Dios perdona, Cristina también
“Acá [en el peronismo] no sobra nadie” (De Cristina Kirchner)
- 3 minutos de lectura'
Siete de octubre. “Acá no sobra nadie”, escribía Cristina Kirchner candidateándose como la nueva conductora de un peronismo implosionado. Diez de octubre: “Verdadero transfuguismo político”, criticaba la señora a los diputados de su partido que votaron para sostener el veto de Milei a la ley sobre financiamiento universitario. Gustavo Adolfo Bécquer dudaba de la vuelta de las oscuras golondrinas. El peronismo alardea, pero no duda. Es pragmático cuando la necesidad aprieta. Y, si Dios perdona todos nuestros pecados, Cristina no va a ser menos cuando haya que armar las listas para las próximas elecciones.
Si lo puso de candidato al profe Alberto después de haberla tildado de encubridora y de haber protagonizado un doble gobierno patético, cómo no va a absolver el transfuguismo de un ramillete de diputados y gobernadores hoy más desamparados que Bambi en la pantalla de Walt Disney.
Sin dudas, les encontrará un lugar a todos, como lo hizo con Sergito Massa, el candidato que nació en el liberalismo acérrimo de Alsogaray, pasó por el kirchnerismo, armó su propio partido después de romper con el kirchnerismo, coqueteó con Macri cuando se le encogió la avenida del medio y volvió al kirchnerismo para intentar volarle la peluca a un espécimen libertario con menos kilometraje que auto de calesita. A esta altura de las infidelidades, la del Borocotó casi que se reduce a una onomatopeya.
Cuando el lunes pasado Cristina escribió su largo posteo “Carta abierta a los compañeros y compañeras peronistas, y a los argentinos que nunca lo fueron, también”, quedó claro que no solo piensa en los peronistas extraviados. Aunque simule patalear, ella entiende que la política se nutre de los conversos, de los que les gusta ponerse a préstamo, de los fusibles multifunción y de los turistas del institucionalismo. Que, frente a un capitán Schettino que abandona el crucero hay montones de náufragos a los que tenderles la mano. Que se puede sacar provecho del sinvergüenza, tentar al panqueque para que deje de hacer piruetas y proporcionar atriles a los incontinentes verbales haciéndolos sentir parte. Que hasta el cocodrilo más incauto prefiere el cautiverio antes que transformarse en billetera. Que un movimiento se hace con acróbatas y que un buen circo necesita cajeros.
Está preparando una nueva escena. Difícil, por cierto, porque la audiencia está exigente y ya sabe distinguir entre el valor aristotélico de los pensantes caminadores peripatéticos y la triste función argenta de la política patética.