Diez años de Menem: luces y sombras
Cuando Carlos Menem concluya su segundo mandato presidencial habrá completado más de una década como jefe del Estado.Nadie en la historia argentina permaneció tantos años consecutivos en el ejercicio de la más alta magistratura de la República. Hoy se cumplen, justamente, diez años de su llegada al poder.
Aunque todavía le quedan más de cinco meses en la Casa Rosada, que seguramente serán intensos, existen ya elementos suficientes para intentar un balance tentativo de su extensa gestión de gobierno, en el que consten sus aciertos y sus desaciertos, sus avances y sus retrocesos, sus luces y sus sombras.
Los aspectos decididamente positivos de la acción desarrollada por Menem se concentraron fundamentalmente en su primer período presidencial, durante el cual produjo un cambio trascendental en la estructura económico-social del país, que puso fin a medio siglo de economía inflacionaria y estatista, estabilizó la moneda y abrió la economía argentina al mundo, desregulando sus resortes fundamentales. El cambio incluyó un paso de extraordinaria importancia:la privatización de las deficitarias y obsoletas empresas del Estado.
Los méritos del actual presidente adquieren especial relevancia si se tiene en cuenta que asumió sus funciones el 9 de julio de 1989, seis meses antes de lo previsto y en momentos en que el país atravesaba un proceso hiperinflacionario que había dislocado totalmente la economía y había empezado a provocar agresivas convulsiones sociales.
Otro acierto indudable de Menem fue el de formular y ejecutar una política exterior altamente favorable a los intereses objetivos de la Nación. Alineó correctamente a la Argentina en el sistema internacional, despejando toda duda respecto de su adhesión a la causa de las democracias occidentales y abandonando el comportamiento errático o ambiguo que las anteriores administraciones habían observado en esa área. Sin embargo, el prestigio del país en el exterior se vio gravemente afectado por la evidente falta de voluntad oficial para investigar los trágicos atentados terroristas contra la embajada de Israel y contra la sede de la AMIA, que inexplicablemente quedaron impunes. Y también por los vergonzosos casos de venta ilegal de armas a Croacia y Ecuador. Más allá de esos puntos oscuros, no es arriesgado afirmar que la primera presidencia de Carlos Menem, que transcurrió entre 1989 y 1995, marcó el fin de un período cargado de incertidumbres, durante el cual sucesivas administraciones nacionales de facto o constitucionales habían fracasado en el intento de ordenar la economía, frenar la emisión monetaria y desmontar el poderoso aparato estatal armado en la década del 40 durante la presidencia de Juan Domingo Perón y agrandado aún más, en algunos casos, por sus sucesores. Menem corrigió drásticamente, con certera intuición y pulso firme, la equivocada tendencia a incluir entre las funciones del Estado un sinnúmero de actividades empresarias, industriales y comerciales que nada tenían que ver con su misión esencial.
Los resultados de su política económica e internacional se vieron reflejados en un ingreso franco y anticipado al mundo globalizado que se construyó tras la caída del muro de Berlín, en una rápida modernización de la infraestructura productiva del país y en la estabilidad, que es la base del crecimiento de largo plazo.
Lamentablemente, el empuje reformista de Menem se desplomó al iniciarse su segundo gobierno. Su programa de transformación estructural del país se interrumpió y quedaron sin ejecutar muchos cambios estratégicos que resultaban indispensables para que las reformas del período anterior produjeran los frutos esperados.
No se llevó adelante la prometida flexibilización laboral _que hubiera permitido reducir los costos de las empresas y contener el avance arrollador del desempleo_, no se combatió con éxito la escandalosa evasión fiscal, no se hizo prácticamente nada para bajar el gasto público, que en muchos rubros fue agresivamente dispendioso y hasta adquirió, por momentos, ribetes extravagantes. Tampoco se dieron pasos responsables o serios hacia la erradicación de los tremendos focos de corrupción enquistados en la estructura del Estado. Al contrario, se tiene la sensación de que la corrupción creció desmesuradamente a la sombra del menemismo.
Entre las virtudes de la gestión presidencial que concluirá en diciembre hay que anotar el haber respetado las libertades de opinión y de prensa, que pudieron ser ejercidas sin restricciones, el haber transferido a manos privadas las emisoras de radio y TVque el Estado retenía en sus manos y el haber derogado normas represivas de la libre expresión, como la que establecía el delito de desacato.
Entre sus errores más notorios, el no haber avanzado hacia la modernización del sistema de seguridad social, en el que la presencia activa de una dirigencia gremial prebendaria continúa siendo poderosa y distorsionante. Y, por supuesto, el haber promovido una reforma constitucional innecesaria _vía Pacto de Olivos_ con el solo fin de posibilitar su reelección.
Pero la cara más sombría del gobierno de Menem fue, sin duda, su falta de consideración por las instituciones del sistema republicano y su desprecio por la independencia del Poder Judicial. El aumento del número de miembros de la Corte Suprema de Justicia _elevado de cinco a nueve_ fue una clara maniobra del Poder Ejecutivo para conformar un tribunal supremo que fuera dócil a sus instrucciones. A partir de esa argucia institucional, el oficialismo subordinó a sus designios a un importante sector de la justicia federal y logró cubrir con un manto de impunidad a muchos funcionarios que abusaron ostensiblemente del poder en beneficio propio. Paralelamente, produjo aberraciones institucionales tan penosas como la usurpación de bancas en el Senado de la Nación con métodos desembozadamente fraudulentos.
Con su fallido intento reeleccionista, con su estilo de conducción personalista y ostentosamente frívolo _lejos, en todo caso, de la austeridad que se supone propia de los gobernantes republicanos_, con su abusiva tendencia a sobrepasar los límites que la Constitución fija al Poder Ejecutivo (por ejemplo, abusando de la dudosa figura del decreto de necesidad y urgencia), Menem contribuyó a instalar en el país una cultura del éxito, la picardía y la frivolidad que probablemente deba computarse en la columna de sus aportes menos afortunados. También debe anotarse en la columna de lo negativo el crecimiento descontrolado de la delincuencia común y el consiguiente clima de inseguridad que impera en todas las regiones del país. A quienes accedan al gobierno el 10 de diciembre les corresponderá conservar, consolidar y profundizar los aciertos de quien ejerció el poder durante una década y rectificar sus extravíos, poniendo claridad donde hoy aparecen sólo sombras.