Diarios íntimos, entre el papel y la Web
En la era de las redes, la fascinación por las memorias de figuras consagradas convive con el éxito de la autoficción
Ya sea espejo de su autor o refugio del mundo, el diario personal condensa en los hechos cotidianos los grandes acontecimientos de una época. Hoy, en un auge inusitado, se publican diarios de autores contemporáneos, consagrados o noveles, y se reeditan los clásicos escritos, entre otros, por Franz Kafka, Anna Frank y John Cheever. Claro que la escritura del día a día también aparece en las redes sociales y los blogs que aparentan dejar a la vista la vida privada. Basta visitar un perfil de Facebook o Instagram para conocer qué piensa, dice y hace una persona famosa o desconocida. El cambio es radical, y lleva a preguntarse si en verdad los nuevos registros, tan conscientes de la exposición inmediata, pueden encarnar el legado del género de la intimidad.
Intimidades online
No hay duda de que lo instantáneo y fragmentario del diario personal capta el espíritu de la era digital. Al igual que las redes sociales, el género busca más que nada atrapar la vida a medida que se vive. Aun antes de que los hechos se conviertan en recuerdos, ya son literatura. Aquí reside uno de los secretos de su éxito. El otro, en la versatilidad que tiene el diario para reunir textos distintos como recortes, fragmentos de lecturas, impresiones, anécdotas, frases escuchadas al pasar.
Algo similar ocurre con las redes sociales, que parecen contener el mundo privado al alcance de un clic. De ahí que la escritura viaje del papel a los muros digitales para explorar el efecto inmediato. Por ejemplo, el escritor Felix Bruzzone fue subiendo a su perfil de Facebook las experiencias que vivía en su trabajo de piletero, y los textos decantaron hasta reunirse en Piletas, un diario que encuentra en los detalles mínimos de todos los días lo más auténtico de las relaciones de hoy. "El diario se incrustó a lo que originalmente eran entradas de Facebook. Se limaron algunas cosas, pero no demasiado. En cierta forma, las entradas ya iban armando un diario personal compartido con todos los que entraban", cuenta el autor de la reciente Campo de Mayo.
"¿Qué es la literatura: lo que aloja la vieja tecnología del libro o una cuenta de Twitter que al fin y al cabo recurre a las mismas figuras retóricas?", se pregunta el escritor y periodista cultural Santiago Llach, que desde hace años trabaja los géneros de la intimidad en sus talleres de lectura y escritura, y también escribe un diario que salió publicado durante un año en un medio digital. "En una época en que el estatus de la literatura está puesto en cuestión, es natural que una de las tendencias predominantes sea la de la literatura que vuelve sobre sí", dice Llach. "Me interesan los relatos de la intimidad que se sitúan en un lugar ambiguo entre la ficción y la autobiografía, entre la literatura como lugar profesional y la experimentación amateur, que tienen un componente meta (explicitan la escena de la escritura), y reflexionan así sobre un arte siempre paradójico, que dice lo que no hay que decir, pero no ya como desafío a una autoridad inexistente (en las democracias digitales todo se puede decir), sino como expresión epifánica del desgarro: una especie de romanticismo de bajo tono".
Sin caer en la ingenuidad de pensar que la privacidad se desnuda, las redes sociales juegan con esa ilusión y se valen de elementos similares a los de la autoficción. La directora literaria de Alfaguara, Julieta Obedman, encuentra algunos rasgos en común: "No estoy segura de que las redes sustituyan a los diarios íntimos porque parten de una premisa que es la contraria: en ellas se publica desde el inicio lo que se escribe ese día, mientras que un diario íntimo acompaña toda una vida y quizá, solo quizá, tome estado público todo junto y al final. Así y todo, creo que las redes y blogs hoy son una forma de diario personal, con sus características diferenciales. La pulsión por contar, por dejar por escrito lo que se piensa, lo que se siente, lo que le produce a uno una noticia, una situación, está en la base de la escritura del género, que es básicamente compartir con otros lo que se piensa", dice.
Esa suerte de pulsión cotidiana esconde el riesgo de exhibir también las debilidades inconfesables. Tal vez por eso muy pocos escritores argentinos se animaron a publicar diarios. Es cierto que Adolfo Bioy Casares lo hizo en el extraordinario Borges, solo que en lugar de exponer las flaquezas propias, dejó a la vista la humanidad de su amigo. En los últimos años, la tendencia se revirtió con la edición de los diarios de Alejandra Pizarnik, Ricardo Piglia -publicados bajo el nombre de su álter ego Emilio Renzi- y los de Abelardo Castillo.
Hablar con uno mismo
"Me pongo a escribir esto para creer en mi propia ceremonia. Como los salvajes mantenían y custodiaban el fuego, un poco por ritual, un poco por necesidad de sobrevivencia", escribe Castillo en Diarios (1992-2006), el volumen que continúa el primer tomo publicado hace cinco años. A lo largo de las entradas aparecen las lecturas del escritor, sus obsesiones, sus gatos, el amor, la plomería, la preocupación por su obra. Es decir, se va construyendo su mirada sobre el mundo y también la figura de un hombre apasionado. Ante la muerte inesperada de Castillo, su compañera de toda la vida, la escritora Sylvia Iparraguirre, terminó de compilar el diario. "Prioricé que hubiera coherencia entre lo que faltaba reponer y el texto central, las entradas del diario, que él había revisado. Prioricé completarlo y concluirlo de tal modo que, si él hubiera podido verlo y leerlo, se sintiera conforme, contento, feliz, si esta palabra cabe. Y esto quiso decir llevar adelante todo lo que él tenía planeado hacer y cómo quería que fuera hecha la edición; lo que habíamos hablado y discutido, lo que quería reponer y que quedó para después y no pudo hacerlo: un fragmento de Schopenhauer, un poema de Baudelaire, cuestiones prácticas de fechas o de notas al pie. Era de una autoexigencia casi imposible de seguir cuando trabajaba en un libro, en un artículo, es decir, escribiendo. No bajaba el cursor hasta que la frase no estaba como quería.", dice la autora de Del día y de la noche.
Mucho antes de la llegada de Internet, el polaco Witold Gombrowicz se preguntaba en el célebre Diario argentino si la escritura del diario sería un hablar con uno mismo para que lo oigan los demás. Hoy es probable que el escritor Julián López, autor de La ilusión de los mamíferos, le contestaría que sí. "Me interesan todos los géneros que garanticen una mentira lo suficientemente sólida como para que permita la aparición de alguna verdad. El género diario, puro y duro, me resulta demasiado cortés: alguien miente intimidad y secretos absolutos para después ponerlo a consideración. Puedo pensar la poesía de Dickinson como algo con esa radiación, fue pensada para una permanencia en lo oscuro", dice.
A pedir de voyeurs
Más allá de la intención, lo cierto es que los secretos en los diarios de escritores suelen llevar a descubrir en las vivencias cotidianas el origen de sus grandes obras. De ahí la fascinación que despiertan. Para Obedman, además, se vuelven el testimonio de una época. "El diario personal de un escritor es un subgénero en sí mismo, como lo pueden ser también los diarios personales de editores. Ambos subgéneros, al estar directa e íntimamente ligados a la literatura, tienen una especificidad que no tienen otros diarios de artistas, políticos, científicos, etcétera. En el caso concreto de los diarios de Abelardo Castillo, fue una de las tareas más hermosas en las que tuve la suerte de trabajar, porque se trata de breves anotaciones de parte de un escritor apasionado e inteligente. Publicar ese material suma al corpus del género con la novedad de que conocemos la opinión del autor en temas que quizá hasta ahora no se conocían tanto, porque los diarios son una manera de espiar la intimidad de un escritor a quien leés con placer y admiración, pero también como un documento de época. Los lectores de diarios somos bastante voyeurs, ¿no?".
Esa suerte de viaje por el pensamiento, propio o ajeno, ficcional o auténtico, hace del diario un escenario de primeras veces. Bruzzone está convencido de su potencial. "El diario personal es la memoria de uno y, fundamentalmente, la memoria de la escritura de uno, que va cambiando con el correr del tiempo. Tiene vigencia como testimonio de eso. Muchos escritores fraguaron diarios personales, convirtiéndolos en novelas o en cuentos. En época de redes sociales, los diarios personales se vuelven más necesarios a la hora de pensar en qué hacer con la intimidad. Bueno, se puede hacer eso, llevar un diario personal", dice.
Y el aire a confesión que da la escritura espontánea, más allá de su soporte, despliega un puente entre la vida y el lenguaje. En eso anida su cualidad camaleónica para transformarse y, en el fondo, mantener su esencia inalterable. Una frase de Llach da en el blanco de ese sentido atemporal: "La gracia del lenguaje, esa tecnología viral que nos hace humanos, es que cada acto de habla lo hace mutar al mismo tiempo que refuerza sus estructuras invisibles. No hay formas nuevas, en un sentido; no hay nada nuevo bajo el sol. Y esa es quizás la actualidad de la vieja literatura, que se resiste a morir: en el repertorio clásico y moderno ya está todo".
El costado doméstico de la vida
La escritora Sylvia Iparraguirre cuenta que tiene una segunda vida, más íntima y secreta: el mundo como lectora que despliega en una suerte de autobiografía llamada La vida invisible. También se revela como una gran lectora de diarios.
- ¿Qué te interesa del género del diario?
- Como lectora, me gustan las biografías de escritores. Con los diarios, me interesa ese verse a sí mismo del escritor y la lectura fragmentaria que proponen: uno puede entrar por cualquier parte. Los diarios de Virginia Woolf y las memorias de Simone de Beauvoir, sobre todo La plenitud de la vida, los diarios de Kafka, de Alejandra Pizarnik, de Sylvia Plath o Sándor Márai. Son escrituras marcadas por lo vivido, por lo urgente, atravesadas por los conflictos del escritor, por sus ideas; muchas veces por las alegrías o los desánimos del oficio, y brindan el consuelo de la identificación. Tiene una atracción innegable la parte doméstica de esas vidas. El de Sylvia Plath es un diario muy detallado. En el diario de Cheever, hay una página dedicada a su perro. En su diario Tolstói cuenta que, al volver al campo, se cura de la frivolidad de San Petersburgo yendo al establo y abrazando una vaca. Se los ve vivir. Es muy conmovedor el de Katherine Mansfield. A veces, leyendo algunos de esos textos, el lector se pregunta: "¿cómo pudo escribir bajo esas condiciones?" Y sin embargo, la literatura siempre se hace en contextos poco benévolos, a contrapelo de algo y hasta en situaciones de padecimiento. Estas cosas testimonian los diarios.
- ¿Qué formas nuevas adopta la subjetividad para expresarse en nuestros días?
- La literatura está hecha de subjetividades. ¿Qué es el ethos del escritor, lo que transmite de su personalidad así escriba sobre los esquimales, sino una subjetividad que trasciende la escritura? Entiendo que la pregunta apunta a otra cosa, a la inmediatez de "mostrarse" en un blog o en un libro; las llamadas ahora autoficciones o escrituras del yo, algo puramente confesional, a veces escabroso, algo que rompa límites, o no. En lo que he leído de esta tendencia encontré cosas buenas que, automáticamente, dejan de tener etiqueta. Otras veces, solo adhesiones a formas de un prestigio momentáneo, de circulación; textos que parecen decirme: no leas lo que escribo, mirame a mí. Un narcisismo primario para el cual el texto es un vehículo. Tal vez sea su finalidad: una subjetividad cuyo único propósito es mostrarse, pero que termina despersonalizándose. Tal vez sea eso lo que se persigue: alcanzar ese nirvana de homologación de yoes, de acuerdo con los usos y costumbres del momento. Como sea que se llame, si es bueno va a quedar.