Dos caminos, dos dirigencias
Nuestro país se estremece por su presente calamitoso. Los argentinos observan ensimismados y empobrecidos el espectáculo circense de un gobierno cuyas tropelías, dramáticas, dejan al descubierto a diario todo su carácter y vocación antidemocrática. El Gobierno rebalsa de autoritarismo, violencia política y corrupción. No hay farsa, disfraces, simulacros y escenificaciones que lo puedan tapar. No se puede negar la ley de gravedad.
Hay dos caminos en el país. El derrotero que enfrentamos configura la nueva contradicción fundamental de los argentinos. Es un tiempo bisagra en el cual hay que tomar partido. Por un lado está el camino del oficialismo, un proyecto de poder autocrático, familiar, consanguíneo y hereditario, ajeno al interés colectivo. El país donde los jóvenes están frustrados, los abuelos olvidados y los trabajadores empobrecidos. La cultura de los antivalores. Es mejor un cargo o un plan que trabajar, mejor usurpar que producir, y robar que servir. Mejor adelantarse en la cola que esperar el turno.
Con esa cultura, en la que se considera que la corrupción es admisible porque se hace “para la liberación”, no salimos más. Es la cultura de la anuencia con el narco, del uso de los pobres y la blandura y lenidad con los delincuentes. En esa cultura los niños mueren buscando comida en un basural o con hambre de agua. La cultura que no sólo hizo todo tipo de transas y negociados con las vacunas, sino que le otorgan planes sociales hasta a los muertos que hacen votar en las elecciones.
Por otro lado, el camino del republicanismo que, desde la vigencia en plenitud de nuestro programa mayor que es la Constitución Nacional; propugna por darle una alternativa de salida a los argentinos, contenedora de la gente, seria e integral, que recupere la cordura cívica y haga que funcionen las instituciones.
El oficialismo liderado por la vicepresidenta promueve instaurar el modelo de la tiranía neopresidencialista y populista de la provincia de Santa Cruz.
Ya Alexis de Tocqueville nos hablaba acerca del despotismo tiránico democrático. La movilización de masas atomizadas; la fascinación por el activismo extorsionador; la propaganda mistificadora y de manipulación victimista, el adoctrinamiento ideológico; la duplicación y cerco de las instituciones del Estado a través de una jerarquía de organizaciones militantes paraestatales, así como el terror organizado, la dominación absoluta, la demolición institucional y la aniquilación moral de la sociedad.
El totalitarismo del kirchnerismo se ha revestido siempre de justificaciones ideológicas de la corrupción, la violencia y el autoritarismo con cancelaciones culturales, señalamientos, escraches y persecuciones a periodistas, jueces, opositores y toda voz disidente.
En ese orden, se debe enmarcar el alzamiento de la vicepresidenta y de sus senadores -que le hacen seguidismo rogatorio- en el caso del senador Luis Juez, para desobedecer el fallo de la Corte que dispone integrarlo el Consejo de la Magistratura. Un acto delictivo, demencial e irresponsable en el medio de este naufragio político, institucional, económico y social que vive el país.
El Consejo de la Magistratura que quiere Cristina es como el que maneja en Santa Cruz, donde nombra parientes, militantes y exfuncionarios del gobierno. El último juez nombrado en la Corte santacruceña es Fernando Basanta, que ni siquiera tenía la antigüedad mínima en el ejercicio profesional, es decir, no había ejercido como abogado.
Se desnuda así el clásico bonapartismo del kirchnerismo, ya expresado en el caso de la negativa a reponer en el cargo al Procurador de Santa Cruz, Eduardo Sosa, desobedeciendo seis fallos de la Corte que le ordenaban reintegrarlo al cargo, por el cual había sido depuesto por una ley espuria, que escondía el fastidio con la investigación de delitos de corrupción, aún pendientes de rendición de cuentas (fondos de Santa Cruz, obra pública, reforma inconstitucional de la Constitución provincial, entre los más graves).
El desprecio que hoy Cristina Kirchner exhibe contra el fallo de la Corte es el mismo que tuvo con todo el plexo normativo que prohíbe adueñarse de los bienes del erario público, que ella misma administraba por mandato popular.
Que importante ha sido que la vicepresidenta no haya podido quebrantar y desbaratar el último dique de contención para evitar que el país se convierta en la provincia de Santa Cruz. Esto demuestra que debemos reforzar los controles y resignificarlos, a la vez que restablecer los anulados. Los controles institucionales que el kirchnerismo aborrece fueron pensados para resolver estos conflictos y desvaríos cuando se da la circunstancia de estar frente a un poder que solo procura demoler el sistema, rendir, doblegar, subyugar y oprimir.
El kirchnerismo desconoce los fallos que no le convienen, la conformación del Concejo de la Magistratura que no le conviene, las leyes que no le convienen, los datos que no le convienen que son o negados o falseados, las reglas electorales que no le convienen y hasta los muertos que no le convienen. Quienes mueren cuando ellos gobiernan, no importan. Los muertos que no se pueden utilizar políticamente, tampoco importan. Por eso, en este proceso de ataque a la división de poderes, a las instituciones, a la verdad y a la democracia, no podemos descontar la posibilidad de que se trate de evitar a toda costa un eventual resultado adverso en las urnas. Claro que estoy hablando de la trampa electoral el año que viene en la provincia de Buenos Aires.
Sostuve desde la vuelta del kirchnerismo que iban a poner en crisis la democracia. Es que la vicepresidenta cree que está por encima de la justicia, porque fue elegida por el pueblo y los gorilas y la derecha que pone piedras la persigue. La indigesta a Cristina Kirchner no clausurar en tribunales definitivamente el juzgamiento de sus delitos.
Por eso, no se puede descartar que Carlos Zannini, actual Procurador del Tesoro, que fue presidente de la Corte santacruceña para evitar la cárcel de los Kirchner y dueño de su lapicera durante su presidencia, esté pensando en nuevas trampas para llevar adelante la tarea que hoy ocupa; artífice del plan de demolición institucional de Cristina Kirchner. Guía y constructor de los Kirchner, usina del gran relato, guerras, montajes y operaciones; esté pensando en una hipótesis, para que, junto con la presión de La Cámpora, Alberto Fernández tenga que pedir licencia o renunciar en 2023. La idea en el laboratorio de Zannini es dejar a Cristina Kirchner en la Presidencia, como forma de presionar a la justicia frente a la catarata de condenas que se le avecina, y que afronte el turno electoral como presidente y candidata a la vez, casi de un nuevo gobierno, que se busca plebiscitar.
Desde la oposición, existen diferencias y hay toda una discusión que debe encontrar un proceso de viabilidad y organicidad para debatirlas. No hay porque negarlo. Hay diferentes diagnósticos de la gravedad del momento que vive el país, lo que enfrentamos y lo que significa cambiar y lo que hay que hacer. Si no se resuelve este intríngulis de manera virtuosa y que ese debate sea un aporte al país, no podemos gobernar la Argentina.
El país está por encima de cualquier interés. Veo una confusión que termina siendo imperdonable. Los egos y las miserias que se empiezan a ver deben dejarse de lado, sino van a terminar haciendo que Cristina sea competitiva en el 2023. Sostuve durante este tiempo que no debe preocupar la existencia de candidatos con legítimas pretensiones, pero si preocupa que la coalición sea una fábrica de candidatos y no sea una fábrica de cohesión, de consistencia, de nitidez y de un conjunto de ideas acordados que sostengan un programa de gobierno en común.
Preocupa que algunos, desde la coalición se dediquen a cuestionar al expresidente Macri -como quiere que se haga y hace Cristina Kirchner- en vez de discutir sus propuestas de cambios estructurales.
Preocupa que algunos dirigentes, por conveniencia, cuestionen a Macri, y lo señalen como un problema, a la vez que ven con agrado incorporar a la coalición a dirigentes como Urtubey, Randazzo, Berni y otros no tan conocidos en las provincias, y barones del conurbano, que son parte del pasado y no se pueden reciclar. Sorprenden las sociedades con sindicalistas kirchneristas, con Moyano y hasta con el ministro Massa, cuando son el modelo dirigencial que amenaza con bloquear el cambio.
Por estas cosas, la sociedad se confunde cuando frente a la demolición institucional de la vicepresidenta, desde la oposición surgen voces que la igualan con el expresidente. Lo grave de estas declaraciones, como las del diputado Facundo Manes, es que parece estar a cinco minutos de decir que Milagro Sala es una presa política, mientras Cristina está a dos minutos de decir que al país lo gobierna Alberto en coalición con Juntos por el Cambio. Algo no está claro en algunos dirigentes en cuanto a la nitidez de donde están parados, que dan lugar a estos disparates.
En estos dos caminos que tiene el país, también hay dos clases de políticos. En la arena política están quienes participan, obtienen cargos públicos y dedican primordiales esfuerzos para mantener su condición a la espera de que suceda un cambio. Desde un puesto parlamentario -o ejecutivo-pueden votar o decidir en una dirección y hacerlo en la opuesta tiempo después, porque entienden que “perpetuándose” al final del camino el cambio llegará: es un error. Hay otra clase de políticos que toman sus decisiones en el sentido que su conciencia y escala de valores dictan. A menudo por tal razón el sistema político los separa: es su castigo por pretender el cambio real. A menudo oficialistas y opositores que mantienen entendimientos y operan en concordancia subterráneas así lo convienen. La Argentina, como modelo en el mundo occidental, horizonte de los inmigrantes de todo el mundo que supimos ser, se gestó a través de enormes dirigentes que nos precedieron, que lucharon con sus vidas para que triunfe el camino correcto y la mejor dirigencia. Hay que elegirla.
Diputado Nacional mc UCR/JxC