Diez tiras clásicas para iniciarse en la historieta
La llegada al cine de Snoopy & Charlie Brown: Peanuts volvió a ubicar al "noveno arte" en el centro de la escena
Cuando Charles Schulz murió en el 2000, todavía quedaba por publicarse una tira de Peanuts, la historieta que se convirtió desde 1950 hasta nuestros días en un clásico universal del medio. El día después de la muerte de Schulz se publicó la última tira de Peanuts, esos cuadritos donde Snoopy, Charlie Brown y pandilla fueron de a poco mutando en un tira moderna para sus originales años 50 a obra maestra invencible durante los años 60. De ahí en adelante, con momentos mejores y otros mas planos, Peanuts dejó en claro siempre la tenacidad y capacidad de Schulz de comprimir en un tira aparentemente infantil su capacidad para diseccionar aquello que se nos hace incomprensible del día a día, del simple y humano hecho de estar vivo y rodeado de dudas, de otras personas, de miedos, ganas de enamorarse, guerras con uno mismo y, quizás no tan universal, la necesidad de que ese maldito barrilete ascienda a los cielos de una maldita vez.
La tira, el formato que implica una secuencia de cuadritos limitada generalmente a cuatro viñetas y a un espacio rectangular (en nuestro país hay una larga tradición en la contratapa de los diarios), ha generado clásicos como Peanuts por doquier. Es un arte que mezcla dos aspectos claves de la historieta: su condición industrial, nacida de la ecuación "un día, una tira" (y no hay tu tía), y como dentro de esos parámetros de trabajo varios artistas lograron, sin dejar de tomarlo como un empleo, crear objetos únicos, realmente distintos a cualquier otra obra artística (por su vínculo industrial diario con el público mezclado con el aspecto romántico que implica una creación artística que busca ser universal sin perder personalidad –ya que eso la diferencia de otras tiras "colegas"-).
Es extraño, por ejemplo, que varias de las obras más vanguardistas que ha visto el medio (Krazy Kat, por ejemplo) sean tiras, es decir, esa mezcla perfecta entre industria y arte popular. Pero pocos cómics son tan celebrados y al mismo tiempo tan perfectamente libres (la historieta, cuando nacen los diarios, estaba recién surgiendo como lenguaje industrial en occidente) como esas primeras tiras. Y es ese estándar el que ha establecido un nivel en el arte de la tira que ha permitido que sus mejores obras sean, tranquilamente, las obras maestras más poderosas del medio de la historieta. Aquí una lista de otros 10 clásicos que, como Peanuts, han redefinido la idea de obra superior en las historietas.
Peanuts (1950-2000)
La historieta que cambió a las tiras para siempre. Snoopy, el "protagonista" y punto de venta en nuestro país y Charlie Brown, en foco en otros países, viven en la Estados Unidos idílica de las casitas de barrio y la vecina de al lado que enamora. Eso no quita que Charles Schulz se limite a crear comedia de situación con sus personajes: Schulz, y aquí su maestría, logran convertir a Charlie, Snoopy y pandilla en una constante pero divertida reflexión sobre determinados miedos e inseguridades de la vida adulta. La melancolía permanente de la tira, sumada a su inventiva (50 años con los mismos personajes), más la capacidad de Schulz de crear con lo mínimo posible (sus personajes son la caricatura más básicas: un redondel como rostro, dos puntos como ojo y una línea como boca) la posibilidad de que sus temas sean leídos como universales han ayudado a que su obra se haya instalado como un clásico en varios otros idiomas.
Calvin y Hobbes (1985-1995)
La adorada. Bill Watterson creó la mejor tira de la historia. Suena a mucho, pero pocos dirán lo contrario. Calvin, un niño hiperactivo de malas notas pero capaz de discusiones filosóficas exageradas y de barrocas y clásicas aventuras que lo llevaban al espacio (que solo tenían lugar en su cabeza y en las viñetas), es eternamente acompañado por el tigre fanático del atún Hobbes (a quien los demás ven como un peluche y Calvin como un tigre bípedo parlante). Nunca el afecto entre dos personajes fue tan honesto en el papel, y, como bien dijo el historietista Garry Trudeau, "nunca una historieta pudo capturar la infancia de una forma tan pura, con sus constantes cambios de humor y de sentimientos". El hecho de que Watterson se negará a convertir a sus personajes en franquicia y producto de marketing más su voluntario aislamiento del mundo exterior (no da notas, no volvió prácticamente a hacer historietas) solo agiganta la capacidad de la tira de demostrar, amablemente, su enorme corazón.
Mafalda (1964-1973)
El personaje de historietas más popular de la Argentina y creación de Quino, nacida para promocionar electrodomésticos, se reveló contra su génesis original y terminó siendo, bajo el consejo del historietista Miguel Brascó, una mezcla de "Peanuts con Blondie". Si la influencia de Peanuts es obvia en ese mundo infantil (aunque aquí sí hay interacción con los adultos) la de Blondie debería ser en su personaje principal, una mujer imposible de frenar, con convicciones y con un sentido irónico de la razón. Más allá de sus bases, Mafalda devino muchos cosas más: un reflejo amable y teñido de comedia pero casi documental de Buenos Aires en un determinado momento, una introducción de lujo a la historieta de personajes (más allá de ser entrañables, Quino supo enfrentar a sus seres con el mundo exterior y que eso no perdiera, salvo casos contados, actualidad décadas después) y un sentido de la comedia que puede oscilar entre la política (Mafalda escuchando la radio), el absurdo tierno (Guille y sus mejores momentos) y la comedia de situación (esos eternos juegos en la plaza). Quino se animó a que la tira fuera un paso más allá, sin sacar los pies de aquello que hace y define al formato (personajes que generan situaciones). El resultado es, por lejos, la mejor tira de la historieta argentina.
Popeye (1925-1938)
Publicada en nuestro país como Espagueti en algún momento y originalmente llamada E.C. Segar’s Thimble Theatre, y lejos del famoso dibujo animado, la creación de E.C. Segar (tristemente fallecido a los 38 años) ha sido un pináculo del absurdo y de la narración. A pesar de su formato diario, Segar generó relatos que podían durar meses sin perder frescura, ni la idea del remate cómico diario, que eran protagonizados por un Popeye que es bastante más divertido que el animado (por ser tanto un rufián como un precario y malhablado Superman, personaje al que precede en eso de tener fuerza digna del Olimpo griego). Un casting enorme de personajes dejaba en claro el amor de Segar por el vodevil y la farsa. A la resaca de crisis financiera mundial de 1929, Segar le respondió con un tira que posee ritmo de sitcom y ferocidad a la hora del sinsentido, demostrada en sus tramas, su forma de bromear con el lenguaje y sus héroes de pacotilla.
Krazy Kat (1913-1944)
En Argentina fue publicada como El gato loco, y no hay dudas: si Calvin & Hobbes es la tira más querida, Peanuts la más entrañable, entonces Krazy Kat es la fascinante. La tira que adoraba William Randolph Heasrt (el magnate mediático que inspiró el film El Ciudadano) ha sido llamada un paradigma del surrealismo y hasta un antecedente del dadaísmo. ¿La razón? Con la premisa de "Gato/a ama a ratón, ratón odia a gato y le lanza un ladrillo ¡siempre!, policía enamorado del gato/a encierra al ratón", Herriman recorrió la comedia física, el absurdo verbal, el vodevil, la inventiva gráfica, rompió la cuarta pared, jugó con estilos expresionistas (sus famosos fondos desérticos y anárquicos) y hasta coqueteo, sin miedos, con los géneros sexuales. Es la historieta que cambió el medio para siempre por su modernidad y por sus salvajes ideas.
Gasoline Alley (1918-1951)
Nacida como una viñeta para aprovechar el fenómeno de la venta de autos, la obra de Frank King fue creciendo. Cuando fue tira, King llevó a cabo un experimento único en ese entonces y hasta hoy, al menos en el género "tira": el soltero que debía explicar funciones del auto, Walt, deviene padre de Skeezix (para atraer, bajo la visión de los genios de aquel entonces, a las mujeres). En ese vínculo, más los recorridos de Estados Unidos lejos de las metrópoli y cerca de sus parques nacionales, permitieron ver no solo el crecimiento real de ambos personajes (Skeezix va al colegio, se gradúa, va a la guerra y vuelve para trabajar en una estación de servicio, por ejemplo) sino la construcción pictórica de un nación.
Macanudo (2002 – Actualidad)
Hay muchas tiras nacionales emblemáticas: Aventuras de Don Gil Contento (donde apareció Patoruzú), Nenucho, Viruta y Cicharrón, La familia de Don Pancho Talero, Clemente, Diógenes y el linyera, Teodoro & Cía., Maneco y así una lista larguísima. Pero la tira de Liniers, a diferencia de la mayoría de las mencionadas, nació en un momento donde las tiras eran algo que los diarios seguían teniendo más por costumbre que por búsqueda de innovación. Fue excepcional el fenómeno generado por su acercamiento distinto, esa mezcla entre ternura y travesura, entre absurdo y sentimiento, que renegaba del remate y que buscaba ser distinta tira a tira (un desafío considerando que la tira no política suele celebrarse por establecer personajes antes que un contrato de lectura). Liniers no renegó de sus virtudes y así fue como Macanudo no solo generó un nuevo interés en la historieta por parte de toda una generación que desconocía que sucedía en la escena local sino que le devolvió el lugar revolucionario y popular que la tira hacía mucho no tenía en nuestro país. No por nada su Macanudo fue incluido en las 1001 Historietas que hay que leer antes de morir.
The Perry Bible Fellowship (2001-Actualidad)
La posibilidad de publicar en Internet generó una nueva camada de historietistas haciendo tiras en todos los lugares del mundo. En esa nueva ola, que se vio reflejada en la inclusión de menciones a las historietas online en premios clásicos del medio (como los Ignatz, algo así como los Globo de Oro del cómic), trajo La hermandad de la biblia Perry (tal su nombre en español), una tira de Nicholas Gurewitch. No apta para niños, la webtorieta de Gurewitch era dueña de un humor negro sin límites (suele aprovechar su dibujo tierno, o temas relacionados con la niñez o de índole inocente para sorprender: por ejemplo, una propuesta de matrimonio escrita con cadáveres por un enfermero con poco tacto y mucho amor) y de varios juegos visuales (suele homenajear a nombres del medio como Edward Gorey y Robert Crumb). Sus modos mórbidos y surreales lo han convertido en el primer clásico moderno nacido en la web.
Dick Tracy (1931-1977)
El policía de ficción más famoso de la historieta era, en sus comienzos, la respuesta de su creador, Chester Gould, al mismísimo Al Capone (ambos vivían en Chicago). Nacido antes de Batman, y mezcla áspera entre la truculencia de los relatos de Edgar Alan Poe y el héroe castigado de Sir Arthur Conan Doyle (el papá de Sherlock Holmes), Dick Tracy anticipó no solo el cine negro que vendría sino la idea del "héroe de acción" que hoy vemos cada vez que prendemos una tele o entramos a un cine. Hubo varios héroes al estilo de Tracy, pero fue su potencia como personaje sumado al talento de Gould (su realismo ayudaba a crear villanos ridículos, grotescos y fascinantes, como Cara de Ciruela y como bien lo mostró la adaptación al cine del personaje) lo hicieron y todavía hoy lo hacen único.
Inodoro Pereyra (1972 – 2007)
Algunos podrán decir que nunca fue una tira", en el sentido purista de las cuatro viñetas que definen a gran parte del género. Pero en la mayoría de las ocasiones, la creación de Roberto Fontanarrosa fue una tira dominical, es decir, una página entera (un formato que todas las historietas clásicas americanas de esta lista aprovecharon). Pero difícil no pensar en la creación del gran Fontanarrosa. La razón es que Fontanarrosa, dueño de un estilo que hizo de la simpleza una maravilla, logró lo que las grandes tiras clásicas americanas generaban: ser disruptivas sin que muchos se dieran cuenta. Sus juegos fonéticos, su absurdo, su comedia nacida de un personaje brutal, su forma de pisar un género clásico argentino tan solo para partir de él para generar diálogos veloces. Todas esas virtudes de los grandes clásicos Fontanarrosa las tenía, pero las agigantaba por su sentido alterativo de la palabra.