Dicotomías de un país inviable
Nuestro país no deja de sorprendernos día tras día. Nos levantamos, leemos las noticias y lo que pasó ayer parece un siglo atrás porque seguro que otra historia de espanto o conmovedora nos va a marcar la jornada. Sí, así de cortoplacistas somos. Un día una historia, al otro día viene otra que tapa lo anterior, y todo eso colabora con que la memoria de los argentinos esté saturada.
Además de ser cortoplacista, la Argentina vive de las dicotomías. Tenemos tantas que somos como un leviatán de contradicciones e incertidumbres. Solamente repasemos dos noticias recientes que nos describen nuestra forma de actuar.
Por un lado, tenemos a Antonella Delmonte, modelo vernácula e influencer de cabotaje que salió en los medios porque ya tiene su certificado de vacunación con la primera dosis de la Sputnik V, pese a no cumplir con ninguno de los requisitos: no es parte de un grupo de riesgo ni personal esencial. Antonella tiene 24 años y parece que mintió en el proceso de inscripción para vacunarse y falsificó un certificado que supuestamente constataba que era personal de salud. Pero, como hacerse el vivo es gratis en este país, la farsante subió a las redes que se había vacunado. Quisiera poder imaginarme la cara de algún abuelo que está esperando desde hace mucho su dosis para poder salir a la calle con algo más de seguridad sabiendo que a su edad la vacuna es una cuestión de vida o muerte.
Por el otro, Santiago Maratea, un joven influencer de verdad, con más de un millón doscientos mil seguidores, que, entre otras cosas, colabora ayudando a los demás. Se puso al hombro una campaña solidaria que logró reunir dos millones de dólares en doce días para ayudar a Emma, una beba que tiene atrofia muscular espinal (AME), una enfermedad genética. Santiago tiene 26 años.
Dos realidades diferentes que permanentemente nos agobian o emocionan: la corrupción que desvía el esfuerzo de todos a gente que no le corresponde y la generosidad que existe y soluciona la vida de quienes más lo necesitan.
Dicen que vivimos del ejemplo de nuestros mayores. Pensemos en el vacunatorio vip, donde por un sistema de favoritismos partidarios vacunaban a amigos y acólitos. Alguien alzó la voz y cayó un ministro. Rasquemos nuestra corta memoria y recordemos a José López, el exfuncionario que fue sorprendido arrojando bolsos con nueve millones de dólares a un monasterio, situación digna de una película fantástica. O de terror. Ese funcionario fue beneficiado con una excarcelación que se haría efectiva previo pago de 85 millones de pesos.
A veces me pregunto cómo hacemos para sobrevivir este país. Las noticias nos hablan de grietas, de odios profundos y de inoperancias. Estamos entrando en una nueva etapa de confinamiento por la llamada segunda ola. No hay dudas de que no íbamos a zafar de esta segunda oleada. Todo el mundo pasó por eso. ¿Qué hicimos para prepararnos? Nada. Las vacunas no aparecieron, la política sanitaria es errática y la gente está confundida. Vuelta a encerrarnos y a cerrar las escuelas.
Las ideas faltan. A algún funcionario se le ocurrió que los colectivos tienen que llevar la ventana abierta para poder seguir viajando. Frío o virus. Otra dicotomía. Y como no hay confianza en la ciudadanía, las ventanas estarán fijas, para que no se puedan cerrar.
Pero cuidado, las dicotomías actuales, que parecen acérrimas, insalvables y absolutas, no son recientes. Pensemos en la primera que aprendimos en el colegio: federales y salvajes unitarios. De ahí en más, toda nuestra historia fue una gran polarización de ideas. Hoy somos unos grandes generadores de grietas: para las vacunas, para el encierro, para todo. Somos un país pendular y, subidos al péndulo, estamos los argentinos tratando de no caernos.
Lamentablemente, los ejemplos de Antonella y Santiago comentados al inicio de este artículo nos llevan a la peor dicotomía de todas: la insalvable. Está basada en valores absolutos diferentes: la corrupción, que mira el bien individual, y la generosidad, que brega por el bien común. En este sentido, la corrupción se da de bruces con la generosidad. Son actitudes que, como el agua y el aceite, podrán estar en el mismo recipiente, pero no se mezclan jamás.
PhD, profesor en la Universidad Torcuato Di Tella y autor de El antilíder
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