Difícil que estalle un conflicto bélico
Hace un mes Corea del Norte demostró que ha desarrollado un misil capaz de llevar una bomba nuclear a Estados Unidos (si bien en una trayectoria de poca precisión). Si Kim Jong-un decidiera atacar una ciudad estadounidense o a fuerzas en Guam, como amenazó, sería una tragedia. Sin embargo, esta acción no destruiría las instituciones gubernamentales de Estados Unidos. Sí sería una provocación a un gigante, que terminaría con la destrucción del régimen en Pyongyang. A Kim Jong-un, como a sus predecesores familiares, le gusta la vida de dictador privilegiado. No la va a poner en riesgo. La disuasión funciona. Estados Unidos no está en peligro de un ataque norcoreano.
Los aliados de EE.UU. en Asia enfrentan un riesgo más alto, pero allá también rige la disuasión. Hay unas 25.000 tropas estadounidenses en la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur. Un ataque desde el Norte mataría a soldados americanos, que desencadenaría una represalia de Washington. Si el Sur lanzara un ataque al Norte, Pyongyang respondería con medidas que terminarían en la pérdida de millones de vidas.
Por eso hace décadas que en Washington se ha contemplado un ataque anticipatorio para acabar con la capacidad militar norcoreana. El problema es que no se podría lograr con suficiente rapidez para prevenir la represalia. También resultaría en las muertes de muchos norcoreanos, algunos colocados en el camino de daño por su propio gobierno. Así ha funcionado la persuasión en la península desde 1953, aun cuando Corea del Norte haya hecho acciones muy provocativas (como torpedear un buque surcoreano en 2010).
En lugar de ataques anticipatorios se ha elegido utilizar las sanciones económicas. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha implementado unos 15 programas de sanciones desde que Corea del Norte se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear, en 1993. La más reciente pretende cortar lo que el país gana por sus exportaciones en un tercio.
Pero estas sanciones no son tan fuertes como podrían serlo porque China se opone a incluir medidas que dañen sus intereses, como restringir el comercio en petróleo o las actividades de bancos chinos. El patrocinio chino es lo que mantiene viva la economía norcoreana. La única opción pacífica para parar el programa nuclear norcoreano es la presión de Pekín.
Es posible que la retórica belicosa que ha salido de la Casa Blanca en las últimas semanas tenga como objetivo convencer al gobierno chino de aceptar el papel de imponer reformas en Corea del Norte. La posibilidad de que Corea del Sur se embarque en su propio programa nuclear (una demanda del partido opositor) podría dar un incentivo más a Pekín para actuar. Sin embargo, el gobierno de Moon Jae-in acaba de elegirse y puede durar hasta 2022. Y sería difícil que Estados Unidos cediera a la demanda china del retiro del sistema antimisiles Thaad de Corea del Sur.
Lo más probable es que Kim Jong-un no cambie su política para proteger su propio poder. Será un resultado preocupante, pero nada nuevo para EE.UU. o el resto del mundo. El gobierno estadounidense tendrá que encontrar la forma para que el presidente Trump declare la victoria igual (eso no debería ser difícil, dado que parece ser capaz de aceptar muchas contradicciones). Quien seguirá pagando costos altos es el pueblo norcoreano oprimido, que no tiene libertad ni desarrollo económico.