Educar al presidente
La pobreza, la inseguridad, el desempleo, la violencia, la corrupción y la falta de competitividad no son los problemas principales que enfrenta hoy la Argentina. Sólo son manifestaciones que se muestran en la punta del iceberg y que no dejan ver su causa principal: la falta de buena educación.
En elecciones anteriores este tema pasó prácticamente desapercibido. Los votantes no supimos reclamar soluciones concretas para el problema educativo nacional. Pero distintas muestras del impacto social que este problema supone hacen prever que en las próximas elecciones una enorme proporción de ciudadanos votarán teniendo en cuenta qué candidato garantiza mejor educación. Veamos por qué.
En el país, hay aproximadamente un millón de docentes y trece millones de estudiantes. Esto significa que maestros, profesores, alumnos y sus padres palpan y son conscientes de los inconvenientes educativos y constituyen una masa electoral importante que ningún candidato puede descuidar.
Es que los problemas están a la vista. Las huelgas se repiten, tristemente, año a año. No se cumplen los 180 días obligatorios mínimos exigidos por ley y toda la familia acusa el golpe: las complicaciones que esto supone son mayúsculas. Los sectores más necesitados son los más desfavorecidos: sus hijos no acceden a los recursos que están garantizados también en las normas respectivas. Y son conscientes de que su salvavidas literal es la buena educación.
Todo esto ha motivado una transferencia muy alta de alumnos de la escuela pública a la privada con el consiguiente malhumor de los costos que ello implica en un país donde la educación está garantizada por ley como un derecho social gratuito. La obligatoriedad escolar dispuesta en el marco regulatorio (ley 26.206 de 2006) aún no se cumple. Más del 50% de los alumnos no finaliza el secundario y la calidad de los aprendizajes es deficiente.
En definitiva, la realidad de la situación educativa aludida impacta en los votantes, tanto jóvenes como adultos, y ha generado el germen de un reclamo por enseñanza y aprendizaje. Hasta la clase alta se ha despabilado al percatarse de que los resultados de las mejores escuelas del país están en el mismo nivel que los peores colegios de los países desarrollados, lo cual implica que la sociedad en su conjunto percibe en carne propia el daño que la falta de buena educación supone.
Y el resultado de lo expuesto es lógico: hay millones de votantes preocupados. A ellos deben responder los candidatos con un plan concreto sobre cómo lo harán, con metas claras de mejor aprendizaje, cronograma a corto y a largo plazo, inversión, seguimiento y datos de lo prometido. Por ello es crítico que los aspirantes a presidente 2015 empiecen a escuchar una petición muy simple que la ciudadanía solicita: que se cumplan integralmente las leyes que garantizan su derecho a educarse bien. Si las buenas leyes que tenemos aseguran buena educación, pues es muy simple: es hora de cumplirlas.
Educar al presidente supone hacerle entender al candidato el reclamo por los derechos de los votantes. Y en ese marco pedir mejor aprendizaje será producto de un soberano, sino educado, al menos consciente de su derecho a una buena educación: el pueblo.
El autor es presidente de Educar 2050
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