desafíos futuros son sustanciales. Volvemos al teatro de la guerra fría, donde los llamados países del Tercer Mundo en ese momento bailaban entre la influencia de Estados Unidos/OTAN por un lado y los países de la URSS/Cortina de Hierro por el otro (una política que seguimos hasta que Carlos Menem se convirtió en presidente). La principal diferencia hoy en día es que Estados Unidos ya no es la potencia industrial y de infraestructura predominante del pasado. Y es desafiado por China en predominio tecnológico y de comunicaciones, comparada con el modelo ruso en decadencia de aquellos tiempos. Si bien los Estados Unidos dominan el poder financiero y monetario, si China tiene éxito en estos dos últimos frentes, la partida de ajedrez se acaba. La guerra ya está enmarcada. La pregunta ahora: ¿existe todavía algún terreno común sobre el cual construir una solución?
La única esperanza que queda en el mundo dividido que se avecina, es la verdad más incómoda para ambas naciones: el cambio climático, ya que ambas son las naciones que más polucionan el ambiente. A nadie se le escapa que, si bien China y EE. UU. pueden sobrevivir a la disociación de sus economías, el mundo no sobrevivirá a la disociación de una acción climática conjunta de los dos mayores emisores de gases de efecto invernadero. No hay solución climática sin China y Estados Unidos. Paradójicamente, la necesidad de abordar el calentamiento global bien podría ser lo que prevenga el enfrentamiento total que se perfila.
En los hechos China como Estados Unidos parecen haber reconocido la importancia del tema. Biden pidió trabajar juntos en cuestiones climáticas, a pesar de los conflictos mencionados. Por su parte, Xi Jinping prometió que China alcanzaría la neutralidad de carbono para 2060 y designó al principal experto en clima de China y figura clave en el acuerdo climático de París, Xie Zhenhua, como contraparte de alto nivel del enviado climático de Biden, el exsecretario de Estado John Kerry.
Asesor especializado en las relaciones entre EE.UU. y China y su impacto en la Argentina y otros países en desarrollo