Donald Trump y su visita a Europa reflejan un mundo en evolución
Con un tono mucho más amable que el que habitualmente utiliza, el presidente norteamericano Donald Trump participó personalmente en las recientes ceremonias con las que Europa recordó el desembarco del llamado "Día D", con el que comenzara la invasión aliada a Europa continental durante la Segunda Guerra Mundial. El 6 de junio de 1944, esto es setenta y cinco años atrás, desembarcaron en Colleville-sur-mer, desde 6939 buques, unos 132.700 soldados con el objetivo esencial de liberar a Europa del yugo nazi. En la batalla provocada por los desembarcos murieron casi 10.000 personas. Entre ellas, unos 3.000 civiles. Cada año, unos cinco millones de personas visitan, con respeto, ese simbólico lugar.
En compañía de la Reina Isabel, la Primer Ministro británica Theresa May, el presidente de Francia, Emmanuel Macron y el Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, un Donald Trump visiblemente emocionado, homenajeó a los quinientos centenarios veteranos de guerra que participaron en el mencionado evento, que tuvo lugar en la costa sur de Gran Bretaña. Y fuera seguido por celebraciones inmediatas en Colleville-sur-mer, en Francia.
En la oportunidad, el presidente norteamericano dejó de lado la retórica con la que normalmente fustiga a las instituciones multilaterales que precisamente nacieron como consecuencia indirecta del triunfo aliado sobre los nazis. En cambio, puntualizó la "amistad eterna" que existe entre su país y Gran Bretaña. Aquella que conforma los cimientos de una notoria "relación especial", edificada sobre una comunidad de valores e intereses.
Esta vez no hubo mención alguna a "Primero América". Ni ataque alguno al multilateralismo. Por el contrario, Donald Trump se unió a una proclama en la que los países que lucharon contra la Alemania nazi se comprometieron a trabajar unidos, más allá de las diferencias de opinión, para resolver las tensiones internacionales conjuntamente, con espíritu constructivo. Lo que luce absolutamente esencial para asegurar y mantener la paz del mundo.
En la ceremonia en tierra francesa, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, sugirió a Donald Trump –en claro contrapunto- la necesidad de defender el actual orden internacional, fortaleciendo las instituciones multilaterales que nacieron tras la Segunda Guerra Mundial. Marcando así una diferencia de visiones, no menor.
Las reuniones y su fuerte simbolismo confirmaron, por lo demás, la importancia estratégica de la OTAN, cuya existencia -más allá de las críticas- continúa siendo uno de los seguros multilaterales más importantes en el esfuerzo conjunto por asegurar la paz en el mundo.
En paralelo, el presidente chino, Xi Jinping, visitaba a Vladimir Putin en Moscú, confirmando así un acercamiento histórico entre China y la Federación Rusa, que hoy se autodefinen como países que han conformado una "entente estratégica" sin precedentes. Lo cierto es que ambas naciones, que comparten una extensa frontera común respecto de la cual estuvieron en guerra hace apenas medio siglo, parecen haberse hoy enlazado políticamente como no había ocurrido nunca hasta ahora.
Sus visiones comunes incluyen distintos capítulos y van ciertamente más allá del corto plazo. No se trata sólo de hacer impresionantes ejercicios militares conjuntos, en los que ambas naciones participen activamente. Es mucho más que eso. Se trata asimismo de cooperar en materia energética y de acercar e integrar el funcionamiento de sus respectivas economías. Por esto, un primer gasoducto exportador está siendo afanosamente construido para transportar gas natural desde Rusia a China, previéndose que comenzará a operar a fin de año. A ello se suma la construcción de enlaces que comunicarán los oleoductos de ambos países, transportando petróleo crudo.
En buena medida, el acercamiento producido en Oriente tiene que ver con que el presidente Donald Trump es visto por ambos países como un complicado rival común, con pretensiones hegemónicas. Que mantiene sancionada a Rusia y ha desatado una peligrosa guerra comercial contra China, de resultados inciertos.
El mundo entonces de pronto parece, de alguna manera, haber comenzado a reflejar a través de alianzas las consecuencias de una política exterior muy activa puesta en marcha por Donald Trump, en la que está claro a qué países considera como socios y amigos, pero también a cuáles califica abiertamente de rivales estratégicos.
Las pulseadas y tensiones de esa manera provocadas han evidentemente comenzado a delinear un mundo que presumiblemente será mucho más competitivo en lo económico y comercial. En el que tanto China como los Estados Unidos apuntan a estar y a mantenerse en el centro mismo del escenario, todavía separados por una fractura pluridimensional que deberá ser superada para poder consolidar un andar sereno, desde el cual las rivalidades no pongan en algún momento en peligro la paz de todos.