Drogas: por un cambio de enfoque
Las continuas crisis socioeconómicas que vive nuestro país, sumadas a problemas urgentes como la pandemia, el hambre y la inequidad social, acarrean como consecuencia que otras problemáticas no tengan la visibilidad ni el abordaje que merecen, como es el consumo problemático de sustancias, incluyendo al alcohol, la sustancia legal más consumida y que mayores muertes, enfermedades, violencia de género, intrafamiliar y daño social genera, muy por encima de las sustancias ilegales. Cuatro de cada diez accidentes automovilísticos están ligados al consumo de alcohol. Esta sustancia pasó a ser la droga de inicio en los adolescentes y niños: 1263 niños entre los 8 y los 12 años de edad fueron tratados por sus consumos en 2019 (fuente: Sedronar).
Estos datos ponen sobre el tapete las contradicciones de la droga. ¿Por qué una droga legal que convive entre nosotros goza de un halo de inocuidad frente a otras ilegales? ¿Cómo llegamos obstinadamente a abrazar políticas represivas que fracasaron, ubicando al consumidor o adicto como a un delincuente? ¿Por qué los medios cooperan al mostrar operativos cinematográficos de escaso alcance que fomentan el paradigma de "guerra contra las drogas" como si fuera exitoso? Es hora de ubicar al consumidor problemático en el ámbito de la salud, sus cuidados físicos, psicológicos y socioambientales en cualquier situación que se encuentre. Es decir, volver al lugar social y sujeto de derechos, lugar del cual nunca debería haber salido.
Con respecto a las drogas ilegales, el cannabis ocupa el tercer lugar como sustancia consumida. Después, en porcentajes mucho menores, se encuentran la cocaína, las drogas sintéticas y, por último, el paco. Resta mucho por hacer en este campo. Para comenzar, resulta indispensable discriminar y diferenciar qué implica legalizar y despenalizar el consumo, que son dos cosas absolutamente diferentes. La legalización conlleva a que el Estado, junto a empresas privadas, se encargue de la producción, distribución y comercialización únicamente del cannabis; cualquier otra sustancia queda fuera de este modelo, que ya implementan Uruguay, Holanda y varias regiones de los EE.UU. La utilización del cannabis medicinal, por la que tantas organizaciones sociales, como Mamá Cultiva, vienen bregando desde hace años para regularizar su utilización en un amplio espectro de enfermedades, necesita apoyo y legitimidad, que por fin tiene. Faltan estudios con casuística, profundización y rigor científico, lo que es muy difícil de hacer en un contexto prohibicionista, para seguir avanzando, aunque sobra evidencia científica sobre sus beneficios en ciertas enfermedades. Los investigadores tendrán las manos libres y elementos para seguir avanzando en el nuevo contexto no prohibicionista.
Las políticas de drogas tienen básicamente tres ejes: la lucha contra el narcotráfico, la prevención y la asistencia junto a la investigación. Vivimos décadas en que se invirtieron millones en la represión y poco en asistencia e investigación, en un desbalanceo. Todos los ejes son importantes, pero definitivamente el más postergado es el de la asistencia e investigación, juntamente con la necesidad de un cambio en la legislación, pues todas las sustancias acarrean riesgos. Se trata de minimizarlos, no de eliminarlos, ya que las drogas son una realidad ya instalada. El reciente decreto presidencial que autoriza el cultivo medicinal regulado, incluyendo la obligación de cubrir los tratamientos por las obras sociales y empresas de medicina prepaga, no hace más que ir en la dirección correcta y las recomendaciones de organismos como la Cicad, la OEA y la OMS. Ya en 2014 los expresidentes Zedillo (México), Ricardo Lagos (Chile), Fernando Henrique Cardoso (Brasil) y César Gaviria (Colombia) recomendaron fuertemente abolir el paradigma prohibicionista y ocuparse de los afectados como personas, no criminalizando el consumo.
Los debates sociales –como el aborto, la eutanasia, que ya se discute en otros países, y cómo enfrentar el problema de las drogas– suelen estar cargados de ideologías que dificultan y obstruyen pensar en términos técnicos, de salud social y cuidado de las personas. Resulta indispensable ir más lejos. Reforzar la fiscalización de normas existentes pero que no se cumplen, en referencia al alcohol, brindar información, regular tipos de sustancia, definir cuándo es para uso personal, reforzar la red asistencial, fomentar la asistencia comunitaria brindando oportunidades a los más vulnerables. Aceptar que existen consumos problemáticos y también no problemáticos, si bien todos conllevan algún riesgo.
Este cambio de paradigma promueve una sociedad más humana e inclusiva, reconociendo que un consumidor de drogas no tiene una falla moral; es tan humano como usted o como yo.ß
Socioterapeuta especialista en adicciones