Diez preguntas a Eduardo Muslip sobre Florentina, su nueva novela
El libro del autor de Plaza Irlanda revela los lazos que hay entre la inmigración, la constante creación de la lengua y sus ficciones
Este año Eduardo Muslip (Buenos Aires, 1965) publicó dos nuevos libros, ambos protagonizados por personajes femeninos. La novela corta Florentina (Blatt & Ríos) es una historia de apariciones ambientada en el living de una casa en Barracas y Elvira, que también revive un vínculo del pasado, integra una colección de relatos breves publicados por la editorial de la Universidad Nacional de General Sarmiento. En esa casa de estudios Muslip, licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, investiga sobre literatura en lengua española y da clases. Mientras, desarrolla una obra literaria secreta y a la vez admirada. Plaza Irlanda y Phoenix, dos de sus libros, están entre los mejores de la literatura argentina reciente. Muslip no es un escritor masivo y su perfil público es más bien bajo. Sin embargo, su escritura mereció elogios de críticos, escritores y lectores que siguen con fidelidad historias ancladas en una percepción sólo en apariencia distraída y caprichosa.
-¿Cómo surgió la idea de escribir un libro como Florentina?
-En realidad lo que estaba y estoy escribiendo eran relatos de viajes por el extremo sur de Brasil y, como parte de ese viaje, relacioné cosas con el recuerdo del personaje de Florentina, sobre todo a partir de la lengua. En el viaje empecé a escuchar voces de mujeres mayores que me recordaban la voz de esa abuela gallega, y lo integré a la ficción ambientada en Brasil. Después lo desarrollé más, conecté con otras cosas, lo autonomicé y quedó como un relato. La migración es un tema que tengo en la cabeza; es un tema muy presente en la Argentina por los inmigrantes de finales del siglo XIX y primeras décadas del XX pero también por aquellas migraciones recientes, internas y también de otros países de América Latina, que me parece que dan un material interesante.
-¿Hay diferencias entre aquellas inmigraciones y las actuales?
-Cada inmigración tiene sus características, produce un impacto diferente y los inmigrantes mismos la viven de manera distinta. Se mezclan historias individuales, casos particulares y especiales que al mismo tiempo se vinculan con un fenómeno más general que siempre forma parte de algo social más amplio. Siempre estoy conectando con el tema migratorio. En la novela anterior, Avión, el personaje principal vive en la Argentina y se encuentra con una hermana inmigrante en el contexto de 2001, donde la inmigración masiva de la clase media argentina hacia afuera del país está en el marco de la historia.
-Cuando se habla de inmigración, da la impresión de que no se piensa en lo difícil que es irse a vivir a otro país.
-Uno de los motivos por los que no se registra eso creo que es que porque está fuerte la memoria histórica de esas inmigraciones que fueron idealizadas a posteriori. Quedó la idea de que esa gente vino escapando de una vida miserable y pudo conseguir una vida mejor. Eso genera que en la sociedad esté presente esa mirada que no enfatiza en el conflicto de los movimientos migratorios. Eso cambió cuando tuvimos la gran migración desde la Argentina en 2001, pero creo que también se volatilizó un poco, como tantas otras cosas vinculadas a esa época. No impactó en el modo en el que se registran o valoran las migraciones. Ahora, otra vez, con las migraciones hacia la Argentina se minimizan las motivaciones y el impacto subjetivo sobre los inmigrantes.
-¿Por qué a veces el marco y lo que no es marco narrativo no es tan nítido en tus ficciones?
-Con “marco” me refiero a algo necesario para la propia ficción. En Avión, es el vacío que se ve en el viaje de regreso a la Argentina por todos los que se habían ido y lo dejaban así. Es necesario para lo que acontece. Lo otro sí es cierto: no hay una separación. Igualmente, aunque no la haya o no haya capítulos, tengo presente una estructura narrativa en secuencias. En Florentina está la aparición de ella cuando se va despertando y eso para el narrador es algo que simplemente sucede y el modo en que se narra arma una especie de relato biográfico del personaje que respeta cierta cronología: la infancia, aspectos generales de su vida, la ancianidad.
-¿Hay un tono en tu escritura que se puede decir que ya es propio?
-Supongo que uno va aprendiendo de sí mismo, una mezcla de lo que se va construyendo. A veces uno hasta puede advertir cierta comodidad en los tonos que va encontrando y también algo que uno va sintiendo. Voy armando una voz con la que siento que puedo hablar de las cosas que quiero. Me parece que esa primera persona no tan invasiva es un camino que me gusta seguir, es una instancia para entregar la mirada del protagonismo también a otros, como puede ser el caso de Florentina o de Elvira.
-¿Trabajás de modo distinto los libros de cuentos que las novelas?
-Estoy escribiendo pocos cuentos. Me siento más cómodo con la novela corta, a veces más cercana a la crónica. Ahora estoy escribiendo un relato de Brasil y, paralelamente, historias que las pienso como si fueran cuentos separados a partir de una serie de personas que conocí en Tucumán. En la editorial de la UNGS publiqué Elvira, un cuento que toma a uno de esos personajes a partir del reencuentro de alguien que conocí cuando era chico. Cuando escribo, armo cada escena y trato de que cierre. A veces es la suma de episodios la que va cerrando algo. Esos eslabones funcionan como mínimos descansos de lectura.
-¿Cuál es tu mirada sobre la literatura argentina actual?
-Voy y vengo en un vaivén de lecturas de argentinos y latinoamericanos. No sistemáticamente, pero lo hago. El vaivén es por la cantidad de voces que pueda llegar a registrar, los dialectos, las formas locales, la propia voz. De lo que se produce ahora algunas cosas me gustan más, otras menos, pero me cuesta tomar la unidad nacional en la idea de la literatura. Me engancho con ciertas escrituras en particular pero me cuesta pensar que esos textos arman un sistema. En este momento lo que más me interesa es lo que hace puente con otras literaturas, como lo de las migraciones. Me gusta cuando se combinan lengua y biografía. Tengo interés en esos espacios de la literatura argentina (o no) que hacen esos puentes: los libros de Mario Castells, Alejandra Costamagna, Alejandro Modarelli o Marina Yuszczuk.
-¿El hecho de que publiques en sellos chicos es una decisión o se da así?
-Se da así. Soy un poco sensible a la recepción inmediata de lo que escribo. Damián Ríos y Mariano Blatt leyeron Florentina, les gustó y me ofrecieron publicarlo. Me sentí cómodo porque me gusta el catálogo. El tipo de circulación que tienen sus libros no me parece tan distinto a nivel local que el de las editoriales más grandes. Es cierto que no aparecen en las grandes cadenas pero sí en la mayoría del resto de las librerías. La verdad es que en la escala que me pienso me resulta natural ese modo de circulación, pero no es una decisión ni política ni ética ni de ansiedad por publicar.
-¿Cuál sería esa escala?
-Que lo que yo escribo se lea y dialogue con un ambiente más o menos cercano. Lo primero que escribí lo mandé a concursos. Fueron unos cuentos que presenté a la revista Con V de Vian; gané el primer premio y una mención por otro. Después salió en un número de la revista y ésa fue mi primera publicación. Luego fui a un taller con Hebe Uhart y, mientras iba, escribía el diario de un adolescente que me servía para las entregas semanales. Eso terminó en una novela corta que presenté en Colihue y gané el premio con Hojas de la noche. En cuanto a después... si hubiera sentido que algo de lo que escribía era premiable, lo hubiera mandado sin ningún problema, pero no lo sentí así. Capaz me equivoqué. Lo que terminé escribiendo me parece que son formas raras como para participar en un concurso.
-Algunos te consideran un escritor de escritores.
-Creo que me lee gente que escribe, pero no me siento un escritor de escritores. Yo también leo a otros escritores y no considero que ellos sean escritores de escritores. Aunque uno, como cualquier lector, siempre tiene un filtro.