Educar, objetivo esencial
Unos 57 millones de niños están fuera de la escuela en todo el planeta. Es más que la población entera de toda España. Ese número puede no sorprender si se tiene en cuenta que hay cerca de 7000 millones de habitantes en el mundo, pero debería. Es más, no sólo debería sorprender, sino preocupar. Y mucho.
Los motivos para preocuparse son evidentes, aunque a menudo se olvidan. Muchos son de orden individual, y muchos, de orden colectivo. Ninguno es irrelevante. Vale la pena recapitular los motivos principales tanto de un aspecto como del otro.
Desde el punto de vista colectivo, está más que probado que la educación de calidad a lo largo de toda la vida es una de las bases -si no la principal- para un desarrollo económico-social sustentable. De ella derivan numerosos beneficios colectivos, como la equidad, la cohesión y la justicia social; la conciencia cívica y ambiental; la salud y la seguridad públicas (higiene, prevención de enfermedades, reducción de conflictos), entre otros.
Desde el punto de vista individual, la educación favorece el crecimiento personal y el desarrollo profesional, la capacidad productiva, la creatividad, el discernimiento, el bienestar.
Está claro que ambos aspectos (el colectivo y el individual) se complementan, y los resultados de las inversiones en educación de calidad durante toda la vida se reflejan no sólo en las estadísticas, sino sobre todo en la mejora de la vida de miles de millones de personas.
Después de todo, detrás de los imponentes guarismos, hay individuos, ciudadanos que descubren o redescubren el mundo cuando aprenden a leer, escribir, contar, elaborar pensamientos más complejos, desarrollar proyectos, crear.
Por lo tanto, vale el siguiente desafío: imaginar la vida de una niña o de un niño nacido en una familia de bajos ingresos y formación intelectual precaria, sin acceso a una escuela de calidad, ni a libros en su casa, ni a parientes instruidos dispuestos a enseñarle el contenido del nivel inicial. Esa niña o niño nació en el año 2000.
Ese año, la Organización de las Naciones Unidas estableció los ocho objetivos de desarrollo del milenio (ODM). Estas metas representan una suerte de síntesis de los principales desafíos del planeta: reducir la pobreza, alcanzar la educación básica universal, garantizar la igualdad entre los sexos y la autonomía de las mujeres, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el sida, la malaria y otras enfermedades, garantizar la sustentabilidad ambiental y, por último, establecer un acuerdo de colaboración mundial para el desarrollo.
La educación figura como segundo objetivo, pero una lectura más atenta de los ODM permite concluir que sin ella no hay modo de alcanzar los otro siete objetivos. En otras palabras, la educación es transversal. Más aún, es esencial, en sentido estricto.
Han pasado más de 14 años y esa niña o ese niño hoy es un adolescente que, si tuvo el beneficio de nacer en un país dispuesto a cumplir al menos el segundo ODM, cursa hoy la secundaria (o equivalente en su país) o una escuela técnica, y tiene un futuro promisorio. En el caso contrario, puede que haya perdido la vida o que viva en condiciones materialmente precarias y limitadas o incluso que haya ingresado al mundo del crimen.
El año próximo llegará la fecha límite para que las 189 naciones que firmaron el Compromiso del Milenio en la ONU lo cumplan. Está de más decir que la mayoría de ellas no logrará cumplirlo plenamente. Sin embargo, para las que "hicieron la tarea" quedan nuevos desafíos.
En lo que respecta a la educación, las naciones desarrolladas o en vías de desarrollo están frente a la responsabilidad de mejorar o mantener la calidad de enseñanza y de aprendizaje (no alcanza con el acceso a la educación); de reducir o erradicar la evasión escolar (ingresar a la escuela es insuficiente); de valorizar, calificar y estimular a los docentes continuamente; de preparar a docentes y alumnos para las constantes y veloces transformaciones del planeta, sobre todo en el ámbito de la ciencia y la tecnología.
Evidentemente, hay miles de personas en el mundo reflexionando y debatiendo sobre cuáles son los mejores caminos para la educación. Las agencias de las Naciones Unidas (como Unesco y Unicef), los gobiernos y programas, como Educate a child, para citar un ejemplo, pero también las empresas, las universidades, las organizaciones no gubernamentales, los individuos, deben estar todos empeñados en promover y defender una educación de calidad para todos a lo largo de la vida.
Hoy parece haber un consenso en torno a la relevancia de la educación para todos. Faltan, ahora, voluntad política y acciones concretas en los países menos desarrollados y en vías de desarrollo, para que no se duerman sobre los laureles ni se contenten sólo con ventajas estadísticas. Es necesario pensar también en las personas detrás de los números. Mientras haya una cantidad tan significativa de niños fuera de la escuela, sólo parte de la misión estará cumplida, además de que existe, siempre, el riesgo del retroceso. No se puede parar. Cuando se trata de educación, es necesario seguir adelante y lidiar con la incómoda, aunque necesaria, noción de infinito.
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