¿Dólar barato mata republicanismo?
“La Argentina tendrá para siempre una enorme deuda para con ella”, dijo el presidente Javier Milei en su discurso por cadena nacional al cumplirse un año de gobierno, refiriéndose a su hermana Karina, Secretaria General de la Presidencia. Fue un breve comentario en medio de un discurso donde no ahorró autoelogios a su persona y a su gestión.
Estamos asistiendo a una etapa de nuestra historia muy particular donde, como nunca desde el retorno de la democracia, se realiza un culto encolerizado al personalismo, donde las instituciones pasan a un segundo o tercer plano. El Presidente se autoentroniza sin pudor y esto asombra, a pesar de que estamos acostumbrados a que el peronismo ya lo haya hecho con sus líderes: Perón, Evita, Menem, Néstor y Cristina. Luego de presentarse como una opción política outsider que venía a desterrar todos los males de los que somos víctimas gracias a la “política”, hoy practica ese culto en primera persona, no espera el elogio y el reconocimiento público sino que se vanagloria constantemente -otorgándose un lugar en el espectro global que se resume más a sus características personales que a las políticas- y convive con un narcisismo nunca antes visto en un presidente, incluso superando a Cristina, lo que ya es mucho decir. Sobrevalora sus logros y habilidades, mientras carece de la empatía necesaria con los otros para administrar el poder. De hecho, solo comparte su éxito con su hermana. Tal como se señaló al comienzo de esta columna, el Presidente dijo –así lo decidió- que todo el país debe asumir una “deuda” con ella -desconocemos la razón- sin esperar a que ese sentimiento nazca por la voluntad de la sociedad. Simplemente lo determinó.
Milei tiene reconocimiento público, eso no se puede soslayar. Luego de tantos años de inestabilidad, presentar cierto horizonte de estabilidad económica -donde todo parece que, al menos, no va a empeorar- hace que gran parte de la sociedad apruebe su gestión. Poco se habla de la pérdida los más de 260 mil puestos de trabajo registrados y de la caída de todos los indicadores de consumo. Estábamos advertidos de que no había salida sin dolor. Es tan grande el resentimiento general hacia la política caracterizada durante tantos años por medidas populistas -sumado al dolor que causó la administración de Alberto Fernández durante la pandemia y a las mentiras y la corrupción kirchnerista- que Milei parece haberse otorgado a sí mismo un cheque en blanco para obviar las formas y los deberes que la institucionalidad exige. El Presidente está construyendo un modelo de poder alejado de las prácticas republicanas: abusa de los decretos, veta la sanción de normas legisladas en el Congreso, fuerza el manejo discrecional de fondos, recorta abusivamente recursos en áreas sensibles como los fondos previsionales, educación y salud pública, pero intenta esconder detrás de la SIDE y de áreas poco controladas el manejo arbitrario de recursos públicos y no tiene la mínima intención de aprobar un presupuesto como la Constitución exige. En los foros internacionales vota al margen de lo que señalan los compromisos sociales y cívicos de nuestra Constitución y los tratados internacionales asumidos en ella, y prevalece su mirada personal sobre el mundo. Quiere designar en la Corte Suprema de Justicia al juez Ariel Lijo, el candidato más cuestionado que podía elegir, y hasta amenaza nombrarlo por decreto. Además, generó sospechas en cuanto a la forma que se consiguieron algunos votos de senadores que dieron el salto para acompañarlo, cambiando su discurso radicalmente. Edgardo Kueider, el senador peronista detenido en Paraguay -donde declaró ser “afín al gobierno de Milei”, y que es investigado por la justicia por enriquecimiento ilícito y lavado de dinero- pone mucho más que sombras sobre esas formas.
Milei insulta a opositores, periodistas, empresarios y a cualquiera que lo critique, y no respeta el disenso. Pero eso no es lo peor, lo que es más grave es que los acusa de cometer delitos, pero no los denuncia a la justicia ni presenta pruebas. Forma parte de su práctica política que es ensuciar, generalizar, poner sospechas sobre ciudadanos abusando de su poder político. Olvida que es presidente y que su palabra puede encolerizar a los más fanáticos. Hasta cuesta imaginar al Presidente sentado en el sillón de Rivadavia utilizando la red social X desparramando agravios y mentiras como si fuese un usuario anónimo que solo busca desprestigiar y agraviar con quien no acuerda. No mide las consecuencias de lo peligroso que es el estilo que lo caracteriza.
Sus éxitos económicos, pese al alto costo que implica para varios sectores de la población, le están otorgando un plácet social que le permite seguir actuando con poco apego a las formas republicanas. Milei se puede mostrar sin un comportamiento cívico exigible a un presidente que tiene la legitimidad de origen que otorga el sistema democrático porque hoy no tiene costo en su electorado. Pero no es solo eso, sus nuevos aliados, políticos que ganaron representatividad cultivando un discurso que denunciaba los desvíos democráticos del modelo populista del kirchnerismo, se hubiesen desgarrado las vestiduras en público si Cristina Kirchner hubiese dicho o hecho lo mismo. Sin embargo, al tratarse de Milei, solo lo reducen a un simple y poco creíble “son formas que no compartimos, pero lo importante es el rumbo”. Es triste darse cuenta de que para muchos políticos no se trata de ideas o de convicciones republicanas, sino de “nombres”. Importa quién y no qué se dice o hace. Existe una comunión entre un sector de la sociedad y esos dirigentes que prefieren cerrar los ojos ante los oprobios a las formas republicanas de los que abusa Milei tanto en la práctica como discursivamente.
También debería preocuparnos que los modelos ultraconservadores donde se siente identificado Javier Milei: Donald Trump, Jair Bolsonaro y Nayib Bukele traspasaron y violentaron, de distintas maneras, el estado de derecho. Trump y Bolsonaro fueron y son juzgados en sus países por “intentos de golpes de estado”. De hecho, más de 50 brasileños acusados por el máximo tribunal de justicia de su país se encuentran asilados en la Argentina, protegidos por el gobierno actual, algo que el propio Bolsonaro agradeció al presidente Milei. Esa defensa de la democracia, ese pacto explícito entre países hermanos cuando se comprometieron a colaborar para cuidarlas después de haberlas recuperado 30 o 40 años atrás, hoy está siendo olvidado por nuestro gobierno. Y da la sensación de que hoy no es tan grave.
Quizás esta etapa de nuestra vida política encierra un desafío mayor, que no advertimos aún, y es saber si en estos 41 años de democracia le dimos realmente el valor a los fundamentos republicanos que tanto solemos ponderar y esgrimir como una forma de vida que elegimos para siempre, contra los modelos autoritarios que le precedieron. No alcanza con solo votar cada dos años, elegir es también exigir y no permitir un “vale todo”. La democracia tiene exigencias claras para sus representantes y éstos no tienen el derecho a obviarlas solo porque consiguieron, una vez más, que el dólar esté barato, porque un modelo económico exitoso necesita imperiosamente de una república funcionando a pleno.