Divisiones en la década "ganada"
En una película de Ettore Scola, Mario, María y Mario , dos viejos amigos que por años habían compartido la mesa de un restaurante terminan comiendo solos después de una fractura del Partido Comunista. La dura imagen queda a medio camino entre lo incomprensible y lo patético. Finalmente, también a mí me tocó esa experiencia, cuando vi pasar a un amigo que -luego supe- pertenecía al grupo Carta Abierta. En silencio y sin saludar, se sentó solo a convocar su café. Claro que en Scola había exclusivamente ideología; en lo nuestro, además, se cruzan los intereses.
El poder del Estado es infinito, sus prebendas justifican adhesiones y hay favores que de sobra pueden explicar la magnitud de ciertos fanatismos. Demasiados son los que agradecen haber logrado una participación en el poder, ese poder al que soñaron arribar arrastrando revoluciones y al que llegaron tarde, para pertenecer a sus márgenes a cambio de justificar el intento de una nueva y dudosa burguesía. Así, la ideología, esa cosmovisión que ayer soñaba futuros justicieros, hoy está dedicada a cubrir las espaldas de poderes en exceso dudosos.
Separar los intereses de las convicciones termina siendo una tarea de la historia. Con los oficialistas de siempre, no hay nada que explicar; tampoco con algunos sectores que nunca antes imaginaron conocer el calor y las caricias del poder. En nuestra sociedad, participar es casi un sueño eterno de la política porque nada resulta más atractivo que los candidatos que mañana pueden ganar.
El Estado distribuye mayores riquezas que el intervenido y complejo mundo de lo privado e incluso quienes transitan lo privado necesitan y tienen mucho que agradecerle a la complicidad oficialista.
Si se pudiera separar las ambiciones individuales de los sueños colectivos, se advertiría con claridad qué poco espacio real le dejamos a la política. La obediencia suele ser rentada y supera ampliamente los límites de las creencias. De este modo, el relato es un mundo de beneficiarios que tienen castrada la capacidad de disidencia.
No niego que haya quienes están convencidos y comprometidos de buena fe. Me cuesta entender sus razones, pero no por eso negaría su existencia. Es más, conozco a algunos de ellos, y en su mayoría están atrapados por las mieles del Estado en una sociedad donde sus caricias dan una seguridad absoluta. Sin embargo, el autoritarismo sólo respeta a los obedientes, y fuera de esa secta no existen los favores. Por eso, me inclino a pensar que si adhirieran por convicción podrían, cada tanto, esbozar al menos una diferencia. Pocas veces antes una desmesurada voluntad de poder logró tan grotesco disfraz de derechos humanos e izquierdas tardías, sin que exista siquiera el espacio del apoyo crítico. Del otro lado está la disidencia, que implica sacrificio y hasta persecución.
Es posible que, en sus orígenes, el peronismo haya tenido errores y sectarismos parecidos; claro que reiterarlos luego de tantos años de ejercicio del poder, y en nombre de quienes ni siquiera respetan su historia, suena más a justificación que a ideología. No es cierto que el Gobierno proponga un modelo y los opositores reivindiquemos el egoísmo y la injusticia social; tan sólo existe un intento desorbitado de enriquecimiento y la voluntad de imponer su propia burguesía obediente.
El peronismo se asentaba en la clase trabajadora. Esta es una experiencia de clase media, una política provincial conservadora que, cediendo espacios secundarios, recibe el apoyo de reivindicaciones y luchas con las que jamás coincidió, en tanto sectores que ayer defendían ideas combativas se entregan hoy a defender lo mismo que antes cuestionaban.
Tales mezclas de izquierdas y derechas no suelen soportar las derrotas. Estamos en el tiempo final donde cada quien intenta volver a su origen, recuperar su identidad: el poder amontonó enemigos irreconciliables, la derrota los vuelve a su lugar. Más de uno habrá perdido su dignidad en la supuesta patriada. Ya vendrán tiempos de hacer revisionismo, término gastado de tanto discutir pasados para ocultar beneficios reales.
Para quienes no participamos, queda todo tan claro que no habrá nada para revisar en esta curiosa mezcla de corrupción justificada por algún intento de revolución, con un Estado benefactor que convierte en ricos a muchos sólo por estar dedicados a mentar la causa de los pobres. Incluso algunas ideologías que ayer se desvelaban por futuros de justicia, se ocupan hoy de enmascarar presentes de discursos pretenciosos y realidades patéticas.
Fue una década que los representantes del poder autoritario pretendieron disfrazar de "ganada para todos", cuando lo fue solo para ellos; un tiempo que sin duda quedará como perdido en los anales de la historia.
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