Eduardo Sacheri: “Vivimos concentrados en la realización individual de un proyecto que fue colectivo”
Futbolero empedernido, el novelista analiza los ecos de una alegría mundialista que poco a poco cede lugar a las preocupaciones diarias y al dilema de habitar en un país donde, frente a la inercia de la política, las virtudes parecen haberse refugiado “en el ámbito de lo íntimo”
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Si no está escribiendo, está leyendo. O corriendo por las calles de Castelar, la localidad del oeste bonaerense donde se crio y aún vive junto a su mujer. Cerca de donde también viven sus hijos. Su verdadero éxito, confiesa. Y lo dice más allá de haber sido el autor, entre otros libros, de La pregunta de sus ojos (Alfaguara) que dio origen a la multipremiada película de Juan José Campanella El secreto de sus ojos (2009)
Desde fines de noviembre, Eduardo Sacheri no escribe ni una línea. Paró para ver el Mundial, todos los partidos. Todos. Es un fanático empedernido y sus lectores lo saben. Luego del festejo mundialístico, empalmó con las fiestas de fin de año y ahora prepara una escapada a las sierras. Siempre con los libros a cuestas.
Bajo los efluvios de ese estado festivo y distendido, Sacheri habló de su infancia, del precio del desarraigo, el de nuestros abuelos y el de los chicos que hoy emigran. Del costo de irse y de quedarse. Del “laberinto en el que parecemos regodearnos”. De la “falta de optimismo” sobre el futuro de la Argentina.
–¿Cómo viviste el Mundial y qué te pasó con el festejo colectivo?
–Lo viví con un creciente entusiasmo. Soy muy futbolero en general, me gusta mucho. No soy de esos que se acercan al fútbol solo en los mundiales. Pero esta cosa de involucramiento colectivo que tiene la selección es muy linda. Porque no es como es habitualmente el fútbol, una cosa medio facciosa de vos contra los otros, vos con algunos pero contra los otros, sino que tiene esta perspectiva extrañamente colectiva. Y encima jugando bien, pasando de fases. La verdad no me imaginaba que pudiera irles tan bien. Me puso muy feliz. Me alegró mucho, tanto por ese grupo de jugadores como por un montón de gente joven que no había visto a la Argentina salir campeón. Me parece que está bueno esto de que tengas alegrías propias sobre las cuales pararte. Por supuesto que ninguno de nuestros problemas profundos, cotidianos, permanentes, se solucionan con un triunfo deportivo, pero no soy de despreciarlo sino todo lo contrario.
Me alegró mucho, tanto por ese grupo de jugadores como por un montón de gente joven que no había visto a la Argentina salir campeón. Me parece que está bueno esto de que tengas alegrías propias sobre las cuales pararte
–La victoria llevó multitudes a la calle como nunca había sucedido en la Argentina. ¿Por qué la alegría fue tan grande? ¿Había algún otro pendiente?
–La magnitud del festejo la relaciono no solo con esta falta de motivos para festejar en otras áreas de la vida, sino también con salir de una etapa de mucho encierro, de todo el enclaustramiento pavoroso de 2020. Uno se olvida, pero estuvimos ocho meses encerrados. Y también tuvo que ver con que no tenemos otro horizonte compartido. No estoy diciendo que esté bien o mal, pero lo que te da el fútbol de la selección, ese reconocimiento colectivo, no hay nada en la Argentina que te lo dé. No hay ninguna otra temática donde estemos así de vinculados. Es raro salir y ver a todo el mundo en la misma sintonía que vos, en este caso de alegría y festejo.
–Esta selección también puso en evidencia un nuevo estilo de liderazgo. ¿Cree que habla del inicio de otra época?
–Distintos liderazgos pero también distintas maneras de vincularse con lo público. Estos chicos tienen redes sociales que te permiten asomarte a la interioridad de su vestuario de una manera única. El vestuario de la selección del ‘86 y del ‘78 es un misterio, no sabemos qué pasaba ahí adentro. Entonces también te da una sensación de familiaridad y de lenguajes compartidos que te los aproxima. El triunfo también te los aproxima, vamos a ser claros.
–Y sí, si perdíamos otro hubiera sido el cantar.
–Se hubieran despertado un montón de sensaciones muy negativas. Por suerte no sucedió. Me alegra que haya terminado así. No soy de aquellos que dicen “el fútbol es simplemente un opio, una fuente de aletargamiento”. Prefiero esa felicidad, sabiendo las dimensiones que tiene y lo fugaz que es.
–¿El mejor jugador, la mejor jugada, esa que le va a contar a tus nietos?
–Para mí, la mejor jugada fue el segundo gol contra Francia. Fue una cosa hermosa. Hablabas de diferentes formas de liderazgo y pensándolo en lo estrictamente deportivo, este Mundial tuvo un Messi extraordinario y también un montón de jugadores extraordinarios. En ese sentido, me parece que no va a quedar en el recuerdo esa cosa tan prometeica de Maradona allá adelante, desparramando ingleses, por decirte, que me parece que fue injusto con el resto del plantel del ‘86 porque todos jugaron muy bien. En el segundo gol contra Francia, es verdad, Messi les da dos toques hermosos a la pelota, pero hay otros cuatro jugadores que tocan de primera desde un arco al otro. Lo más lindo de esta selección es esta cosa colectiva, colaborativa, de perfiles más bajos, de asociación, que no es lo que suele celebrarse en la Argentina.
–Qué extraño que toda esta alegría se dé en paralelo a una Argentina en crisis.
–Siento que los mundiales tienen una característica de fiesta como concepto antropológico, me animo a decir. En el sentido de suspensión del tiempo y suspensión de las categorías sociales, las jerarquías. Y suspensión del interés por las otras cosas también. Como sucede en un lapso bastante corto, la sociedad hizo a un lado casi todo lo demás. Encima uno se puede poner a pensar si esto no le sucede a un montón de personas que sienten que el mundo de la política está en una sintonía que no tiene nada que ver con su vida. Me parece que el Mundial reforzó eso. Mirabas las redes sociales y no era que unas discusiones pugnaban contra otras, no: no existían.
–No había grieta.
–No había banderas políticas posibles. Como en una fiesta, se suspende todo hasta que eso termine, después vuelve la realidad.
–¿Pudo trabajar mientras transcurría el Mundial de fútbol?
–Nada (risas) Para mí los mundiales son momentos donde trato de hacer lo menos posible. Este Mundial terminó de la mejor manera, pero de no haber sido así, también hubiera visto todos los partidos posibles.
–¿Qué tenemos los argentinos para que afuera nos vean tan geniales mientras nosotros nos vemos repetir y repetirla historia y no aprender de los errores?
–¿Decís que afuera nos ven geniales? (risas) No puedo evitar ponerme en mi perspectiva de licenciado en historia, esto de pensar las cosas desde el horizonte cultural en el que nos criamos. Me da la sensación de que nosotros generamos un país, en algún momento hace más de cien años, donde podías progresar, crecer, cambiar, educarte, y todavía vivimos en los estertores de ese proyecto. Y cuando digo estertores es muy evidente que hace tiempo que dejamos de ser así, a nivel colectivo, me refiero. Vivimos concentrados en la realización individual de ese proyecto que otrora fue colectivo. Desde afuera a lo mejor todavía nos ven esforzados, imaginativos, trabajadores, que individualmente lo somos, pero en el conjunto se nos nota lo caótico, lo faccioso, lo pendenciero. Es como si ciertas virtudes se hubieran refugiado en el ámbito de lo íntimo, de lo individual. Lo que ya no podemos hacer como país, lo buscamos hacer como individuos.
–En este marco ¿cómo vive el éxito? ¿Cómo lo vive su familia? ¿Algo cambió en su vida desde que lo lee tanta gente y sus libros se convierten en películas?
–Hay cosas que cambiaron. Sobre todo cierta pérdida del anonimato. Eso es algo raro, que gente que no conocés, te conozca. Me acostumbro, pero sigue siendo raro. Y sigue pareciéndome como muy extraordinario que a la gente le guste lo que yo escribo. Cuando empecé a escribir, escribía para mí. Y sigo escribiendo para mí. Pero que esa labor de catarsis individual se convierta en una profesión, y una profesión que a determinadas personas les guste, me sigue asombrando. No encuentro una mejor palabra que “raro” para definir lo que se vive con ese reconocimiento. Podría decir… “es maravilloso”. Pero es más “raro” que “maravilloso”. Por suerte fue bastante paulatino. Mi primer libro salió publicado hace 22 años, mal que mal nos dio tiempo a acomodarnos. De hecho, sigo viviendo en Castelar, mis hijos viven por acá. Cada uno hizo su carrera universitaria, armaron sus planes de vida sin estar pendientes de lo que pasaba conmigo. Me parece que dentro de todo eso anduvo bien.
Es como si ciertas virtudes se hubieran refugiado en el ámbito de lo íntimo, de lo individual. Lo que ya no podemos hacer como país, lo buscamos hacer como individuos
–Le salió bien la paternidad.
–Quiero pensar que sí. Cuando recién hablábamos del éxito… para mí el éxito en la vida tiene mucho más que ver con cómo te vaya con tus vínculos que con cómo te vaya en tu profesión. Y es un laburo mucho más grande ser buen padre que escribir bien.
–Usted creció sin papá, lo perdió cuando tenía 10 años. ¿Cómo fue esa ausencia?
–Es una herida muy constitutiva de mi manera de ser. Porque era un papá muy presente el que yo tenía. Muy presente en mi vida y en la de mi mamá, en la de mis hermanos. Creo que nos costó mucho trabajo y mucho tiempo procesar esa ausencia. Tengo la ventaja de que como contrapartida tuve una madre muy presente… También una serie de figuras femeninas muy interesantes. Mi abuela, mi tía, mis primas, mi hermana. Creo que me dieron una mirada muy interesante sobre la vida que de otro modo no hubiera tenido.
–Y el fútbol le dio todo lo masculino.
–Sí, el barrio y mis amigos me dieron todo ese otro costado más típico, más esperable, que también disfruté mucho. Sin uno de los dos quizás hubiera quedado medio rengo. En ese sentido creo que fue una linda compensación.
–Entramos en modo verano, todos queremos hacer menos de lo que solemos hacer ¿Cómo es su tiempo de ocio?
–Con esto de trabajar escribiendo, parece que no, pero es más difícil cortar o diferenciar los momentos de ocio de los momentos de trabajo. Ahora no estoy con ninguna novela, ningún guion de cine, pero estoy leyendo para la próxima novela que voy a escribir. ¿Estoy laburando o no estoy laburando? Estoy como laburando a medias… Es cierto que no estoy escribiendo diez, doce, catorce horas por día como sí pasa cuando estoy muy metido con un proyecto, pero tampoco es que estoy haciendo nada. Mi mujer es psicóloga, entonces por ahí trato de no estar a full en enero que es cuando ella se toma su descanso. Y nos iremos una semana de vacaciones a la sierras. Las vacaciones que me gustan: lectura y caminata por la montaña.
–Como profesor de historia ¿por qué cree que en el último tiempo estamos haciendo foco en el regreso de la democracia? Pasa en su último libro, El funcionamiento general del mundo (Alfaguara), que se sitúa en 1983. Pasa también en la película Argentina, 1985. ¿Por qué seguimos repasando hoy esos años?
–En historia estudiamos el pasado a partir de las preguntas que nos formulamos en el presente. Evidentemente, estamos tan en desacuerdo con nuestras miradas sobre el presente que necesitamos seguir hablando del pasado. No creo que se trate de una insistencia enfermiza en hablar del pasado, en realidad de lo que estamos hablando es del presente. Como toda sociedad, vamos al pasado a buscar argumentos y perspectivas para lo que pretendemos para hoy y para mañana. Por supuesto que ninguna sociedad tiene cerrado el presente porque se abre hacia el futuro. Pero lo que sí es muy evidente es que hay unas miradas tan antitéticas que seguimos yendo al pasado. Y claro, el pasado más turbulento, y todavía próximo, es el de los setenta y los ochenta. En el último tiempo también se reabrió el debate sobre el menemismo.
–¿Vamos a poder salir de nuestros círculos viciosos?
–Si tengo que expresarte mis deseos, y considerando que vivo acá y mis hijos viven acá, te digo que sí. Pero es una expresión de deseos. Me parece que cuando una sociedad no solo se interna en un laberinto, sino que parece regodearse allí, salir es muy difícil. Seguimos discutiendo cosas muy hondas y seguimos sin ponemos de acuerdo. Y tenés fuerzas antitéticas muy parejas; es muy difícil salir del centro de esos laberintos.
–¿Cómo cree que lo viven los jóvenes? ¿Por qué se van unos y otros, como los suyos, persisten en el intento?
–El desarraigo tiene un costo. Entiendo a los que no quieren pagarlo. Y entiendo a los que deciden hacerlo. Lo que yo más lamento, volviendo a esa Argentina de hace cien años, es que nuestros abuelos pagaron ese desarraigo. Es muy triste volver a pagarlo tres generaciones después. Vivimos en una sociedad que no está dispuesta a ver qué hizo mal. Porque no fue que nuestros abuelos llegaron y les fue mal. Llegaron y les fue bien. Progresaron, se educaron, pero en algún momento eso dejó de funcionar. A nivel país me parece que las inercias son demasiado grandes como para que las cosas cambien en el corto plazo. No veo el modo de estar mucho mejor ni en uno, ni en dos, ni en tres años. En lo personal, no necesito más que lo que tengo. Lo cual es todo un privilegio. Que mi gente siga bien de salud y trabajando… Te lo digo y ya pienso: “uy, qué ambicioso. Salud y trabajo es un montón. Ojalá no me lo quiten”.