Dividir para reinar, aunque el costo sea destruir el reino
Divide et impera, una frase de dudoso origen que algunos atribuyen al dictador y emperador romano Julio César, puede ser una máxima que resume la estrategia con la que Cristina Kirchner recurrentemente apuesta a salir de cada encerrona política o judicial que la condiciona o preocupa.
El último martes a la noche, Cristina dividió el bloque de senadores del Frente de Todos para quedarse con un consejero más para el Consejo de la Magistratura, en una maniobra que para algunos juristas es de dudoso origen porque cuando falló la Corte Suprema de Justicia, el 16 de diciembre pasado, la composición del Senado estaba determinada, por lo tanto, adecuar los bloques hoy para ganar espacios institucionales no se trataría de una estrategia brillante o una movida legislativa bien intencionada, se trata lisa y llanamente de hacer trampa. Claro que el pudor por la falta de ética no es algo que aflora seguido en Cristina y en sus laderos, que la obedecen todo con alarmante falta de personalidad, después de todo son diputados y senadores de la Nación, se espera más de ellos cuando son electos que solo limitarse a ser considerados personas insospechadas de portar pensamiento propio.
Pero Cristina suele apelar a dividir propios y adversarios en la búsqueda de seguir siendo el único factor de poder personalizado en la política, ese poder que señala carece el presidente que ella misma eligió, porque debilitar a Alberto Fernández también es una manera de “dividir para reinar”. Si bien Fernández hace todo bien para terminar de ser un mandatario sin autoridad, a Cristina un presidente fuerte la opacaría y así su liderazgo se debilitaría, por eso necesita a todos atomizados, a propios y ajenos, y su plan consiste en indisponernos a los unos contra los otros, su objetivo es enfrentar a distintos sectores de la política, a todos los colectivos, donde pagan aquellos que no se alinean con su proyecto y con quienes no tienen empacho de tirarle toda la militancia encima. Son prácticas autoritarias que algunos demócratas ignoran o curiosamente suelen celebrar.
Dividir es lo que mejor le sale a la expresidenta, esta vez para cometer una trapisonda institucional que la beneficie, pero donde los que se separan están más de acuerdo entre sí que muchos de los integrantes de otros bloques que se mantienen unidos.
Pero antes, Cristina diseñó un perjuicio hasta ahora irreversible: dividió a la sociedad. La famosa grieta que nos atraviesa la tiene como su mayor creadora intelectual. Esa división social que tiene más de diferencias sobre valores morales que de ideologías políticas o económicas, no fue una casualidad o producto de dos facciones que pugnaban por el poder sin ponerse de acuerdo, fue la decisión política del kirchnerismo de elegir enemigos, señalarlos, exponerlos y adjudicarles todos los males del país. Casualmente ellos eran la Justicia, la prensa independiente y todos aquellos actores políticos o sociales que decidieron no someterse al yugo ideológico intolerante que ellos proponían.
Cristina quedó atrapada en su propio juego, hoy sin capacidad para manejar al país a su antojo, pero con mucho poder de daño, lo único que parece interesarle es impedir que la república funcione, que la economía se ponga en marcha obstaculizando las medidas que su propio gobierno define como imprescindibles, como el acuerdo con el FMI, y tratar de preservarse anteponiendo su situación judicial y su liderazgo, mermado por cierto, pero liderazgo al fin, por sobre los intereses de un país castigado por la inflación, por la falta de crecimiento económico, con problemas de pobreza estructurales que no buscan ser solucionados, porque su proyecto consiste en que a los pobres hay que atenderlos en la pobreza y no intentar sacarlos de ella.
Es paradójico, pero la líder que llenaba sus largos discursos de dogmas relacionados con la movilidad social ascendente y la unidad nacional, termina haciendo de la división política y social y del congelamiento de la pobreza sus mayores logros.
Dividir para reinar puede ser una estrategia con posibilidades de éxito para quien la diseña y la perpetra, pero tiene un costo enorme en la calidad institucional de un país que luego se replica inevitablemente en la economía y en el crecimiento. Ningún inversor se puede sentir atraído en arriesgar capital en un país que carece de seguridad jurídica, porque hasta las mismas autoridades del Senado de la Nación desobedecen un fallo de la Corte Suprema de Justicia o buscan caminos taimados para eludirlo.
No hay reino ni país que aguante tanta mezquindad política. Así nuestro destino es ineludible, porque los intereses personales de Cristina Kirchner se están llevando puesta a la república que, en un país empobrecido como el nuestro, significa perder su mayor y quizás única fortaleza.