Discusión candente. ¿Podría haber un nuevo desastre nuclear?
Cuando Europa comenzaba a considerarlos “opción verde”, la invasión de Ucrania desnudó el potencial riesgo de los reactores nucleares
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Justo cuando estaban por sanar las heridas del desastre de Fukushima, Chernobyl quedaba muy atrás en la memoria y la energía nuclear estaba por pasar a categoría de amigable con el ambiente (“energía verde”, según la propia Unión Europea), Rusia invade Ucrania y nuevamente parece que hay que ordenar los átomos y volverlos a poner en el cubilete antes de expandir más centrales, cuyo funcionamiento seguro parece estar a tiro de bayoneta.
Una cadena de eventos en las primeras dos semanas de la invasión decidida por Vladimir Putin revivió las peores de las pesadillas de los defensores de la energía atómica como limpia y eficiente (se puede caer un Boeing en Atucha y no pasaría nada en términos de radiación peligrosa, suele argumentarse). Primero, fue la ocupación militar de Chernobyl, en las 24 horas iniciales de la invasión. Luego, el ataque y control sobre los seis reactores de Zaporiyia y los misiles que generaron un incendio en una de las instalaciones ubicadas en el predio, pero “no atómicas”. Y el tercero, de menor escala, aunque también significativo: el ataque a un centro de física que investiga y produce radioisótopos para terapias medicinales.
“Es algo inédito. Por primera vez en la historia hay un ataque militar a una central nuclear”, dice Irma Argüello, presidente de la fundación NPS Global (No proliferación para la seguridad global) y analista internacional, en referencia a Zaporiyia, cuyos seis reactores constituyen el centro atómico más grande de Europa. Chernobyl, en cambio, hoy no debe generar preocupación, añade, debido al decaimiento de los elementos radiactivos después de más de 35 años: sólo podría haber daños si llegara un proyectil y penetrara la línea de contención.
La serie de eventos generó la alarma de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), que en horas desesperadas llamó –muchas veces en la propia voz de su director general, el argentino Rafael Grossi– a mantener las condiciones de seguridad para el funcionamiento de los reactores ucranianos, sobre todo en lo que concierne al personal que los mantiene en operación
Sin embargo, la serie de eventos generó la alarma de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), que en horas desesperadas llamó –muchas veces en la propia voz de su director general, el argentino Rafael Grossi– a mantener las condiciones de seguridad para el funcionamiento de los reactores ucranianos, sobre todo en lo que concierne al personal que los mantiene en operación. Tener que hacerlo sin los descansos apropiados, bajo el mando de militares extranjeros y en un contexto donde su país (sus parientes) recibe bombas todos los días, podría desencadenar otro accidente.
Hasta hoy, el peor desastre por el uso de la energía atómica también había sido en territorio ucraniano: la famosa explosión en 1986 del reactor cuatro de la central de Chernobyl, ubicada en la ciudad de Prypiat, unos cien kilómetros al norte de Kiev, camino a Bielorrusia. Luego, de menor gravedad pero tal vez con más consecuencias en relación con decisiones políticas, fue el de Fukushima en 2011, tras un terremoto y maremoto en esa zona de Japón. Menos conocido es el tercer desastre atómico (desde ya, excluyendo las bombas arrojadas deliberadamente sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945), fue el de Three Mile Island (Estados Unidos) en 1979, con fusión parcial del núcleo. En un estricto y frío conteo matemático, las muertes provocadas son pocas, pero hay algo invisible que se esparce junto con la radiactividad y es el miedo a lo que podría provocar en cuanto a enfermedades genéticas, defectos de nacimiento y zonas destruidas o restringidas para la vida como en la propia área de Chernobyl.
“Cada vez que pasa algo así se replantean muchas cosas, como cuando se cae un avión se replantea la aeronavegación”, sigue Argüello. “Hay que destacar que los riesgos del uso de esta energía no son altos, a menos que haya una locura total y se ataque directamente un reactor. En tal caso, habría riesgos similares a una planta química. Putin y su gente tienen claro esto”, agrega la analista y menciona una reunión que mantuvo Grossi en Turquía con los cancilleres de Ucrania y Rusia para presentar un plan que sea aprobado para dejar las centrales a resguardo, con la incorporación de una zona de exclusión.
Daños colaterales
Si hace falta un plan de la ONU (IAEA es una de sus agencias) para que no corran riesgo es que hoy están expuestas, por supuesto. Ese es el camino argumental que recorren las organizaciones ambientalistas que se oponen a la energía atómica como concepto y que se resume en que no es verde “porque no está alineada con la evidencia científica al no respetar el principio de no causar un daño ambiental significativo”, según mencionó a LA NACION Meritxell Bennasar, coordinadora de la campaña de Recuperación Verde y Justa en Greenpeace España. En cuanto a los detalles de lo que sucede en Ucrania, la ONG elaboró un informe con datos técnicos firmado por Jan Vande Putte y Shaun Burnie, que hace hincapié en daños y peligros: “En 2017, en Zaporiyia había 2204 toneladas de combustible nuclear gastado de alto nivel, 855 de las cuales estaban en piscinas de combustible gastado altamente vulnerables. Sin enfriamiento activo, corren el riesgo de sobrecalentarse y evaporarse hasta un punto en el que el revestimiento metálico del combustible podría incendiarse y liberar la mayor parte del inventario radiactivo”.
Si hace falta un plan de la ONU (IAEA es una de sus agencias) para que no corran riesgo es que hoy están expuestas, por supuesto. Ese es el camino argumental que recorren las organizaciones ambientalistas que se oponen a la energía atómica como concepto y que se resume en que no es verde
El informe también sostiene que “Zaporiyia, como todas las centrales nucleares en funcionamiento, requiere un sistema de apoyo complejo, que incluye la presencia permanente de personal cualificado, energía, acceso a agua de refrigeración, repuestos y equipos. Dichos sistemas de apoyo se ven gravemente comprometidos durante una guerra”. Y agrega que “si la contención fuera destruida por explosiones y el sistema de enfriamiento fallara, la radiactividad tanto del reactor como de la piscina de combustible podría escapar libremente a la atmósfera” y podría generarse un efecto cascada adicional de los otros reactores y piscinas de combustible. “Podría hacer que una gran parte de Europa, incluida Rusia, fuera inhabitable durante al menos muchas décadas y en una distancia de cientos de kilómetros, un escenario de pesadilla y potencialmente mucho peor que el desastre de Fukushima Daiichi en 2011″, concluye.
No está claro si la energía atómica forma parte de este conjunto o no. Casi como en la famosa parábola de las dos bibliotecas, como se vio, hay maneras distintas de evaluarla y hasta se puede encontrar a ambientalistas pro-nucleares, llegado el caso.
El asunto energético
La generación de energía para mover cosas, personas y producir bienes y servicios, está detrás no sólo del conflicto europeo (y su demanda del gas bajo control de Putin) sino que también es central en todo el asunto del cambio climático (el calentamiento global se originó por la quema de combustible fósil durante más de doscientos años) y es el nudo de su resolución, a través de energías que justamente no emitan gases de efecto invernadero. En esta categoría entra por supuesto toda la gama de energías renovables (que también tienen sus problemas aparejados, desde luego), pero no está claro si la energía atómica forma parte de este conjunto o no. Casi como en la famosa parábola de las dos bibliotecas, como se vio, hay maneras distintas de evaluarla y hasta se puede encontrar a ambientalistas pro-nucleares, llegado el caso.
El mejor ejemplo de un campo de esta disputa quizá sea Alemania, que tomó la decisión tras Fukushima de cerrar sus centrales nucleares de manera progresiva. Para muchos, puede resultar en retrospectiva el peor error de la era de Angela Merkel, en general vista como virtuosa, según cómo escale el conflicto con Rusia y la provisión de gas (de allí o de otro pozo) para el próximo invierno boreal. “Si lo ves en perspectiva, y lo dijimos en 2011, fue una pésima decisión de Merkel”, señala Argüello. “Fukushima fue justo antes de unas elecciones legislativas y Merkel quería la adhesión verde. Y lo pagan ahora por la dependencia del gas ruso. La seguridad no se obtiene solo por armas, sino que la energética es fundamental”, añade. Para ella, hay además algo de contradictorio “porque [el país] adquiere energía de centrales nucleares que están ahí nomás, al pasar la frontera francesa, y Alemania misma alberga en sus bases militares armas nucleares de EE.UU. por acuerdos de la OTAN”.
Mientras tanto, la Argentina avanza en la construcción de su cuarta central nuclear de generación eléctrica, según el contrato que se firmó este mismo año con China, que financiará un proyecto “llave en mano” de unos 8500 millones de dólares, según se anunció en enero pasado.
Para Diego Hurtado, exvicepresidente de la Autoridad Regulatoria Nuclear Argentina y ahora funcionario en el Ministerio de Ciencia, la energía nuclear en el país es clave para la transición que es precisa debido al cambio climático: “La Argentina hace 70 años que invierte en nuclear y tiene en desarrollo el Carem, en un sector promisorio como es el de los reactores modulares. Y pronto se vendrá la cuarta central, con contrato firmado. Hay que entender la transición energética como un vector de desarrollo científico-tecnológico”, dijo y agregó que hay mucha distorsión cuando se habla de lo nuclear. “Pensar que las centrales nucleares son una amenaza cuando hay todo un conjunto de arsenales nucleares es por lo menos ingenuo; en ese sentido, el peligro está amplificado y sobredimensionado”.
¿Será así o será como sostiene la ensayista Flavia Costa en su libro Tecnoceno, donde, remontándose a la expresión “accidente normal” (acuñada por el investigador estadounidense Charles Perrow tras los eventos de Three Mile Island) plantea la inevitabilidad de ciertos accidentes descomunales propios de sistemas que involucran tecnologías de alto riesgo? ¿Hay que aceptar que en el tecnomundo que creó la humanidad cada tanto habrá eventos desmesuradamente catastróficos, desde una explosión nuclear a una pandemia, o serán desastres más de cocción a fuego (no siempre) lento, al estilo del cambio climático? Tener así a mano, a decisión de gobernante, una calamidad como la que podría desencadenar un misilazo en un reactor nuclear parece algo así como una espada que pende sobre todas nuestras cabezas. Quedará por discutir si se trata de un riesgo que resulta inevitable y con el que se debe convivir, o si todo se debe a que se tomaron decisiones equivocadas cuyas consecuencias se arrastran desde hace mucho tiempo.