Dos siglos con Carlos Calvo
Hace pocos días se cumplieron 200 años del nacimiento del diplomático y jurista Carlos Calvo, quien fuera “el argentino de mayor nombradía universal”, como lo calificó LA NACION al momento de su muerte en 1906. Como diplomático, Calvo supo hacer valer los derechos de Buenos Aires, el Paraguay y la Argentina en momentos cruciales de su historia. Como jurista, fue una figura clave a nivel global en el desarrollo del derecho internacional.
Calvo nació en Montevideo (aún parte de las Provincias Unidas) el 12 de febrero de 1822 aunque su familia se instaló en Buenos Aires siendo él muy joven. (Aunque han existido debates sobre su fecha de nacimiento, esta parece ser la fecha correcta, de acuerdo con su biógrafo Eduardo Pérez Calvo). Jurista autodidacta (no existen pruebas de que haya realizado estudios universitarios), la vida pública de Calvo comenzó en 1852 cuando fue nombrado vicecónsul en Montevideo, primero por la Confederación Argentina y al poco tiempo por Buenos Aires, cuando la provincia se separó de la Confederación. Su experiencia en Uruguay lo forjó como diplomático. Allí tuvo que lidiar con distintos intentos de desestabilización hacia Buenos Aires orquestados por los numerosos emigrados argentinos. Esto lo llevó a sumergirse en el estudio del derecho internacional, a fin de poder exigir el cumplimiento de las normas aplicables a los estados neutrales por parte de Uruguay.
Regresó a Buenos Aires en 1858, cuando fue electo diputado en la legislatura. En 1859 actuó como asesor del Francisco Solano López, hijo del presidente del Paraguay, quién hizo de mediador en la unificación de Buenos Aires con la Confederación. A fines de 1859, López le propuso a Calvo ir en misión diplomática al Reino Unido con el fin de restablecer las relaciones interrumpidas a causa del incidente de Canstatt y el ataque al Tacuarí. Santiago Canstatt (registrado como ciudadano británico en Buenos Aires) había sido detenido por las autoridades paraguayas acusado de formar parte de un complot para asesinar al presidente López. Como represalia por la detención de Canstatt, dos buques de guerra británicos atacaron al buque de guerra paraguayo Tacuarí en el puerto de Buenos Aires. En Londres, Calvo demostró ser un hábil diplomático que supo denunciar los excesos a las intervenciones armadas y usar la influencia de la prensa y los vínculos personales que iba construyendo para que los dos estados llegasen a un acuerdo amistoso.
A partir de allí Calvo se radicó en París y se dedicó a publicar la que sería su extensa obra. En 1868 aparece la primera edición del tratado “Derecho Internacional Teórico y Práctico de Europa y América”. El título refleja una constante en los trabajos de Calvo: buscar certeza (y evitar abusos) en el derecho internacional a través del análisis de la práctica seguida por los estados y hacer hincapié en que las normas internacionales aplicables a los países de Europa y América son las mismas. Calvo publicó las siguientes cuatro ediciones del tratado en francés, lo que le permitiría una difusión global de su obra y pensamiento.
A partir de 1876 Calvo retomó sus funciones como diplomático argentino. Actuó como comisario de inmigración de 1876 a 1884 y fue representante argentino en Berlín, Viena, San Petersburgo, París y la Santa Sede (donde contribuyó a restablecer las relaciones diplomáticas con nuestro país). En el ejercicio de esas funciones Calvo se ocupó de dar publicidad a los avances del progreso en la Argentina y de fomentar la inmigración, las inversiones y el comercio internacional. Calvo también colaboró en la defensa de los derechos argentinos en distintas cuestiones de límites.
Para aquél entonces Calvo era considerado una de las máximas autoridades del derecho internacional. Su tratado, traducido a varios idiomas, se había transformado en uno de los más influyentes, era objeto de consulta permanente por las distintas cancillerías y citado por los tribunales internos de muchos estados. Calvo recibió numerosas condecoraciones y reconocimientos de distintos estados e instituciones académicas y fue uno de los miembros fundadores (único latinoamericano) del Instituto de Derecho Internacional en 1873.
Una de las obsesiones de Calvo fue el desarrollo de los países de América Latina (fue uno de los primeros en utilizar este término para designar a la región) y su inserción en pie de igualdad en el escenario internacional. Ello surge del tratamiento dado en su obra a cuestiones tales como el fomento de la inmigración, el desarrollo del comercio internacional, el trato que debe darse a los extranjeros, la necesidad de garantizar la igualdad de los Estados, la condena a las intervenciones extranjeras, y la unidad de derecho internacional.
La obra de Calvo tuvo tal resonancia que trascendió su vida. Durante buena parte del Siglo XX se discutieron los alcances y la validez de la “Doctrina Calvo” (según la cual los extranjeros deben recibir el mismo trato que los nacionales y los estados no pueden recurrir a intervenciones armadas para el cobro de deudas o para realizar reclamaciones en favor de sus nacionales), y la llamada “Cláusula Calvo” (la posibilidad de que los extranjeros renuncien a la protección diplomática, reflejada en varias constituciones latinoamericanas). Hoy en día es común hacer referencia a Calvo cuando se habla del alcance que tienen o deberían tener los mecanismos de protección de las inversiones extranjeras. Sin embargo, muchas veces se pasa por alto que Calvo fue un convencido de la importancia de la inversión extranjera para el desarrollo de los estados y que siempre vio a la denegación de justicia como un límite al tratamiento otorgado a los extranjeros.
Los 200 años del nacimiento de Calvo son una buena oportunidad para revalorizar la monumental obra de quien fue, sin dudas, el primer intelectual argentino de alcance universal.
Investigador senior, Geneva Center for International Dispute Settlement (CIDS)