Dos filósofas frente a la guerra: Hannah Arendt y Simone Weil
Hannah Arendt y Simone Weil, probablemente las dos más grandes mujeres filósofas del siglo XX, nos dejaron las reflexiones tal vez más profundas y también quizás más opuestas sobre la guerra. Ciertamente ambas tenían un punto importante en común: las dos creían que la comprensión del fenómeno de la guerra es crucial para entender la verdad profunda de la sociedad y de la condición humana. Además, si bien vivieron la guerra desde muy cerca, pudieron sin embargo tomar la distancia suficiente para observarla, sin ser arrastradas por la ola del odio y del sufrimiento que arrolla casi inevitablemente a sus víctimas y contendientes directos. No obstante, y a pesar de estas coincidencias – a las que habría que sumar el hecho de que las dos vieron en la Ilíada de Homero la meditación más profunda sobre la guerra- Arendt y Weil divergieron acerca del modo de ponerle un límite a esta terrible tragedia humana.
Para Arendt el elemento diferencialmente estremecedor de la guerra moderna es el que estamos experimentando inesperadamente de nuevo con la guerra de Ucrania: el de “la posibilidad de la destrucción del mundo y la aniquilación de la vida humana”. Pero la guerra de aniquilación no es, según Arendt, exclusiva de nuestra moderna era atómica. Forma parte de la tendencia contenida siempre en toda guerra. De hecho, el primer gran poema épico occidental describe precisamente el carácter casi fatal de esa tendencia en su cruda narración de la guerra de aniquilación emprendida por los griegos sobre Troya.
Sin embargo, es posible para Arendt encontrar en el mismo poema homérico la puerta de salida a esta tendencia. En su opinión, la Ilíada es el primer texto de la literatura mundial que reconoce con asombrosa objetividad el valor humano de los vencidos y por ello representa también el primer esbozo del gran sueño griego, intentado más o menos infructuosamente en la polis y aplicado finalmente con éxito solo por los romanos: el de reemplazar gradualmente la guerra como violencia aniquiladora por el acuerdo político. De allí que para Arendt, sea sobre todo urgente recuperar el arte de la política, entendido como la búsqueda constante e incansable de los pactos más razonables y de las leyes más justas entre los actores en conflicto, un arte olvidado trágicamente por nosotros, los modernos, dedicados a una irracional competencia por la acumulación de poder entre individuos, facciones y Estados. El retorno del antiguo ideal grecoromano “de no aniquilar jamás sino siempre ampliar y extender nuevos tratados”, constituye así para Arendt el único milagro que podría salvar a la humanidad de una guerra total con consecuencias irreversibles.
Muy diferente es la mirada de Weil, quien ve no solo en la guerra de Troya, sino en toda guerra un engranaje fatal en el que domina, inapelable y absoluto, un solo héroe: el de la fuerza y la violencia. “Un uso moderado de la fuerza -afirma- que es lo único que permitiría escapar al engranaje, demandaría una virtud más que humana, y tan rara como el mantenerse digno en la debilidad.” En su opinión, una vez desatada la guerra, “la tentación al exceso es casi irresistible…Tan implacablemente como la fuerza aplasta, así implacablemente embriaga a quien la posee o cree poseerla. Nadie la posee realmente.” Así, “la violencia aplasta a los que toca. Termina por parecer exterior al que la maneja y al que sufre. Entonces aparece la idea de un destino bajo el cual verdugos y víctimas son igualmente inocentes; vencedores y vencidos, hermanos en la misma miseria. El vencido es causa de desgracia para el vencedor como el vencedor para el vencido.” Aunque es verdad que algunas “palabras razonables se pronuncian a veces en la Ilíada -las de Tersites lo son al más alto grado, las de Aquiles irritado lo son también”, sin embargo, al final, según Weil,”las palabras razonables caen en el vacío.” De hecho, la objetividad de Homero no revirtió la aniquilación de Troya ni la sabiduría jurídica de Roma impidió la destrucción total de Cartago.
Por eso para Weil, a diferencia de Arendt, el solo arte de la política no pudo ni podrá jamás detener realmente la guerra. Solo una cosa, según ella, es capaz de vencerla: la transformación del alma de los contendientes. Como sucede cuando Aquiles, de pronto dice: “nada vale para mí lo que la vida, aun todos los bienes que se dice que contiene Ilión, la ciudad tan próspera…Pues se pueden conquistar bueyes, gordos carneros...pero una vida humana, una vez que ha partido, no se reconquista jamás.” La toma de conciencia del valor de toda vida humana, aún la del enemigo, y el coraje de entregar la propia para defenderla, constituye, según Weil, “el triunfo más puro del amor, la gracia suprema de las guerras”. Solo ella es el milagro que hace nacer “la amistad que sube al corazón de los enemigos mortales”, haciendo también “desaparecer la sed de venganza por el hijo muerto, por el amigo muerto” y borrando “por un milagro aun mayor la distancia entre bienhechor y suplicante, entre vencedor y vencido.”
Ciertamente, para Weil, “esos momentos de gracia son raros en la Ilíada” y en toda guerra. De hecho, “constituyen siempre un misterio”, del cual “los dioses son los autores”, ya que éstos son los únicos capaces de “conmover verdaderamente la imaginación de los hombres”.
Contemplar dichos momentos de coraje y amor en medio del horror de la actual guerra de Ucrania, y de cualquier otra guerra, basta para hacernos sentir, tal como nos recuerda Weil, “una aguda nostalgia hacia todo aquello que la fuerza hace y hará perecer.”
Centro de Economía y Cultura, UCA