¿Dijiste lo que creo que dijiste?
En Sangre gringa, una de las obras del ciclo "Teatro Bombón" que, con dramaturgia y dirección de Alejandro Ullúa, se representa en los altos de La Casona Iluminada y que dura sólo 25 minutos (en una salita para 20 espectadores), uno de los dos únicos personajes le aclara al otro que le echa en cara su sensiblería: "No es llanto, es emoción". Es decir, en un texto en el que se tratan temas tan profundos y actuales como la sumisión y la identidad, es muy importante diferenciar el significado, y el uso, que cada uno da a ciertas palabras.
Esta experiencia, que obliga además al espectador a estar muy atento y concentrado tanto en el texto como en la actuación, se relaciona de alguna manera con este nuevo mail del lector Alberto Borrini: "Hay una actitud que cunde en la comunicación. Me refiero a la transgresión. Queda bien ser calificado, o calificarse, de transgresor. Hace poco, en un reportaje televisado, el periodista le preguntó a un postulante electoral que se jactaba de sus ideas avanzadas si se consideraba un transgresor. «Hago todo lo posible por serlo», respondió este con orgullo. Cuando la inocencia, al menos en comunicación, es condenable, la transgresión por oposición parece deseable.
"Entre los más jóvenes, la transgresión suele profesarse mediante leyendas en sus remeras, algunas tan osadas que parecen una confesión íntima, o una prolongación textil de Facebook. La transgresión en publicidad no es por cierto nueva; la novedad es que resulta cada vez más agresiva. Entre nosotros, cuando una campaña se extralimita, entra a tallar la Autorregulación Publicitaria, que pese a ser cada vez más tolerante, no puede evitar citar a las partes cuando las denuncias adquieren carácter público o incurren en deslealtad comercial".
En una sociedad como la nuestra que no siempre puede evitar adoptar con entusiasmo conductas y actitudes adolescentes, transgredir (‘Quebrantar, violar un precepto, ley o estatuto’) es una palabra que viste ?en el sentido de vestir que da el Diccionario de la RAE: "Dicho de una cosa: Ser elegante, estar de moda, o ser a propósito para el lucimiento y la elegancia. El color negro viste mucho"?, es decir, queda bien como advierte Borrini.
Quizá no deberíamos entonces estar solamente atentos a los errores de ortografía que pululan en los textos de los medios gráficos, o a la falta de concordancia de tiempos y modos verbales, que también campean alegremente en cualquier soporte que tengamos a mano, porque parece que tampoco nos ponemos de acuerdo en el significado de las palabras. Por ejemplo, quien esto escribe leyó esta semana en un artículo de este diario que, acerca de una decisión del Gobierno, una diputada opositora "despotricaba" contra ella. En realidad, la diputada, por más opositora que fuera, y lo es, estaba opinando en contra de la medida, pero no había llegado al extremo de despotricar, que, según la muy buena definición del Diccionario de uso del español de María Moliner, es: "Decir barbaridades, disparates o insultos contra alguien o algo: ‘Se puso a despotricar contra el régimen’".
Ni despotricar ni transgredir, salvo que esté totalmente justificado. Aunque en Línea directa, si nos preguntan, preferimos el verbo mitigar, que ahora se usa tanto, aplicado al cambio climático.
Como dice Miguel Ángel Bastenier, maestro de periodistas, "las palabras tienen una autonomía, que evoluciona con el tiempo, pero nunca permite que signifiquen lo que nos dé, individualmente, la gana".