Diez años de pontificado de Francisco
Jorge Mario Bergoglio, pontífice 266 de la Iglesia Católica Apostólica Romana, asumió hace 10 años su misión con el propósito de expresar sus convicciones más profundas acerca de lo que debe significar y expresar la Iglesia. Entiende que el paradigma que debe inspirar la conducta de sus miembros es Jesús, su obrar y proceder, según se hallan descriptos en los Evangelios. Por eso la humildad jamás se apartó de sus acciones, tanto antes de ser electo Sumo Pontífice como desde el momento en que vistió el atuendo papal, hasta el presente. Se esforzó por crear un punto de inflexión en la historia de la Iglesia a fin de purificarla de sus vicios y proyectar un mensaje de paz y espiritualidad a todos los componentes de la gran familia humana. El desafío que antepuso a los fieles, aún siendo el arzobispo de Buenos Aires, fue abrir puertas de diálogo y encuentro para con todos.
Desde la segunda mitad de la década de los 90 comenzamos a elaborar un diálogo que fue plasmado en un libro y en programas proyectados en el canal del arzobispado. El primer propósito de los mismos fue crear un espacio de encuentro judío-católico profundo que contribuya a poner un fin a dos mil años de desencuentros, en los que frecuentemente emergieron odios que conllevaron tragedias. Nuestro abrazo en Jerusalem, frente al muro occidental de lo que fue la muralla que rodeaba al Templo destruido por los romanos en el 70 EC, tuvo la misma intención, la de señalar una nueva senda que debía labrarse. Aquel abrazo fue tripartito, pues Omar Abboud, que profesa el credo islámico, se hallaba con nosotros. En el lugar más sagrado del Judaísmo, frente a donde predicó Jesús y Mahoma subió a las alturas, quisimos dar un gesto que sirva de guía hacia donde deben dirigirse los hijos de la fe de Abraham.
Ningún pontífice trabajó tanto como Francisco para acercar en diálogo a musulmanes de todas las denominaciones con la Iglesia. La segunda intención de todo aquello que realizamos es clamar juntos por crear lugares de sinceros encuentros, tal como los que describía Martín Buber en sus enseñanzas, a fin de desterrar las guerras y todo tipo de degradación e inequidad del seno de la familia humana. Dicho clamor fue una constante en su labor pastoral hasta el presente. Al iniciarse la invasión a Ucrania, Francisco dejó de lado todo protocolo, y en su pequeño auto fue a la embajada rusa a fin de transmitir un mensaje a Putin. Es uno de esos pequeños grandes actos mediante los cuales marca un rumbo indeleble.
En su peregrinación a Tierra Santa tuvo dos gestos que complementaron significativamente su proyecto de dos estados para alcanzar la paz entre israelíes y palestinos. Por un lado se detuvo frente al muro que separa Israel de Palestina, construido para contener los actos terroristas en 2002, apoyó sus manos sobre el mismo y se mantuvo en silencio algunos minutos. Rezó para que aquella divisoria entre dos pueblos pueda demolerse gracias al encuentro de los mismos en una realidad de paz. El segundo gesto fue el de haber sido el primer pontífice en apoyar sobre la tumba de Teodoro Herzl, el fundador del movimiento sionista, una corona de flores. Fue una forma elocuente de mostrar su respeto al sueño judío de construir una sociedad que sabe recrear los valores de los profetas en la tierra en la que aquellos hollaron.
Bergoglio habla más por sus gestos que por sus palabras. En Auschwitz no pronunció palabra alguna. Quiso significar que el silencio suele ser más elocuente que los vocablos cuando el drama acaecido tuvo tal magnitud que no existen adjetivos para caracterizarlo. En Yad Vashem, el centro de documentación de la Shoa en Jerusalem, antes de comenzar a expresar su reflexión tuvo la misma actitud, mantuvo silencio durante algunos minutos. Todos los presentes, entre los que se hallaban el presidente y primer ministro de Israel, pero especialmente sobrevivientes del Holocausto, seguramente se sintieron aunados con el Papa en aquel silencio desgarrador. Me hizo recordar el silencio que mantuvieron Job y sus amigos antes de comenzar a hablar acerca de la tragedia que le había acaecido (2:13). Después expuso sus reflexiones, que se centraron en la arrogancia humana de querer ocupar el lugar de Dios y decidir sobre la vida y la muerte de otros.
Después de haber plantado junto con los presidentes Shimon Peres, Mahmud Abás, y el Patriarca Bartolomé un retoño de olivo en los jardines del Vaticano, en una ceremonia de invocación por la paz, acto que marcó el final de su peregrinación a Tierra Santa, me manifestó que, seguramente en un futuro, tal como dará sus frutos el retoño, del mismo modo darán sus frutos los esfuerzos por lograr la paz en aquella región. Todos los actos de Francisco deben verse de este modo, poseen un efecto para el presente y guardan una semilla a germinar para el futuro. El tiempo soñado y añorado por la humanidad desde sus albores hasta el presente.
Rabino, Georgetown University