Educación, por favor
La sociedad argentina se ha despabilado ante el problema educativo. Esto es un hecho extraordinario, producido por circunstancias particulares que debe ser aprovechado para una reflexión y compromiso. La oportunidad es histórica. Lo que está sucediendo con la educación de nuestro país es mucho más grave que la suspensión de la presencialidad. El problema es de fondo. Las escuelas abiertas y el sistema funcionando en plenitud es un medio, no un fin, y no ha sido en nuestro país garantía de aprendizajes.
La Argentina en 2019, previa al coronavirus, mostraba resultados extremadamente preocupantes que no despertaron a la sociedad a ningún reclamo similar pese a su gravedad (7 de cada 10 estudiantes argentinos no alcanzó aprendizajes mínimos en matemáticas y 1 de cada 2 no los alcanzó en lectura y ciencia –según el informe de Educar 2050 de las pruebas internacionales informadas ese año-; solo el 27% de los estudiantes que iniciaban el secundario egresaba en tiempo y forma y 50% quedaba en abandono –según Cippec 2019- , y las desigualdades evidenciadas en las últimas pruebas Aprender de la escuela media mostraban que en los hogares de NSE bajo, el 64% de los estudiantes están por debajo del nivel básico, mientras que en los de NSE alto tan solo el 24%).
Pero lo importante es que gran parte de la sociedad hoy ha reaccionado por la causa educativa. Esto es un paso adelante que merece un aplauso por la toma de conciencia que supone y ser aprovechado como un hito que nos permita, más allá de las diferencias de los distintos sectores en pugna, trabajar y unirnos por una solución que no sea parcial en un tema tan trascendental para el futuro como es la educación obligatoria en la Argentina. Una metáfora, ya utilizada, explica mejor la situación. Un pueblo con altas cifras de dificultades cardiovasculares entre sus habitantes no debe levantarse solo para marchar por la falta de ambulancias o la apertura del hospital. El reclamo más significativo debería ser pedir programas integrales de salud que comprometan a toda la sociedad y ataquen el problema de raíz, más y mejores remedios, un hospital especializado, más médicos bien formados y un programa a corto, mediano y largo plazo para revertir el problema. Pues algo similar ocurre en esta ocasión. Es evidente que las aulas abiertas deben ser defendidas, aun en pandemia, con estrictos protocolos y en el marco de una emergencia absolutamente difícil de controlar.
También ha quedado claro que las escuelas deben ser las últimas en cerrar y las primeras en abrir, y que los errores manifiestos por incoherencias entre el buen trabajo de los ministros en esta línea en el Consejo Federal de Educación y las decisiones apresuradas sin coordinación no le hacen bien al sistema. Pero no nos engañemos. La solución no es presencialidad solamente. Este es un pedido que obedece a la demanda de las madres y padres, lógica y sumamente preocupados por los hijos e hijas en casa y todo lo que esto supone en su educación y en la dinámica familiar. Pero el problema verdadero, el corazón afectado -volviendo a la metáfora previa- por el cual la sociedad debe velar y reclamar, es la enseñanza y el aprendizaje en la Argentina. No es posible que hace más de una década tengamos deficiencias tan serias en el derecho constitucional y humano de enseñar y de aprender. No es posible que los más vulnerados sigan siendo los más perjudicados, que se encuentren en situación de abandono cientos de miles de alumnos y que esta cifra pueda incrementarse y poner en riesgo ya a más de un millón de estudiantes.
¿Comprendemos lo que esto supone? Más pobreza y menores posibilidades de conseguir un trabajo digno, incremento del alcoholismo, del consumo de drogas y del trabajo infantil, mayores posibilidades de abuso y violencia a los menores de edad, incremento de sus problemas psicológicos y del embarazo adolescente, aumento de bandas juveniles armadas con la consecuente mayor inseguridad, menor calidad democrática al aumentar la cantidad de jóvenes sin preparación ciudadana, mayores costos económicos ante la necesidad de cubrir las falencias de estudios y peor formación de recursos humanos de futuros y eventuales empleadores. Esta problemática requiere de un cambio copernicano que tiene en la pandemia, y en lo que ella supuso, una oportunidad que la Argentina no puede desaprovechar. Por supuesto que debe comprenderse que la salud es una prioridad, pero también debe tenerse claro que lo es la educación. Por eso esta reacción debe ser el primer paso de un compromiso social más profundo con la educación. Justamente, una reacción atinada de las autoridades, y constituiría un buen ejemplo de liderazgo de la clase dirigente de nuestro país, sería convocar al dialogo, dejar actuar al Consejo Federal de Educación (que es según la Ley, artículo 116, el ámbito de concertación, acuerdo y coordinación de la política educativa), asumir la situación de fondo, dejar de lado las disputas políticas estériles, y trazar un plan estructural para transformar la educación de nuestra Nación, atacando el corazón del problema.
El Estado Nacional, las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tienen la responsabilidad principal e indelegable de proveer una educación integral, permanente y de calidad para todos/as los/as habitantes de la Nación, garantizando la igualdad, gratuidad y equidad en el ejercicio de este derecho, con la participación de las organizaciones sociales y las familias. Mejor no podría estar expresado. Es el artículo 4 de nuestra Ley de Educación Nacional, y debe cumplirse.
Aprovechemos esta oportunidad histórica. La sociedad ha despertado y tomó conciencia del problema educativo. Es el momento de ir por más. Es la educación, por favor.
Presidente de Educar 2050