Ecuador, un país donde “primero está Dios y después los militares”
La ciudadanía ruega que se restablezca un clima de orden tras el audaz golpe narco del martes pasado
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GUAYAQUIL.- “Oye amigo, y ¿cómo está la cosa por allá?”, pregunta la viajera al militar que resguarda la zona de entrega de equipajes en el Aeropuerto José Joaquín Olmedo, en Guayaquil. “Así como ve en las noticias, señorita”, contesta circunspecto el uniformado, dando por hecho que su paisana conoce a fondo el ataque violento que sufre su país.
La respuesta no consigue tranquilizar a la joven, preocupada por lo que se encontraría tras el toque de queda y las horas de terror retransmitidas al mundo. Todo lo contrario.
Así fue la bienvenida a la capital económica de Ecuador -más “Guayakill” que nunca, como la llaman a raíz de la ola de violencia-, que adelanta la asombrosa crisis que atraviesa ese país, con la declaración de “conflicto armado interno” contra 22 bandas “terroristas” de todos los pelajes. Durante las distintas coberturas electorales de 2023 no solo Guayaquil, sino buena parte del país, han corroborado que ya no son aquella ciudad vibrante y aquel país pacífico, polo turístico, envidiado por su paz por toda la región.
Ecuador es hoy un país en estado de guerra y no porque lo diga el gobierno, así lo sienten sus gentes, que apoyan masivamente la mano dura de Daniel Noboa. “A los pandilleros se les acabó la fiesta”, asegura llevado por la adrenalina Carlos Ernesto Campelo, emigrante en España durante años y ahora de regreso a su casa. Estamos en el canal TC Televisión, noticia mundial en las últimas horas, cerrado a cal y canto por la Fiscalía. Un despliegue policial protege las instalaciones asaltadas por un comando kamikaze de los Tiguerones. Hay que buscar por fuera a los periodistas, traumatizados por la inusitada violencia de aquellos jovencitos enmascarados. Sus relatos, incluso sus conversaciones en los grupos de WhatsApp del trabajo, airean hasta qué punto sus vidas corrieron ese día un peligro extremo. El pasillo de acceso al estudio principal está agujereado por balazos. Los ecuatorianos, creyentes en su mayoría, están convencidos de que aquello fue un milagro.
En la carrera exprés, el reportero sabe que hay una parada imprescindible: el Cuartel Modelo, donde la Policía exhibe a los 13 asaltantes de TC Televisión. Son el contrapunto de la gran historia, los enemigos del pueblo, como dicen en los canales de televisión. Sentados algunos, inclinados otros en una grada, parecen unos adolescentes desmadejados, muy delgados. Hay dos menores y un chico venezolano entre ellos. Los tatuajes, más que endurecerlos, los ridiculizan, hasta con un conejito de Play Boy pintado en la cara. Parecen casi inofensivos, pero enmascarados fueron terribles. A los narcos les gustan así de jóvenes porque se convierten en sicarios sin escrúpulos, sin miedo a la muerte.
En un video que circuló por redes sociales hace horas, estos pandilleros ingresan en un centro penitenciario como si fueran héroes. Les gritan alguna consigna de su banda y ellos responden dibujando sus señales con los dedos. Dispuestos a seguir en acción desde dentro de las cárceles, convertidas en comandancias del crimen organizado.
Las calles han recuperado cierto brío, pero Guayaquil parece adormilado, como si tuviera miedo a despertar en medio de esta pesadilla. Es difícil encontrar ´disidentes´. “Estamos todos con el presidente, pero que se ponga los pantalones y no se acobarde. Lo que vivimos el martes jamás lo habíamos vivido antes; todavía estamos asustados, aunque yo he seguido sirviendo los almuerzos”, explica Yuly, al frente de un humilde comedor en el centro de Guayaquil, al que acuden vecinos y unos cuantos policías. En El Sazón de Yuly se vendió hasta la última deliciosa crema de zapallo (o sopa de calabaza) el martes de terror que ya ha pasado a la historia de Ecuador.
Una pareja de policías acaba de comer. Precavidos, reciben los saludos de la gente. “Tenemos el respaldo de la ciudadanía y del gobierno, vamos a seguir”, confirman al reportero antes de volver a su patrullaje.
Varias cuadras al norte se encuentra un cuartel de bomberos, convertido en centro de logística para abastecer a los uniformados que luchan en las calles. Agua, refrescos, barritas y comida recién hecha, esa es la contribución de empresas y ciudadanos. Todos están en el mismo bando.
Desde su atalaya en Barrio Boca Nueva, la vendedora de diarios María Medina confirma el apoyo popular al despliegue de fuerzas. “En esta guerra que estamos dando a la delincuencia, ellos tienen el poder”, asevera. Hace un rato se ha comunicado por mensaje con su sobrino, quien permanece con su mujer y sus tres hijos en un refugio de la frontera sur de EEUU. Tardaron un mes en llegar allí, atravesando la salvaje selva del Darién.
No importa que estés en Ecuador, Venezuela, Colombia, Cuba o Centroamérica. Las historias de emigración se repiten con distintas palabras, con parecidos motivos. EEUU vuelve a ser el sueño de la Tierra Prometida.
“La culpa de que se hayan ido la tienen la economía y la delincuencia, que hacen tan difícil la vida. Aquí trabajaba de albañil”, explica Medina.
Un camión de militares rompe el silencio en plena avenida del 9 de Octubre, de las más comerciales de la ciudad, pero balbuceante estos días. Desde la vereda, la farmacéutica Francisca Delgado les anima, les aplaude; antes incluso les regaló botellas de agua. “Primero Dios y después ellos, los militares. Les queremos en las calles”, confirma sus gestos con palabras.