Reseña: Continuar, de Laurent Mauvignier
El francés Laurent Mauvignier (Tours, 1967) elaboró su novela más reciente, Continuar, a partir de una noticia periodística aparecida en el diario Le Monde, en agosto de 2014. "Le habían advertido que era una estupidez salir con su hijo de esa forma, a la aventura, los dos solos –se lee en sus páginas–. Pero se había mantenido firme, respondiendo qué quieren que haga, que me quede de brazos cruzados, que deje que Samuel se hunda y me desentienda completamente". Una madre y un hijo adolescente, en viaje a caballo por Kirguistán –uno de esos remotos y novísimos países de Asia Central que fueron en su momento parte de la Unión Soviética– intentan reponerse de los excesos y los abandonos; ella viene de una separación y una mudanza de París a Bordeaux; él, de cambiar, del peor modo, el chip de niño a varón.
Mauvignier es un gran creador de escenas. Escenas breves y teatrales. Más que escenas, cuadros apenas dinámicos, pero notablemente dramáticos, que componen una canción violenta que se ajusta muy bien a la cínica violencia de estos tiempos.
Continuar sería una buena novela realista –por qué no, el pulso y el color de la prosa son justos– si no se sintiera en ella esa fobia posmoderna por el realismo y si la novela realista hoy, así sin más, no se ahogara en un imaginario un poco fuera de foco. En un reportaje de 1973, Rodolfo Walsh ya decía que "desde los comienzos de la burguesía, la literatura de ficción desempeñó un importante papel subversivo, que hoy no está desempeñando, pero tienen que existir maneras de que vuelva a desempeñarlo y encontrarlas". En esa encrucijada, que es la de la novela contemporánea, se encuentra la narración de Mauvigner. Hay un desplazamiento interesante en Continuar, pero lo que se modifica en el viaje de Sybille y su hijo a ese lugar remoto, geográfica y culturalmente, apunta sobre todo a precipitar un destino agónico, urbano y convencionalmente burgués. En uno de los discursos finales, ese punto ciego intenta pasar por clarividencia, una epifanía del joven, vuelto casi un kirguís más mientras su madre descubre que ha pagado caro su aventura de montaña. Con sus buenas intenciones, surge en ese último tramo una contradicción entre lo que la novela postula y lo que en realidad expresa: el inmediato terror o fascinación por el "otro" y lo desconocido.
Continuar
Por Laurent Mauvignier
El Cuenco de Plata. Trad.: E. Schmukler. 192 páginas, $ 590