Educación y democracia van juntas
En las batallas por la opinión pública, las recientes derrotas de los hechos objetivos a manos de los prejuicios y las emociones -definidas por la palabra posverdad- revitalizan un debate casi centenario sobre el papel de la educación en la democracia y rescatan la alfabetización en ciencia como herramienta contra el engaño.
En la década de 1920 hubo en Estados Unidos un debate entre el periodista Walter Lippmann y el educador John Dewey. Era un tiempo, como el actual, de pesimismo acerca de la democracia.
Lippmann sostiene que la democracia es un sistema defectuoso. La gente tiene imágenes distorsionadas de la realidad, son como espectadores de teatro que llegan en la mitad del tercer acto, se retiran antes del final y con esa información deciden quién es el héroe y quién es el villano. La alternativa es un realismo democrático basado en una combinación de representación política y tecnocracia.
Dewey sostiene que las tesis de Lippmann describen las debilidades de la democracia, pero que son síntomas y no causas. Síntomas curables mediante la educación. Democracia y educación están indisolublemente ligadas; la una sin la otra es un espejismo. La democracia no tiene como objetivo principal el manejo eficiente de los asuntos de gobierno, sino crear las oportunidades para que la gente se desarrolle en libertad, a su máximo potencial en todas las dimensiones de la vida.
Para Dewey, la ciencia es ejemplo de pensamiento crítico, y como tal es una herramienta educativa para la democracia. La considera un cúmulo de conocimientos y un método o modo de pensamiento. Debe enseñarse en función de ese conocimiento, pero la mayor contribución a la construcción de ciudadanía es enseñarla como una forma de conocer, que genere hábitos basados en un pensamiento analítico, lógico y escéptico ante la realidad.
Hoy día, la idea de Dewey está contenida en la alfabetización en ciencia. El ciudadano alfabetizado en ciencia ejercita sus derechos políticos en situaciones de vida que tengan que ver con la ciencia y la entiende como una empresa humana con fortalezas y limitaciones, comprende conceptos clave y el modo de conocer de la ciencia. Por ello, mejora su lenguaje, su capacidad para la lógica y la resolución de problemas y posee una racionalidad crítica y liberadora.
Al principio de la década del sesenta, un periodista intentaba sonsacar a Ernest Hemingway su opinión acerca de las características necesarias para ser un "gran escritor". Hemingway iba rechazando cada una de las posibilidades a medida que el periodista se las iba sugiriendo. Por fin, sintiéndose frustrado, preguntó el entrevistador: "¿Es que no hay ningún ingrediente esencial que pueda usted identificar?", replicó Hemingway: "Lo hay. Para ser un gran escritor, debe tenerse un sentido innato, a toda prueba, de detección de mentiras".
No sabemos si en su respuesta Hemingway acertó en definir la esencia de un gran escritor, pero sí sabemos que en ella definió una estrategia esencial de supervivencia y la función más importante de la alfabetización en ciencia: cultivar expertos en detección del engaño.
La frase evangélica "la verdad os hará libres" tal vez pueda expresarse de otra manera: "La capacidad de discernir la verdad os hará libres".
Profesor emérito, Universidad Nacional de La Plata. Académico de Número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria