Dios no ha muerto. En este siglo, la religión está más viva que nunca
En Oriente y Occidente, las creencias espirituales se encuentran en casi todos los órdenes de la vida, incluida la política; sin embargo, nos permitimos una ignorancia acerca de ellas que resultaría inadmisible en otros campos
En septiembre de 1960, John F. Kennedy era un católico que buscaba ser presidente. Por entonces, algunos pensaban que quienes practicaban esa religión sufrían una tensión sin remedio entre su obligación como ciudadanos y su fe y lealtad al Vaticano. Esta tensión era aún más acuciante para un aspirante a la presidencia, alguien que en el caso de ganar las elecciones debía velar por el bien común. ¿Cuál de esos dos polos en conflicto iba tener mayor peso en el candidato demócrata, si resultaba electo? Por esos días, Kennedy, que asumiría la presidencia en enero de 1961, ofreció un discurso muy significativo ante una asociación de pastores protestantes en Houston.
"Creo en un Estados Unidos donde la separación de la Iglesia y el Estado es absoluta, donde ningún prelado católico le diría al presidente, si fuera católico, cómo actuar, y ningún ministro protestante le diría a sus feligreses por quién votar -dijo-. Creo en un Estados Unidos que oficialmente no es ni católico, ni protestante, ni judío; donde ningún funcionario público pide o acepta instrucciones sobre política pública del Papa, del Consejo Nacional de Iglesias o de cualquier otra fuente eclesiástica; donde ningún cuerpo religioso busca imponer su voluntad directa o indirectamente sobre la población en general o los actos públicos de sus funcionarios; donde no hay voto católico, ni anticatólico, ni ningún tipo de votación en bloque. Creo en un presidente cuyas opiniones religiosas son asunto privado, ni impuestas por él a la nación o que la nación le imponga como condición para ocupar ese cargo. Cualquiera que sea la cuestión que se me presente como presidente sobre el control de la natalidad, el divorcio, la censura, los juegos de azar o cualquier otro tema, tomaré mi decisión de acuerdo con estos puntos de vista y con lo que mi conciencia me diga que es el interés nacional, sin tener en cuenta las presiones o dictados religiosos externos".
En su discurso, Kennedy pregona la absoluta separación de Iglesia y Estado y deja en claro que no hay espacio para que instituciones o líderes religiosos influyan en sus decisiones o en los lineamientos políticos de Estados Unidos. Para él, no hay lugar para la religión, para la fe, en la esfera pública.
Otra época
Las palabras de Kennedy son de otro tiempo, no solo porque datan de hace más de medio siglo, sino porque pertenecen a otro momento cultural y político. Hoy en Estados Unidos le resultaría imposible ser elegido presidente a un candidato que no diera muestras evidentes de que la religión es una parte importante de su vida y hasta una guía para tomar decisiones que afectan el bien común. Se ha vuelto global la tendencia de mezclar la religión en asuntos de índole pública. Por ejemplo, podemos ver un presidente ruso como Vladimir Putin que resalta constantemente el rol de la Iglesia Ortodoxa como sostén de los valores patrióticos o un Papa al que se le pide ayuda para negociar deuda soberana ante acreedores privados y organismos multilaterales. Al mismo tiempo, movimientos evangélicos impulsan candidatos al congreso para promover una agenda basada en la fe, es decir, para hacer lo opuesto de lo que pregonaba Kennedy.
El islam es noticia desde hace mucho por la influencia que la religión tiene en la política de numerosos países, pero ahora lo es también el hinduismo en la democracia más grande, la India de Modi. El auge del mundo emergente, la creciente influencia de países como Indonesia, Turquía, Egipto, Rusia, China e India, entre otros, lleva de la mano una mayor influencia de la religión en la relación entre países y también dentro de ellos. Sin ir más lejos, la discusión por el aborto en la Argentina borró los limites entre la esfera privada y la religiosa. El mundo ha cambiado sustancialmente desde cuando Kennedy vio la necesidad de defender su propia secularidad.
Durante muchas décadas analizamos el mundo y nuestra humanidad bajo una óptica falaz: pensábamos que la religión estaba en vías de extinción. Incluso se equivocaron algunos de los pensadores más influyentes de los últimos siglos: Nietzsche, por ejemplo, proclamó la muerte de Dios y el nacimiento de una nueva era. Para Marx, la religión iba dejar de ser necesaria cuando llegara el comunismo, mientras que Weber vislumbraba el "desencanto" de una sociedad racionalizada y moderna. Freud, a su vez, argumentaba que la religión iba ser suplantada por la ciencia cuando dejáramos atrás nuestra adolescencia mental. Hasta la famosa revista Time, seis años después del discurso de Kennedy, se animó a publicar en su nota de tapa el interrogante: "¿Está muerto Dios?"
Hoy sabemos que Dios no murió y que nuestra época es mucho más religiosa de lo que solemos pensar o queremos admitir. Terminada la segunda década del siglo XXI, más del 80% de la población mundial dice seguir alguna religión, según datos del Pew Research Center. La religión está más viva que nunca, y no solamente en los fieles que hacen cola para ver al Papa en el Vaticano o en los musulmanes que peregrinan a la Meca o en los hindúes que se purifican en el río Ganges: está viva en las prácticas, las ideas, las costumbres y las creencias de miles de millones de personas. Por eso, las religiones no pueden ser de interés solo para creyentes. Deberían ser de interés también para ateos, para gente curiosa, para agnósticos; nadie debería permanecer indiferente. Las religiones son, para bien y para mal, nos gusten o no, un fenómeno global, universal, y esencial al ser humano.
Objeto de estudio
Esto supone un problema: no estamos educados para un mundo religioso. La contracara de la separación entre Iglesia y Estado -de la reducción de la religión a la esfera intima del individuo bajo la suposición que no tenía impacto en lo público- fue la desaparición de la religión como un objeto de estudio y conocimiento para personas que se consideran educadas, formadas, y de buena cultura general. ¿Sabemos en qué parte del mundo hay más musulmanes? Al contrario de lo que parece, no es en Medio Oriente. ¿Leímos el Corán? ¿Estudiamos los Evangelios de verdad, no como se estudia en catequesis? ¿Sabemos algo acerca del hinduismo y sus más de mil millones de fieles? ¿Qué sabemos del budismo, mas allá de algún conocimiento lateral de una de sus variantes, el tibetano, seguramente arrastrados por el carisma y la popularidad del Dalai Lama?
Si alguien termina una carrera universitaria sin intentar leer a Borges o a Shakespeare, probablemente pensemos que algo falló en su proceso educativo. Hay autores y textos que necesariamente hay que haber leído o por lo menos haber tratado de leer. Sin embargo, no decimos lo mismo si alguien jamás pasó por las páginas del Corán o de los Evangelios. Y aunque nadie basa su vida en "El Aleph" o en Macbeth, 1600 millones de personas creen que el Corán es la palabra de Dios y otros 2220 millones creen que los Evangelios relatan la vida de Jesús, el hijo de Dios, el modelo a imitar. En muchas universidades argentinas hay cursos de introducción a la filosofía, pero hay muy pocas, si es que las hay, que tienen como materia "Introducción a las religiones del mundo". Mientras tanto, si salimos a caminar por la calle es bastante poco probable que nos crucemos con un platónico, un hegeliano o un kantiano, pero sí nos vamos a cruzar con un judío, un musulmán, un evangélico, un católico o un budista.
Puntos de vista
Así y todo, hoy nos permitimos una ignorancia acerca de las religiones que sería inadmisible en otros campos. Esa ignorancia tiene como consecuencia mucho más que un déficit en nuestra cultura general (aunque ese déficit no es un dato menor): nos impide entender los puntos de vista de personas con las que compartimos cada vez más nuestra vida cotidiana.
En el siglo XXI no podemos darnos el lujo de seguir permitiendo el anafalbetismo religioso. Saber de las religiones es importante para los empresarios que buscan invertir y crecer en países emergentes con grandes mercados como India, donde el hinduismo es parte integral de la cultura, o Indonesia, donde el islam juega un rol central, o Vietnam, donde el budismo es parte de la vida diaria. Es importante para los médicos que deben enfrentar cuestiones de vida y muerte con personas de distintos credos. Es importante para los diplomáticos que tienen que vivir en países donde mayorías tienen creencia religiosa y hasta tal vez tengan que negociar acuerdos o acercar posiciones en conflictos que tienen un componente religioso. Es importante para periodistas que necesitan entender y explicar la dinámica de las relaciones internacionales y de la política local. Hasta es importante en un mundo donde la inteligencia artificial y la automatización del empleo acechan. En Robot Proof. Higher Education in the Age of Artificial Intelligence (A prueba de robots. Educación superior en la era de la inteligencia artificial) Joseph Aoun, presidente de la Universidad de Northeastern, argumenta que una educación "a prueba de robots" debe incluir el manejo de código e información para trabajar con máquinas pero, también, los conocimientos que llevan a la "flexibilidad cultural", y esto es nada menos que la capacidad del ser humano de relacionarse con personas diferentes y adaptarse a contextos distintos. El analfabetismo religioso es claramente un obstáculo para lograr esta flexibilidad.
No busco convencer a nadie para que se vuelva religioso: la religión se estudia y se analiza con la misma mirada crítica con la que se estudia y se analiza cualquier otro material que sea una disciplina académica. Como campo de estudio, no debe gozar de privilegios por ser un tema sensible o porque tenga que ver con las creencias íntimas de las personas. No creo que haya que ser más cuidadoso al hablar de ella porque alguien pueda ofenderse eventualmente.
¿Estamos listos, acaso, para compartir nuestra educación, nuestros momentos de esparcimiento o nuestro trabajo con personas de distintos credos? En un mundo que tiende a ser más y más diverso, sería esperable que nos preparásemos para comprender lo "diferente" y no para mantenerlo en las sombras. Esta ignorancia es particularmente peligrosa cuando la encarnan políticos y formadores de opinión, y constituye un enorme obstáculo para lidiar con el extremismo y la violencia. No estamos preparados para un mundo religioso, y eso tiene consecuencias.
Dicho de una manera brutal: los conflictos perduran, la gente muere, reforzamos los fundamentalismos y, finalmente, limitamos nuestra humanidad.
Político e intelectual. Autor de Dios en el siglo XXI (Debate)