Educación y regulación: claves de la revolución tecnológica
En un intento por explicar el aluvión de cambios que vivimos en el último año y medio, uno de los conceptos más mencionados ha sido el de la “transformación digital”. Existe, creo yo, un término que funciona un poco mejor para entender lo que estamos transitando. La palabra es revolución, entendida como un cambio abrupto en el orden de las cosas.
Siguiendo esta lógica, la transformación digital es un paso posterior a la revolución. Primero se dispara un cambio -la pandemia y los encierros preventivos de las personas- y luego comienzan a modificarse los hábitos y conductas. Se trata de una metamorfosis progresiva, generalmente caótica, con algunos avances que se dan más rápidos que otros. Por ejemplo, mientras que el home office o el homeschooling se convirtieron velozmente en hábitos adquiridos y obligatorios en casi todo el mundo, las inversiones financieras digitales todavía enfrentan desafíos complejos y se encuentran lejos de su fase de madurez en términos de adopción por parte de la mayoría de las personas.
Esa diferencia de velocidades tiene una explicación sencilla. Destinar ahorros a una inversión que dará retornos a mediano o largo plazo es un acto que requiere de mucha confianza por parte del inversor. Necesitamos certezas y transparencia, pero sobre todo tiempo para confiar en que la operación tendrá ciertas garantías. ¿Qué está pasando, por citar un caso, con las criptomonedas? Hace algunos años no eran más que un instrumento marginal para los libertarios y tecnoadictos que soñaban con una moneda ajena al alcance de los Estados (justamente por la desconfianza de las personas en el sistema). La paradoja de las critpos es que, por un lado, poseen un atractivo sustentado en la falta de regulación, pero por otro son un instrumento volátil e incierto porque carecen de un marco legal que las ampare.
Según los datos de Bloomberg, el bitcoin fue creciendo sostenidamente en el primer semestre de 2021, pero tuvo una abrupta caída a partir de mayo y cerró con un alza semestral del 18%. En relación a años anteriores, el crecimiento es bajo. Los tuits enigmáticos de Elon Musk y los bloqueos de China ayudaron a alimentar esa desconfianza y en parte explican la tendencia descendente.
El caso del crowdfunding inmobiliario es otra muestra de cómo la tecnología avanza rápido y las regulaciones van atrás, a ritmo más lento. Mientras que Brasil tiene su ley desde 2018 para darle un entorno legal a este tipo de instrumentos, la Argentina y otros países de América Latina marchan rezagados, con pasos incipientes y sin contactar a una infraestructura financiera que acompañe esos avances. El resultado perjudica principalmente a la gente de a pie que busca resguardar el valor de sus ahorros en un continente caracterizado por monedas volátiles y macroeconomías endebles. Hoy una persona puede invertir de forma rápida y segura en Real Estate en cualquier parte del mundo, sin moverse de su casa, pero necesita también que el Estado habilite un canal legal para que eso suceda. Y eso todavía no ocurre en la Argentina.
También existe otra brecha en un ámbito muy sensible: la educación financiera. Porque mientras las inversiones digitales aumentan su complejidad a medida que la tecnología se desarrolla, muchísima gente queda fuera del sistema, no solo porque lo gobiernos no agilizan las regulaciones para que distintas empresas operen dentro de las normas de la ley y las personas se animen a invertir, sino porque los países como la Argentina están acorralados por problemas más urgentes como la pobreza estructural y las crisis económicas crónicas. Si a eso le sumamos la brecha en el acceso a la tecnología, el escenario solo tiende a empeorar.
En ese contexto, estamos pasando de la revolución a la transformación, y quienes trabajamos en el sector financiero tenemos un rol ineludible para educar y acompañar a las personas que quieren animarse a invertir digitalmente de forma segura y transparente, además de explicar estos cambios que para muchos pueden ser avasallantes.
A propósito de este último punto quiero cerrar con una frase de Warren Buffet: “Nunca inviertas en negocios que no puedas entender”.
Licenciada en Administración de Empresas por la Universidad de San Andrés y máster en Economía de Eseade