Diez años de ciencia y tecnología
Por Sara Rietti Para La Nación
Un reciente artículo de Ramiro de Casasbellas, sobre el ministro de Educación del gobierno del general Perón, Oscar Ivanissevich, y sus ideas sobre el arte abstracto, recuerda con humor y sabiduría una triste historia de soberbia e ignorancia. Vinculando arte y ciencia como formas de conocimiento, desliza en su último párrafo la crítica más aguda que he visto en un medio de circulación extendida respecto a la gestión de ciencia y tecnología de estos últimos diez años. Lo hace comentando los tramos finales de la trayectoria del referido ministro en el período 1974-75, y dice: "No sin antes sembrar la semilla de una teoría que iba a dar fruto en la década del 90: la investigación científica ha de ser realizada por las empresas, no por las universidades".
Como estos años me he sentido un poco sola en mi opinión adversa respecto a ese invento importado, adoptado sin adecuación, según el cual la investigación ha de ser realizada o estar al servicio de la empresa, y no para acrecentar nuestro conocimiento y nuestra capacidad humana, su manifestación suena a mis oídos como el grito de alguien que se anima a decir que "el rey está desnudo", en un medio que se fue adormeciendo (creo entrever que está despertando), al influjo de la promesa de entrar en el Primer Mundo.
Controles burocráticos
Eso me anima a expresar públicamente una opinión que es bien conocida en el ámbito académico, convencida de que su comprensión debe ser patrimonio de toda la sociedad. Mi posición es que el perfil de la gestión de la ciencia y la tecnología en el gobierno del presidente Menem se dibujó en los primeros años desde la Secretaría de Políticas Universitarias y no desde su lugar específico. Desde allí se implementó la primera parte de una política para la ciencia que habría de condicionar la de las universidades, que son, por otro lado, como en muchos lugares del mundo, las que producen la parte sustantiva de la ciencia que se hace en el país.
No nos interesa evaluar a una persona sino aislar la política que ha llevado a cabo, y lo que sí se puede afirmar es que siempre ha sido eficaz en sus propósitos. Lo que es cuestionable es la naturaleza de éstos, que entendemos estuvieron cargados de una fuerte desconfianza en el libre desarrollo de las ideas, sesgados por un afán burocrático y controlador. Con el agregado de haber partido, para darle la interpretación más suave, de un diagnóstico equivocado respecto al papel de la ciencia y la tecnología en el desarrollo de nuestro país.
Nuestra propuesta es analizar la política en el campo de la ciencia y la tecnología como el resultado de una política única y coherente, desarrollada desde dos ámbitos burocráticos. Así adquiere una entidad mucho más clara, no menos criticable.
El primer aspecto de esa política se desarrolló, como dijimos, desde la Secretaría de Políticas Universitarias. A partir del manejo del presupuesto, se proyectó una fuerte intervención en un aspecto esencial de la vida universitaria, que hace a su identidad: la investigación. Con lo que se consiguió controlar y burocratizar la investigación, desjerarquizarla, sumergirla en la confección de "proyectos" e "informes", convertidos en los trámites esenciales de esta actividad. Esos trámites permitirían a los docentes investigadores acceder a un "suplemento" de un sueldo cada vez más magro, resultado de presupuestos cada vez más apretados y manipulados.
Todo esto responde a una política de Estado que privilegia una visión economicista y neoliberal en el plano sociopolítico, y que, tal como se pretende caracterizar, se hace extensiva al papel que la ciencia y la educación desempeñan en un país periférico como el nuestro. En esta visión se prefiere soslayar el impulso que la ciencia imprime a la capacidad de enfrentar los criterios de autoridad y toda forma de dogmatismo.
Se olvida _o se pretende interrumpir por "inoperante", en el sentido económico_ la vieja asociación entre educación, ciencia y Universidad, por un lado, y valores como la justicia y la equidad, que produjeron en nuestro país un fenómeno sin parangón de acceso a las oportunidades y movilidad social. E incluso dieron sustento técnico a un valioso proceso de sustitución de importaciones, del que se pretendió hacernos avergonzar. Cuando había significado una alianza virtuosa entre la habilidad artesanal de nuestros hombres de campo con la habilidad técnica de miles de inmigrantes, y con la formación y creatividad de los egresados de la Universidad argentina, que eran capaces de liderar con tecnologías "apropiadas" nuestras pequeñas y medianas empresas.
Esa educación que generó tres premios Nobel en ciencia y muchos logros en la producción de bienes y servicios requiere para su desarrollo un clima de libertad y compromiso que históricamente siempre han vulnerado los regímenes autoritarios e intervencionistas. De ahí que sean escasos, como lo son los períodos verdaderamente democráticos, los momentos en que florece.
Fábricas cerradas
El segundo aspecto de la gestión que se está analizando se refiere al fuerte énfasis que la Secretaría de Ciencia y Tecnología ha otorgado a la vinculación entre ciencia y producción, siguiendo las consignas eficientistas de los organismos internacionales. Se pretende imitar con voluntarismo la sólida relación que tienen investigación y producción en el Primer Mundo, donde ésta constituye efectivamente un valioso insumo para la innovación, que alimenta la competencia entre los protagonistas. Ha resultado patético proponer _y emplear para ello una importante porción de fondos muy escasos_ que la ciencia se constituyera en un factor de modernización de una producción que se iba haciendo casi inexistente, a causa de una política llevada a cabo por el mismo Estado al que pertenece esa Secretaría.
Porque si por un lado una política económica brutal castiga y muestra una desconsideración absoluta hacia nuestra producción, y su valor como instrumento de realización y cohesión social, no se puede pretender desde otro, supuestamente neutro, influir positivamente para contrarrestar esa política arrasadora que ha dejado poco en pie.
No hacen falta números para caracterizar el estado de nuestra ciencia y su relación con la producción que sería su receptora. Hay que darse una vuelta, sin protocolo, con ganas de ver, por laboratorios y gabinetes, donde la verdadera ciencia aparece arrinconada por los formularios, y recorrer los barrios fabriles, donde los carteles de remate y alquiler de los antes orgullosos galpones muestran a las claras la no pertinencia de los ambiciosos Programas de Innovación Tecnológica. La conclusión resultará evidente.