Dilemas de la nueva educación
Escuelas de diversos países, entre los cuales se encuentra la Argentina, se adecuan a los nuevos tiempos y, por nuevos tiempos entiéndase, en muchos casos, la adopción de nuevas tecnologías en la educación. Las computadoras y los programas aparecen como alternativas innovadoras a los ya tradicionales pizarrones negros y libros impresos. Notebooks, tablets, pizarras electrónicas, asociados a videos, juegos interactivos y podcasts seducen a gestores, educadores y estudiantes. En la educación a distancia, los nuevos recursos parecen aún más promisorios. La "educación del futuro" toca la puerta de las escuelas y, con ella, las indagaciones sobre el futuro de la educación.
Al fin y al cabo, como se sabe, educar en consonancia con la actualidad no se limita a ofrecer, en el aula, lo más moderno en tecnología de la información y de la comunicación. Es el momento, por lo tanto, de discutir qué se espera de esa tecnología. ¿Beneficia, efectivamente, el proceso de enseñanza y aprendizaje? ¿Cómo? ¿Cuánto? ¿Cuándo? El debate existe hace años, pero sigue sin llegar a una conclusión. Mientras tanto, en el mundo, hardwares y softwares diversos disputan la atención (y los recursos financieros) de instituciones educativas desde el nivel elemental hasta el superior.
Como en todo debate, hay pros y contras en escena. Entre los beneficios es posible destacar, por ejemplo, la economía de los cursos online. Exigen menos mano de obra (especialmente a mediano y largo plazo), prescinden de locomoción y varios otros procedimientos logísticos, disponen de recursos audiovisuales más sofisticados, amplían opciones de costos de construcción y manutención de un edificio y se tiene una idea de la economía que representan las clases virtuales.
Esta creciente educación a distancia también parece ser la alternativa natural para millones de alumnos potenciales que no disponen de tiempo, de recursos financieros ni de preparación suficiente para disputar una vacante en las instituciones de enseñanza superior. Pero esos otros beneficios no bastan para aplacar la desconfianza en relación a posibles riesgos de la formación virtual, así sea total o parcialmente presencial. Se han ocupado de este tema educadores de todo el mundo, educadores que todavía tienen dudas sobre la eficiencia de las máquinas para educar personas.
Las dudas siguen. Entre los diversos estudios sobre el tema hay uno recientemente difundido por el Centro Nacional de Política Educativa, de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos, según el cual el 27% de las escuelas virtuales estadounidenses obtuvo "progreso anual adecuado", el patrón federal que mide los avances educativos en el país. Casi el 52% de las escuelas privadas tradicionales alcanzó ese patrón, porcentaje comparable al de todas las escuelas públicas norteamericanas.
Por otro lado, resulta evidente la atracción que ejercen en niños y en jóvenes los recursos tecnológicos. En ese aspecto, no se puede negar la relevancia de esos recursos. Para algunos profesores, la ampliación de opciones de material pedagógico también es bienvenida. El desafío está en identificar los límites posibles para la utilización de la alta tecnología en la educación y el contenido más apropiado para la formación escolar en ese contexto. ¿Hasta qué punto las computadoras puede reemplazar a los profesores? ¿A quién y a qué deben abastecer esas nuevas "máquinas educativas"?
La respuesta a preguntas como esa no está sólo en la economía. Está en la educación, antes que nada. La tecnología puede ser una aliada poderosa de la educación siempre y cuando promueva la transmisión de contenido de elevada calidad y no substituya por completo la interacción humana.
¿De qué sirven sofisticados gadgets conectados a una red mundial inundada de información si no hay personas que, antes y después, seleccionen hábilmente qué puede ser útil para una formación de alto nivel y promuevan el debate sobre todo lo que se ve, se oye o se lee?
© La Nacion
lanacionar