Diez preguntas a Edmundo Paz Soldán
De paso por nuestro país, el escritor boliviano adelantó detalles de su próxima novela y rememoró sus vivencias en Buenos Aires
Meses atrás, Edmundo Paz Soldán, el nombre más sobresaliente de la literatura boliviana contemporánea, visitó Bueno Aires. Anticipó a Ideas que su próxima novela transcurre en un microcosmos particular: la cárcel de mínima seguridad de San Pedro, en la que los presos conviven con sus familias.
En ese escenario, Paz Soldán establecerá otra de sus intrigas sobre el poder, la razón y las creencias, que en América Latina suelen compartir un mismo estatuto de verdad. A veces el poder tiene razón; en otras ocasiones, la sabiduría popular lo desbanca; la razón puede visitar las mansiones de los poderosos y las casas de los pobres.
Paz Soldán nació en Cochabamba en 1967 y ya lleva publicados más de veinte libros de cuentos y novelas. En 2015, en la Argentina el sello Metalúcida distribuyó una antología de microrrelatos (el género por el que el autor “entró” en la literatura), Las dos ciudades, y reeditó una de sus grandes novelas, El delirio de Turing, donde la ciencia y la ficción mantienen un contrapunto tenso. Paz Soldán es además columnista en varios diarios de Chile y Bolivia; allí escribe sobre literatura contemporánea y política.
En Estados Unidos, donde vive hace más de treinta años, es docente de literatura latinoamericana en la Universidad de Nueva York. Está casado con la narradora boliviana Liliana Colanzi y es padre de dos hijos. Por su perfil literario y político, se diría que es uno de los autores latinoamericanos que en el futuro podría aspirar al Nobel de Literatura. Sería un acto de justicia.
-¿Cómo aparece en tu literatura la mezcla de géneros literarios?
-Me interesa mucho que la literatura sea funcional y pueda dialogar, que funcione como novela de ciencia ficción pero también que funcione como algo más. Comencé a narrar por la novela de aventuras y la novela policial, esos géneros me dieron la base de la cuestión narrativa. Una vez que tienes esa base, puedes hacer otra cosa, jugar más con el lenguaje, con los personajes, jugar con las formas. Pero, como decía Cortázar, para poder escribir mal primero hay que escribir bien. Entiendo que los géneros populares te enseñan modelos, a partir de ahí se puede empezar a improvisar.
-¿Los géneros populares tienen una relación más inmediata con el contexto?
-Creo que sí. Al final, quiénes son los grandes novelistas de la crisis financiera sino los novelistas policiales. Tienen una cosa que puede ser de redacción más inmediata, están volcados allí, a la crónica periodística, y ese es el tipo de ciencia ficción que me podría interesar. No lo circunstancial, pero sí cómo podemos desplazarnos en medio de un bosque de nuevas tecnologías. Es la ciencia ficción que hacía J. G. Ballard, un viaje interior con los nuevos medios, con las nuevas tecnologías. No es tanto la ciencia ficción de los años 60 o 50, o esa ciencia ficción que está presente en el cine. Me interesa la ciencia ficción con contenido más político.
-Venís seguido a Buenos Aires...
-Sí, de hecho, estudié acá. Le debo mucho a Buenos Aires, llegué acá a los diecinueve años a estudiar ciencias políticas, relaciones internacionales, en la Universidad del Salvador. Para mí la literatura era un pasatiempo, no podía tomarla en serio porque no tenía muchos referentes y, cuando llegué acá y veía a chicos de mi edad que querían ser escritores, en la Feria del Libro, me decía “pero si esto es lo que me gusta por qué no puedo hacerlo”. Pero estaba muy intimidado por el peso de una vocación, qué podía hacer con esa vocación en Bolivia. Creo que las cosas han cambiado en estos treinta años y han surgido nuevas generaciones, se ha diversificado más y puedes ver chicos que quieren ser cineastas y se meten desde muy temprano, pero en nuestra época en los años 80 era bien complicado tener una vocación cultural. Eso es algo que le debo a Buenos Aires, los tres años que estuve acá fueron fundamentales para que me animara a tomar en serio algo que ya tenía, que era la vocación pero no me animaba a tomar en serio.
-¿Cómo se desarrolló esa vocación?
-Comencé a escribir cuentos, me acuerdo de que iba de oyente a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, me acuerdo de haber ido a escuchar una charla de Beatriz Sarlo. Luego conseguí la credencial de un periódico boliviano para hacer entrevistas en la Feria del Libro, era todo una excusa para aprender. Así fue como conocí a José Donoso, a Juan Forn, a Josefina Delgado, a Mempo Giardinelli. Me sirvió muchísimo porque con esa credencial podía aparentar que era parte de un circuito. Eran consejos de lecturas los que ellos me daban, yo tenía lecturas muy clásicas en ese entonces y me recomendaron a varios escritores de acá.
-¿Cuál es tu experiencia como extranjero que vive en Estados Unidos?
-Tengo muy fresca mi identidad boliviana, muy viva, no he perdido mis conexiones, mis contactos familiares. Cuando comencé a publicar lo hice en editoriales bolivianas, seguí escribiendo en periódicos en Bolivia, entonces a ratos me olvido de que tengo 49 años y hace treinta y uno que vivo afuera, casi dos tercios de mi vida los he pasado fuera de Bolivia, pero al rato me olvido porque estoy muy implicado, leo mucha política boliviana, leo a muchos autores bolivianos, estoy muy metido en el día a día boliviano. También ha sido una forma de asumir lentamente una identidad en Estados Unidos, porque durante doce años yo tenía esta ficción que estaba en un país de paso, donde estudiaba y me iba y no estaba muy implicado en lo que pasaba en el país; tenía puesta mi energía en Bolivia y en Latinoamérica. En 2006 cambió porque nació mi primer hijo en Estados Unidos, y a partir de ahí me interesé de verdad por mi país de adopción. De hecho, la primera vez que voté fue por Barack Obama, hasta la época de Obama nunca había tenido interés en registrarme para ir a votar. Ya cuando llegó Obama, hubo un cambio en mi psiquis y de hecho hasta narrativamente comencé a ambientar historias en Estados Unidos. Norte, por ejemplo, es una novela de inmigración, de la frontera. En esa época comencé a preguntarme por mi identidad latina hispana en Estados Unidos, aunque ya no es tan melancólica como en mis primeros escritos; es un desarraigo sin tanta nostalgia o melancolía, más catastrófico quizás, menos lánguido. Más desesperado.
-¿Cómo convive una pareja de escritores?
-Es bastante extraño porque Liliana es muy diferente de mí como escritora; para mí es muy fascinante ver la variedad de los modelos de escritores, y me ayuda mucho esa diferencia, son otras lecturas, otras formas de leer también, no solamente libros que uno lee porque se lo recomiendan, sino también formas de acercarte a la escritura que si escuchas con el oído muy fino te pueden ayudar. Eso es lo que más he aprendido de ella, antes tenía mucha resistencia a sus sugerencias, lo mío pasa por otro lado, pensaba. Con el tiempo he aprendido que sus lecturas y sugerencias son muy buenas y tomo nota y ya no discutimos mucho.
-¿Cuál es tu mirada sobre los años en el gobierno de Evo Morales?
-El proceso de Evo Morales ha sido necesario para el país, era una deuda histórica del país consigo mismo. A mí me costaba entender que un país con mayoría indígena no hubiera tenido nunca un presidente indígena, y creo que cuando llegó Evo lo que era necesario para incorporar grandes mayorías excluidas de la esfera pública se logró con creces. Pero como toda revolución, porque ha sido una revolución política, se ha desgastado. Tiene este gran problema de todo movimiento populista latinoamericano que depende mucho del caudillo que no ha logrado crear nuevos líderes, que reproduce las mismas ideas y repite las mismas caras, y no permite la circulación de nuevas ideas. Pienso que Evo debió haber modernizado el partido para prepararlo para nuevos desafíos en vez de haber apostado todo a un liderazgo concentrado.
-¿A qué desafíos te referís?
-Uno de los principales desafíos es la institucionalización, la formación de un poder judicial creíble para la gente y no uno que sientes que es un apéndice del partido en el poder. Es un poder judicial que no sientes que tenga independencia, sería incapaz de enjuiciar a un ministro. Hay un caso de tráfico de influencias y han arrestado al chofer que llevaba la plata al cajero y a dos mujeres una de ellas amante de Evo, pero la comisión que investiga eso se queda abajo en vez de continuar la investigación más arriba. El gobierno de Evo Morales debió haber hecho cosas para crear un sistema judicial legítimo. Evo hizo mucho para mejorar la distribución de la riqueza, creo que ha crecido mucho la clase media en Bolivia. Han entrado muchas divisas por las materias primas, la soja, el gas, pero ese dinero no se usó para una política de industrialización del país, más a largo plazo sino se lo invirtió en bonos que ayudaran a la gente a recibir cheques, que pudieran circular en el país. Es típico de un gobierno populista. Yo no estoy en contra de esta política asistencialista pero pienso que se deben haber sembrado unas bases para una mayor industrialización del país porque ahora que bajan las materias primas seguimos dependiendo de eso. Si el petróleo vale 100 estamos bien, si el petróleo vale 30 estamos mal. Ese tipo de cosas pueden quedar en el debe, en la deuda de esos diez años de Evo, pero por otro lado puedes ver que los indicadores de salud, de educación han mejorado bastante.
-¿Cómo ves la literatura latinoamericana actual?
-Es una de las cosas que más enseño y reseño. Me interesa bastante la literatura latinoamericana contemporánea, aunque quizás sea en este momento sea difícil definirla... Es un momento muy ecléctico, con voces muy dispares; sí noto que está cada vez dialogando entre sí con la literatura anterior, la de Bolaño o la de Piglia. Siento que hay un intento de los novelistas por enfrentarse a estas grandes figuras, sobre todo si están interesados en cosas que tienen que ver en la conexión latinoamericana entre historia, política y escritura. Esta conexión entre historia política y escritura, la escritura como cómplice del poder y como una de las formas de criticar o fiscalizar al poder pero a la vez convertido en cómplice. Es un tipo de ficción que me interesa y creo que pertenece al tronco principal de la literatura latinoamericana. Aquí en la argentina está en el ADN de la literatura el diálogo entre géneros, el modelo borgiano, la novela de espías, lo puedes ver en el trabajo de la literatura latinoamericana de último tiempo, una forma de narrar el presente a través del horror. No dice nada bueno de nosotros.
-Cuando viniste a Buenos Aires en los años 80 les pedías a los escritores consejos para un joven narrador, ¿cuáles serían ahora tus consejos?
-Lo más importante para mí en esos años en la Argentina, cuando no estudiaba literatura, fue lo mágico de la lectura anárquica; leía a contemporáneos, clásicos, en desorden; ahí no distinguía mucho entre Agatha Christie, Ray Bradbury, J. G. Ballard o Ernesto Sabato. Cuando llegué a la universidad, comencé a sistematizar mis lecturas, pero creo que para un escritor es importante ese caos. Me gustaría volver a ser anárquico pero me cuesta. En la época de aprendizaje es necesario el desorden de lecturas, y ahí aprendes a escribir, porque estás buscando distintos modelos y siempre es mucho mejor la variedad.