¿Dos campanas? Trump, Brexit y el falso equilibrio
La campaña presidencial del magnate estadounidense y el resultado del referéndum británico ponen en debate la imparcialidad y neutralidad de las coberturas mediáticas, principios fundamentales del periodismo anglosajón
En el hilarante discurso que dio en la última cena con corresponsales de la Casa Blanca, Obama les habló directamente a los periodistas sobre el vínculo que construyeron con Donald Trump. Con un guión confeccionado con precisión relojera, les adelantó que él no iba a hablar demasiado sobre el magnate: “Siguiendo el ejemplo de ustedes, quiero mostrar un poco de control. Porque creo que todos coincidimos en que desde el comienzo, él ha tenido la cantidad apropiada de cobertura (en los medios), acorde a la seriedad de su candidatura. Espero que estén orgullosos”, dijo, irónico, frente a un auditorio que no se rió tantísimo de esto último.
Obama criticaba la fascinación que el periodismo mostró frente a este viejo/nuevo personaje y el modo en que contribuyó a su enorme visibilidad. Trump, claro, hizo lo propio, con mensajes rimbombantes destinados a hacer gritar al resto. Pero la “propaganda gratuita” que le ofrendaron -en parte cuando nadie lo consideraba muy en serio- llegó a estimarse en marzo en 2 billones de dólares, lejos de los 746 millones de Hillary Clinton y 321 de Sanders.
Frente a la anomalía general que representa esta candidatura para tantos ámbitos de la vida pública, el del periodismo y cómo la gente se informa de cara a las próximas elecciones viene adquiriendo más relevancia, especialmente en cuanto a los debates de qué hacer con los mensajes extremos -lindantes con el discurso del odio-, cómo se confronta en tiempo real con mentiras del discurso político y, a la vez, qué significaría ser “neutral” o “imparcial” en la era Trump.
Caras y caretas
En agosto de este año, el comentarista de The New York Times Jim Rutenberg publicó una columna sobre los problemas que supone la candidatura de Donald Trump para el periodismo que persigue la objetividad. En el texto, le habló a otros periodistas a los que les toca cubrir a quien consideran un peligro: “Vas a estar más cerca que nunca de ser opositor. Eso es incómodo y es un territorio inexplorado para todos los periodistas convencionales y no de opinión que yo conocí en mi vida, e insostenible en estándares normales”. A raíz de esta columna, Howard Kurtz sentenció desde Fox que finalmente los periodistas están saliendo del closet para ratificar lo que era obvio: que la prensa del establishment está en contra de Trump y favorece a Hillary Clinton. Eso, se quejaba, “erosiona nuestra ya dañada credibilidad”. Para Kurtz, el hecho de que periodistas y reporteros –no columnistas, que sí suelen hacer pública su opinión– estén reaccionando de este modo ante un eventual escenario que ellos consideran peligroso para el país y la humanidad los aleja del periodismo: “Si esa es tu visión, no sos más un periodista: sos partidario”.
Muchos otros periodistas vienen sumándose a las filas de los que hacen explícita su preocupación. Y lo hacen poniendo en crisis la definición de imparcialidad, ecuanimidad y objetividad que funciona habitualmente como guía profesional explícita en buena parte del periodismo estadounidense. La editora Liz Spayd, a cargo de supervisar la ética periodística en el NYT, publicó otro texto que hizo ruido titulado “La verdad sobre la falsa ecuanimidad” en el que llamaba a no exagerar con esta acusación: “La falsa ecuanimidad, a veces llamada falsa equivalencia, refiere despectivamente a la práctica de periodistas que, en su afán por ser justos, presentan cada lado del debate como igualmente creíble, incluso cuando la evidencia fáctica está fuertemente sobre un lado” para dar como ejemplo la típica queja de “equiparar una falla menor de Hillary Clinton con una mayor de Donald Trump”. Todavía más vehemente, Jack Shafer, de Politico, sentenció que una devoción servil al equilibro sería perjudicial para el buen periodismo. Y Lucia Graves, de The Guardian agregó: “Lo que es tendencioso es hacer un reporte del tipo Él dijo/Ella dijo, y es ser tendencioso a favor de Trump, porque mucho de lo que dice no es verdad”.
Cotidianamente hay periodistas que se enlistan de un lado o del otro. El debate no se centra solamente en cuán sólidos, verdaderos o cuestionables son conceptos fuertes como el de objetividad, ecuanimidad o profesionalismo –aunque esto forma parte–, sino también en cuál es el lugar que tradicionalmente han asumido los periodistas y del que a veces quieren moverse, también explícitamente.
Sin lugar para los débiles
En este momento áspero de la política estadounidense (y mundial) el escenario no deja de ser un poco extraño: por un lado, aparecen estos atribulados renunciamientos a lo que ellos consideran un baluarte –si bien discutible– de la profesión que ejercen; por otro, existe un bombardeo discursivo ciertamente enardecido –de políticos, pero también de comentaristas online y también en televisión y radio– frente al cual los pruritos de la neutralidad pueden parecer tanto una resistencia deseable como un registro fuera de época.
Lo cierto es que cada sociedad construye sus mitos y es probable que el mito del periodismo en Estados Unidos esté mucho más asociado a la incorruptibilidad del sabueso que al periodista que enfrenta con sus textos a un sistema violento. A modo de ejemplo, Leonard Downie Jr, editor ejecutivo de The Washington Post por casi 30 años, no estaba registrado ni votó nunca mientras ejerció como periodista. Cuando se retiró, le preguntaron si ahora iba a votar, y él contestó: “Voy a tener que pensar al respecto, porque no solamente dejé de votar: dejé de tener incluso opiniones privadas sobre políticos o temas para tener la mente totalmente abierta a la hora de supervisar nuestra cobertura”. Incluso Will McAvoy, el periodista republicano ficticio de The Newsroom, hacía alarde de su ecuanimidad. En las redacciones de los diarios más conocidos, son también famosos sus códigos de ética, que los periodistas del medio tienen que conocer.
Así como en las últimas décadas, con la llegada de Fox, la aguja rebota más cerca del costado de la opinión y más lejos del centro, la imparcialidad como meta tiene una historia extensa. En su libro America´s Battle for Media Democracy: The Triumph of Corporate Libertarianism and the Future of Media Reform, el académico estadounidense Victor Pickard recorre los vaivenes regulatorios que atravesaron a la prensa liberal. La conocida doctrina de la imparcialidad (“Fairness Doctrine”), aprobada en 1949 por la Federal Communications Commision, exigía que los medios cubrieran los temas de interés público y que lo hicieran presentando las diversas posturas que formaban parte del debate. Esta doctrina fue en parte justificada por lo limitado del espacio radioeléctrico: es decir, mientras menos canales había, más necesario era que cada uno presentara diversos puntos de vista. Como sucede siempre en temas de regulación de medios, esta doctrina –y otras políticas regulatorias– disparaba la gran pregunta de si cercenaba o fomentaba la libertad de expresión.
Fue durante el gobierno de Reagan que el director de la FCC, Mark Fowler, lideró el comienzo del fin de la doctrina de la imparcialidad, entre otras regulaciones. Sin embargo, la regla de igualdad de tiempo para los distintos candidatos en campaña sobrevive en Estados Unidos hace casi 100 años.
Más allá de Trump, el clima en general parece haber mutado con respecto a este tema. La existencia de medios como Fox o MSNBC mostró que el alejamiento del centro de los medios estadounidenses puede ser un muy buen negocio. Según decía el académico de New York University Jay Rosen años antes de que Trump presidente fuera un sueño o pesadilla, una forma de dar un paso hacia adelante sería abandonar la ideología de la “falta de una mirada” y aceptar que los periodistas tienen sus visiones. A su vez, proponía usar ´transparencia´ en lugar de ´objetividad´, como una nueva piedra fundacional para hacer crecer la confianza de las audiencias. Algo de sus dichos parecen estar materializándose.
Leave vs Remain
En otra parte del mundo la discusión sobre lo problemático y falaz que puede ser el exceso de imparcialidad y la falsa ecuanimidad tuvo su pico en la mitad del año. Después del baldazo que implicó Brexit, unos cuantos académicos, políticos y representantes de la sociedad civil salpicaron de responsabilidad a las reglas de imparcialidad de la BBC por haber dificultado un correcto entendimiento del tema. Un tiempo antes de la elección en junio, el ex diputado laborista Jim Murphy ya había ironizado sobre el constante guiño británico a la neutralidad: “En su versión más pura, observa el incendio de una casa y declara que es una lástima para los dueños de la propiedad pero una alegría para el fuego”.
A los pocos días del resultado del referendo, el productor de cine David Putnam, ex miembro de la mesa chica de Channel 4, presentó un informe sobre el futuro de los medios públicos. Entre periodistas, académicos y gente de la política, la elite perpleja que dejó el Brexit, el Lord cargó contra la BBC por haber hecho una cobertura “estreñida”. Pero además, resaltó una incoherencia en la regulación de medios en el Reino Unido. Mientras la televisión tenía que ser imparcial debido a las reglas de Ofcom, los diarios no tienen obligaciones. Según su análisis, la prensa escrita fue en un 84% pro Brexit y en un 16% anti. “Si vos tenés 50-50 en televisión por estatuto, y 84-16 en prensa escrita, eso no es equilibrio, es desequilibrio”, dijo ofuscado.
Otros, en cambio, defienden las reglas de imparcialidad para la BBC y culpan a la campaña por Remain por el resultado. “No estoy seguro de que realmente les gustaría que la BBC empezara a tomar posición en los temas importantes y perseguirlos con la ferocidad de los diarios -dijo el periodista y profesor de London School of Economics, Charlie Beckett-. La BBC es un refugio seguro de periodismo aburrido, a medio camino y orientado a los hechos. Un escenario para el debate nacional. Si los políticos son lo suficientemente tontos para poner un tema constitucional tan importante en una boleta binaria, entonces corresponde a la BBC darle igual tiempo en el aire a ambos lados”.
Hay otros problemas posibles con la interpretación de las reglas de imparcialidad. Y es que a veces pueden lindar con la libertad de expresión. A saber: resulta que el conductor británico John Oliver había hecho un informe totalmente en contra de Brexit en su programa, emitido por HBO en Estados Unidos y repetido por Sky Atlantic –propiedad del magnate Murdoch– en el Reino Unido. Tenía que salir un lunes, tres días antes del jueves del referendo. Sky decidió posponerlo y pasarlo el jueves al cierre de las mesas de votación, alegando las reglas que exige Ofcom. Según esas reglas, Oliver tenía que dar un contraargumento para no excluir posturas contrarias. El video se vio masivamente por internet.
Cambio de clima
Pero los falsos debates no atañen solamente a la política. De hecho, el terreno de la ciencia es especialmente fecundo. Hace dos años, el mismo John Oliver le dio duro a la falsa ecuanimidad a la hora de tratar la influencia de la acción humana en el cambio climático cuando citó una encuesta en la que decía que 1 de cada 4 estadounidenses era escéptico respecto del cambio climático. Luego se burló del tipo de cosas que se someten a la opinión popular: “¿Es más grande el número 5 o el 15?”, se preguntaba. Todavía más crítico sobre la representación incorrecta del debate –ya que la influencia del hombre en el cambio climático cuenta con un 97% de consenso científico–, planteó cómo debería ser un debate representativo sobre el tema en televisión e invitó al set a 3 personas que negaban esta influencia y a 97 que la defendían.
La emergencia de Trump reaviva una discusión recurrente sobre objetividad, subjetividad y credibilidad de los medios. Y lo hace en un contexto en el que se discuten varios otros aspectos del consumo de medios. Si el 62% de los adultos estadounidenses consume noticias en redes sociales, la pregunta podría extenderse a cómo se cruzan, en este caso, la “imparcialidad” de los medios tradicionales con la forma desmembrada de consumir noticias del presente. Por el momento, los medios en Estados Unidos van probando nuevos tonos y estrategias. MSNBC, por ejemplo, mientras Trump habla de un supuesto video que vio en el que Estados Unidos entregaba 400 millones de dólares a Irán, chequeaba sus dichos y agregaba en el videograph, al lado de la palabra video, un paréntesis con la leyenda “Inexistente”. Como dijo la periodista Lucia Graves en The Guardian: “Cada medio ha manejado el desafío único de Trump de maneras diferentes, pero generalmente significa trabajar más duro”.