Dylan Thomas, poeta para recordar
Un resonante nombre galés reúne a dos poetas de una misma lengua -pero de distintos continentes- que nunca se conocieron. El mayor murió cuando el menor tenía 12 años. Ambos, sin embargo, justifican inapelablemente ese nombre compartido. Del primero, Dylan Thomas, que sí proviene de Gales, acaba de cumplirse, el pasado 27 de octubre, el centenario del nacimiento. Aquel al que llamamos "el menor" es Bob Dylan, de nombre original Robert Zimmerman, gran cantautor emblemático de la liberación, el antisistema y el folk de los Estados Unidos.
Una leyenda urbana dice que Zimmerman tomó su apellido/seudónimo del admirado galés; sobre esta adscripción hay una serie de confirmaciones y desmentidos: el propio interesado dijo una cosa y la contraria, en distintas ocasiones. Personalmente, no puedo dejar de ligar a los dos. Cuando escucho, por ejemplo, Blowin' in the Wind ("Flotando en el viento") de Bob Dylan (la mejor versión es la de Marlene Dietrich), ante mí surge en seguida la figura del otro Dylan, del galés deslenguado y borracho, capaz pese a todo del lirismo más despojado. A ese lo tuvimos por un imbatible modelo de poeta, y merece aquí un pequeño homenaje, una valla contra el olvido.
Dylan Marlais Thomas nació en Uplands, un suburbio de Swansea (Gales del Sur, Reino Unido) el 27 de octubre de 1914. Su padre, David John Thomas (1876-1932), era un escritor y académico frustrado, que terminó trabajando como maestro de primaria en la Swansea Grammar School, en donde también se educó su hijo. Dylan mostró una notable precocidad, y se dice que ya a los cuatro años recitaba de memoria partes de obras de Shakespeare y fragmentos de otros poetas ingleses.
Desde temprano, Dylan prefirió el autodidactismo al aprendizaje escolar, y sembró su vida en las aulas con episodios de negación y rebeldía. Finalmente abandonó el colegio secundario y, a los 16 años, gracias a su padre, consiguió un puesto de redactor en el South Wales Evening Post, periódico que por algún tiempo sería un buen campo de ejercicios para su talento. Después del periodismo vino la incorporación a un juvenil grupo teatral, y por fin el viaje a Londres, donde se radicó. Sus primeros poemas, publicados en diversas revistas, habían causado fuerte impresión; los reunió en dos libros, Dieciocho poemas (1934) y Veinticinco poemas (1936). En este último año se casó con Caitlin MacNamara, con la que tendría cuatro hijos. En 1940 publicó su mejor libro en prosa, el Retrato del artista cachorro, que compila diez textos y relatos, algunos de clara raíz autobiográfica. Su más notable libro de poemas es, tal vez, Muertes y entradas (1946).
A pesar de su pertenencia a la etnia galesa, no terminó de aprender el gaélico, el viejo idioma popular de su región, y su firme apoderamiento del inglés mereció que lo llamaran el "galés anglófono". En realidad no hizo buenas migas con los nacionalistas galeses, que más de una vez le reclamaron fidelidad a sus orígenes.
Estallada la Segunda Guerra Mundial, quiso alistarse en defensa de su país, pero fue declarado no apto para el servicio militar. Se convirtió entonces en locutor y comentarista de la BBC de Londres, en donde su voz y los guiones que redactaba serían particularmente celebrados. Al final de la guerra vendría su desembarco victorioso en los Estados Unidos, sobre todo por los recitales públicos en los que leía (casi cantaba, se podría decir) sus propias obras, un poco a la manera de los grandes escritores del siglo XIX -Charles Dickens, Oscar Wilde- y sus giras de lecturas, tan exitosas como las de los ídolos del pop y del rock de hoy.
La otra leyenda, más oscura, es la del Dylan Thomas peleador, causante de escándalos, mal hablado y borracho empedernido. El alcoholismo, en especial, lo atravesó desde su juventud, y su vida escasamente próspera en lo económico contribuyó a esa dependencia. El mito del poeta romántico, siempre activo, la facilitó. Se dice que poco antes de morir en un hospital de Nueva York, el 9 de noviembre de 1953, dijo a manera de despedida (o de festejo): "Me tomé dieciocho whiskies seguidos. Creo que es un récord".
A modo de tributo al centenario del poeta, la editorial Weidenfeld and Nicolson de Londres acaba de publicar, hace poco más de un mes, sus Collected Poems (Poemas reunidos), anotados por John Goodby, quizá el mayor experto vivo en la obra del lírico galés, al que llamó "el Rimbaud de Cwmdonkin Drive" (por la calle en que vivieron los Thomas en Uplands).
Quizá sea mucho compararlo con Rimbaud, el más grande poeta de la modernidad occidental, pero no resulta inoportuno aceptar otra calificación de Goodby: el de una especie de surrealista inglés, que cultivaba el ímpetu, la musicalidad y la sensualidad de la palabra poética, a contrapelo de una tradición que más bien renegaba de lo sentimental y se complacía en la severidad de la inteligencia y el racionalismo. No respetó demasiado a quienes pudieron haber sido sus maestros, ya que eran poetas y críticos a la vez: de W. B. Yeats y Ezra Pound a T. S. Eliot y Wystan Hugh Auden. En su poesía, Gales funcionaba no como un rústico fondo inmóvil, sino como un espejo de rechazos y adhesiones, con una lengua nunca rutinaria.
Leíamos, con viejos amigos ya desaparecidos, como el inimitable poeta argentino Mario Morales, los poemas de Dylan Thomas casi con la misma devoción que las obras de André Breton y Paul Eluard, y nos gustaba más a medida que mejoraba nuestro inglés de escuela secundaria. Pero incluso en nuestro español tenía una sonoridad especial. Por ejemplo, en la buena traducción de Elizabeth Azcona Cranwell: "En mi oficio o arte sombrío/ ejercido en la noche silenciosa/ cuando solo la luna se enfurece/ y los amantes yacen en el lecho/ con todas sus tristezas en los brazos". O en mi versión: "Y la muerte no tendrá su señorío?/ Y aunque los amantes se pierdan el amor no se perderá,/ y la muerte no tendrá su señorío".
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