Dios salve a los Estados Unidos
Estados Unidos, tan cercano y tan desconocido en el propio continente, es lo contrario de la idea que los latinoamericanos suelen tener de esa nación.
A pesar de la abundante literatura que existe sobre los Estados Unidos, comenzando por la insuperable obra de Alexis de Tocqueville, La democracia en América, publicada en francés en 1835 y en español en 1936, con millones de ejemplares vendidos en el mundo, hasta el libro Una nación conservadora (2004), de los británicos John Micklethwait y Adrian Wooldridge, a la sazón periodistas de The Economist, resulta extraño que el público lector hispanoamericano y buena parte del europeo todavía tengan una idea tan equivocada de ese país.
Materialista, individualista y burguesa son algunas de las calificaciones más comunes para referirse a la sociedad estadounidense. Y numerosos pueblos de Occidente y de Oriente, comenzando por algunos cuyas reglas admiten la poligamia, califican a la sociedad norteamericana de “libertina”.
En América Latina, la descalificación comenzó a expandirse con el poeta nicaragüense Rubén Darío, quien llamó a los Estados Unidos “el futuro invasor”; pero especialmente con el escritor uruguayo José Rodó y su obra Ariel, publicada en 1900, que generó en el continente una corriente cultural denominada “arielismo”, la cual exponía la presunta superioridad de la sociedad hispanoamericana, cristiana, humanista y aristocrática, por sobre la de Estados Unidos, a la que consideraba materialista, vulgar y democrática, expresado esto último en sentido despectivo. Mucho después, hacia fines de los 60, la Teología de la Liberación hizo lo suyo en el hemisferio.
Todo esto sin contar, en el siglo XIX, las inamistosas opiniones de Simón Bolívar hacia los Estados Unidos, quien a pesar de sus diatribas tiene su estatua ecuestre junto a otra del general San Martín en el Central Park.
Para quienes conocen Estados Unidos por algo más que un tour de compras a Miami, que parece que les gusta a todos, o una breve visita a Nueva York, la realidad es bien distinta. Probablemente se trate de la sociedad más religiosa de Occidente.
Si uno busca iglesias católicas en el mapa digital de la pequeña isla donde está Manhattan, se encuentra con alrededor de cuarenta; y eso en el angosto rectángulo de una de las ciudades más liberales del país.
Católicos, protestantes y judíos practican su religión libremente, pero además intensamente. Incluso los islámicos, sin las restricciones de vestimenta que les imponen en ciertos lugares de Europa, una libertad no interrumpida después del 11 de septiembre de 2001.
La religión merece el mayor respeto en los Estados Unidos y el laicismo de su Constitución ha sido mal interpretado. Samuel Huntington explicó que, en los Estados Unidos, la separación entre religión y Estado no tuvo el propósito de liberar a la política de la religión, sino al contrario, de liberar a la religión de la política. El presidente Dwight Eisenhower, quien gobernó entre 1953 y 1961, declaró: “Sin Dios no podría haber una forma americana de gobierno ni un estilo de vida americano”. De hecho, el Día de Acción de Gracias es una fiesta patriótico-religiosa en la que la familia da gracias a Dios por su nación.
En el peor año para el catolicismo de los Estados Unidos, cuando estallaron en la prensa los casos de abusos sexuales, los católicos de ese país aportaron en las colectas más de 7000 millones de dólares. Esto nos introduce en la cuestión del supuesto individualismo, que en estas latitudes se interpreta como un sinónimo de egoísmo.
Más del 50% de los estadounidenses está inscripto en alguna asociación de bien público y coopera activamente con ella. ¿Cuál será la proporción en nuestras “solidarias” naciones latinoamericanas? Si tomáramos los números de las colectas, ciertamente bastante pobre. Lo que disgusta allí es la ayuda forzada por el gobierno, porque se sabe que eso alimenta la corrupción y los aparatos burocráticos innecesarios. Tal es la distinción entre individualismo y egoísmo. El individualismo no necesariamente es egoísta, sino que busca soluciones individuales a problemas comunes.
En cuanto a lo de “sociedad burguesa”, si el término “burgués” se interpreta de acuerdo con su patronímico, como el que vive en las ciudades y adopta las costumbres de las grandes urbes, tal vez sea necesario explicar que las grandes urbes son pocas en relación con las pequeñas aldeas. La gran mayoría de los estadounidenses habita en pueblos de menos de 50.000 habitantes y muchos con poblaciones inferiores a 10.000, desparramados por todo el territorio. En su mayor parte, los Estados Unidos son un país provinciano y, una vez más, como lo señalaba Alexis de Tocqueville, la patria se vive fundamentalmente en el municipio.
Si, en cambio, entendemos por aburguesamiento el relajamiento procedente de una falsa sensación de seguridad que brinda el Estado moderno, como lo describió el genial ensayista francés Gilles Lipovetsky, es necesario saber que en los Estados Unidos existen alrededor de 1300 milicias civiles armadas, la mayoría con la intención de proteger las libertades ciudadanas. Cualquiera sea la opinión que se tenga de la existencia de estos cuerpos voluntarios, debe reconocerse que son lo contrario a una sociedad burguesa.
En cuanto al supuesto libertinaje, valga una pequeña anécdota de un cocktail durante el cual un pequeño grupo mantenía una conversación con un diplomático europeo. Él aseveraba que el escándalo desatado por la relación del presidente Bill Clinton con la pasante Mónica Lewinsky en la Casa Blanca era algo que en su país nunca hubiera ocurrido. Ante la incredulidad de los presentes –incluyendo a este autor– el diplomático se apresuró a aclarar: “¡Pero no! ¡Eso es una cosa de calvinistas, puritanos!” Como es obvio, no se refería al hecho en sí mismo sino al escándalo en la opinión pública que mantuvo al presidente Clinton al borde del juicio político durante meses.
Todo lo contrario de libertina, la ley federal penaliza la distribución de material obsceno hasta con cinco años de prisión y diez si afecta a menores.
Hoy, sin embargo, una poderosa corriente, a la que algunos llaman “revolución molecular”, amenaza a los Estados Unidos, su valoración del mérito personal y la religiosidad de su sociedad. La protección a las minorías, alguna de las cuales en otro tiempo sufrió una efectiva y cruel discriminación, como es el caso de los negros, se ha transformado en un azote para las mayorías. Hay fórmulas que asignan cupos por todos lados y el hecho de ser blanco, anglosajón, protestante, judío o católico y no feminista se ha transformado en una desventaja comparativa. Por primera vez, se escucha hablar de “ricos” y “pobres”, como dos conjuntos compactos.
A pesar de todo, hay motivos para creer que la energía vital de esa sociedad y su fe religiosa, su valoración del mérito personal, el verdadero sentido de igualdad de oportunidades y la mirada emulativa y no envidiosa del éxito individual triunfarán sobre los movimientos corrosivos que operan sobre ella, que son los mismos que se han extendido por América Latina. Si la revolución ideológica triunfara allí, no habría retorno para el continente.
¡Dios salve a los Estados Unidos! ¡Dios bendiga a América!