Dos desafíos: crecer e invertir en capital humano
La idea que tenemos sobre la evolución económica de la Argentina en el concierto de las naciones es desmoralizante. Esta conclusión se basa en la evolución de nuestro producto bruto interno (PBI) per cápita frente al de otros países.
Según el indicador, para un total de 121 países para los que se tienen datos quinquenales comparables entre 1913 y 2020, las posiciones del país para dichos años fueron 9 y 43, respectivamente. Lo más curioso de esto no es tanto la pérdida de posiciones, sino quiénes nos sobrepasaron: países europeos, tigres asiáticos y exportadores de petróleo. Esta caracterización permite, hasta cierto punto, retomar el aliento, ya que está claro que no pertenecemos a ninguna de estas familias, y, por lo tanto, no seríamos un caso de inexplicable y brutal fracaso.
El panorama es aún más alentador cuando se analiza un índice de desarrollo humano que no incluye el PBI per cápita, como el elaborado por la Fundación Rafael del Pino de España. Este considera indicadores de esperanza de vida, escolaridad y el grado de vigencia de la democracia liberal, los cuales iluminan dos dimensiones claves del desarrollo: el capital humano con que contamos y el entorno cívico en el que nos desenvolvemos.
Al examinarse este último indicador, lo primero que se puede destacar es que entre 1913 y 2020 nunca estuvimos entre los primeros 10 países del mundo. Nuestra mejor ubicación fue el puesto 18 en 1938 y las peores coincidieron con los períodos no democráticos o de fragilidad institucional: 1933, 1950 y 1955, 1970 y 1980. Este último fue en el que detentamos la peor de todas: 51 entre 121 países. En 2020 nos ubicamos en el lugar 29, antecedidos por los países desarrollados, Chipre, Chile y Costa Rica, precediendo a Uruguay, Singapur y Sudáfrica. Si se examinan en conjunto ambos indicadores surge que la caída en los rankings ha sido consecuencia de su retraso con respecto a los denominados países desarrollados y a algunas situaciones específicas. Con países como Costa Rica, Chile y Uruguay, las distancias no son significativas y han variado a lo largo de los años. La mayoría de los exportadores de petróleo tienen un ingreso per cápita muy superior al nuestro, pero se ubican muy por debajo en el ranking de desarrollo humano, con excepción de Noruega. Ocurre algo similar con los países asiáticos de altos ingresos: salvo Japón y Corea del Sur, el resto tiene niveles de desarrollo humano menores que los de la Argentina.
Entonces, si bien la percepción de caída libre en el contexto global puede encontrar algún fundamento cuando se toma el ingreso per cápita, lo cierto es que este juicio debe relativizarse. Primero, existieron factores claramente identificados que contribuyeron al reposicionamiento económico de tres grupos de países; segundo, hay campos relevantes, como la salud, la educación y la vigencia de la democracia liberal, en los que nuestra divergencia en los últimos 100 años no ha sido significativa.
Lo expuesto nos permite compartir una reflexión para este año electoral. Si bien recuperar el crecimiento económico sostenible es sumamente importante, lo es también invertir sabiamente en la formación de capital humano. Además, y coincidiendo con los cuarenta años de la restauración de la democracia, es imprescindible que la dirigencia tenga un compromiso indeclinable con la plena vigencia de los ideales de libertad y democracia republicana de nuestra Constitución nacional, en un mundo que tiende a condicionarlos, minimizarlos o rechazarlos.
Director del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad del Salvador (USAL)