Diálogos: Jorge Fondebrider y Teresa Arijón. Escribir y traducir poesía
Variedad, búsquedas estéticas, debate con otras generaciones: en la Argentina la labor de poetas y traductores dinamiza un género al rescatar nombres, difundir otros y ampliar así el canon literario
La cultura argentina no sería lo que es sin el trabajo, tan poco reconocido como remunerado, de los traductores. Ellos son, desde los inicios de lo que se llama cultura nacional, integrantes activos del enriquecimiento estético y la expansión del canon literario. En su libro sobre el grupo Sur, la investigadora y traductora Patricia Willson destacó una doble influencia en el desarrollo de esa labor: el impulso a la traducción que dieron los editores españoles que huían de la barbarie del franquismo y la acción concreta de escritores e intelectuales locales, como Jorge Luis Borges, Victoria Ocampo o José Bianco, que permitieron conocer modelos narrativos, ensayísticos y poéticos provenientes de otras lenguas.
A su vez, la poesía es otro actor secreto de nuestra cultura, algo curioso si se piensa que muchos de los grandes libros considerados emblemáticos de la biblioteca patria son poemas: Martín Fierro, Fervor de Buenos Aires, Ocre, Luz de provincia. Existe, además, un grupo de poetas traductores que difunden la obra de otros escritores extranjeros con pasión y criterio. Hoy ese grupo lo integran, entre muchos otros, Mirta Rosenberg, Laura Wittner, Jorge Aulicino, Juan Arabia, Ezequiel Zaidenwerg, Silvia Camerotto, Mercedes Roffé.
Otros dos destacados poetas traductores, gestores culturales y docentes son Teresa Arijón y Jorge Fondebrider. Arijón coordina con Bárbara Belloc la colección Nomadismos en el sello Manantial, donde publican materiales de artistas latinoamericanos como Hélio Oiticica, Wally Salomão y Ana Cristina Cesar. “Nuestra política es que no sean todos ‘grandes nombres’, sino también otros menos conocidos”, cuenta sobre ese trabajo. En 2017 el sello Hilos publicará Hierba sobre el mundo castigado, un trabajo de Arijón junto con María Mascheroni sobre poetas argentinos nacidos entre 1955 y 1965. Fondebrider coordina el Club de Traductores Literarios de la Argentina, que impulsa el debate por una ley de traducción en el Congreso Nacional. En 2016 publicó La extraña trayectoria de la luz. Poemas reunidos 1983-2013, un libro imprescindible para lectores y escritores de poesía.
LN: –Empecemos por la poesía. ¿Cómo ven el panorama poético en la Argentina?
JF: –Si hay algo que distingue la poesía argentina, históricamente, es la variedad. La otra cuestión es que, en lo más inmediato, Internet y otros medios han ayudado a que se pueda difundir lo que uno escribe en todo el mundo. Si hay algo nuevo o algo interesante en la poesía actual, yo diría que tanto o tan poco como en todas las otras épocas. Mi sensación es que hubo una especie de autopromoción de la generación de los años 90 en su momento, y hoy muchos de esos chicos que escriben están o en la generación del 90 o en las antípodas, porque se adivinan ya muchas personas que vuelven a las formas fijas, que reivindican un concepto de la lírica propio de otras décadas. Periódicamente hay que hacer una revisión de la poesía argentina, y dentro de esa revisión hay montones de cosas que en su momento se escaparon. Por ejemplo, en la década de 1980 había gente que se había ido al exilio o que había permanecido en provincias y quiso realizar una obra sólida, como Arnaldo Calveyra, y que eclosionaron.
LN: –Muchos eran poetas de cierta edad...
JF: –De cierta edad y muy completos.
TA: –Porque la generación así llamada del 90 eran como los jóvenes del momento, pero en el 80 aparecieron todos esos grandes nombres. Durante la dictadura hubo un hiato, ese silencio grande, y entonces a partir de 1983 aparecieron figuras que ya eran muy fuertes.
JF: –Y muchas de esas figuras obligaron a un reordenamiento. Voy a dar dos casos históricos: uno es el de Arturo Fruttero, rosarino que fue inspector de bromatología, y que se tuvo que ir de la provincia cuando le exigió a Coca-Cola que exhibiera su fórmula, cosa que Coca-Cola no hizo. Escribió unos poemas que están completamente a contramano de lo que sería su generación y que permanecieron casi en secreto. Su generación era más o menos la de los años 30, 40. Él fue en buena medida maestro de Hugo Padeletti.
TA: –Padeletti lo reconoce siempre.
JF: –Hasta que no se publicó su obra, Fruttero fue un misterio. Doy otro caso, hay un poeta excepcional que espero que en los próximos años cobre la importancia que tiene, que es Héctor Pedro Blomberg. Escribió tres libros fabulosos que presuponen toda la obra de Raúl González Tuñón, y de hecho Tuñón, en La literatura resplandeciente, lo reconoce. Periódicamente ese tipo de cambios se producen, y también se producen momentos en los cuales autores que fueron muy importantes entran en una especie de sombra. Un ejemplo es que desde la muerte de Alberto Girri se dejó de hablar de Girri. De ser el poeta oficial se dejó de hablar de él. Sólo ahora se lo empieza a reivindicar.
LN: –Girri era, como ustedes, un poeta traductor.
JF: –Con las poetas mujeres pasaba igual. Cuando se hablaba de la generación del 60, la única mujer que existía era Alejandra Pizarnik, pero en los últimos veinte años poetas como Juana Bignozzi, Susana Thénon, cobraron una visibilidad que en otro momento no tenían. Y también poetas de otras generaciones que no tenían un público más allá del ambiente de la poesía, como Amelia Biagioni, que en su momento fue opacada por Olga Orozco.
TA: –Orozco a su vez fue opacada por Pizarnik, pero Pizarnik también tiene la escena del suicidio. Es un aura. Después ya dejaron de suicidarse los poetas, ¿no?
JF: –Hay una cuestión que a mí siempre me llamó la atención. Vas a una antología de poesía inglesa, estadounidense, francesa, y no tenés dos mil nombres, tenés sesenta, setenta nombres para medio siglo, a veces para un siglo. En el caso de la poesía argentina, la mayor parte de las antologías parecen guías telefónicas. Si bien todos tenemos algún poema que merece figurar en una antología, no necesariamente son los poemas que merecen figurar en una antología los que les tienen que dar la reputación a los poetas, sino el conjunto de su obra. ¿Cuánta gente lee el conjunto de la obra de la mayor parte de los poetas que hoy están circulando?
TA: –No mucha. Es muy difícil, porque hay muchos buenos poetas circulando. También creo en lo que decía Borges, que uno lee los libros cuando son para vos, que si un libro no te llama, por más que sea sublime lo tenés que cerrar y dejarlo para otro momento. Con la obra poética ni hablar.
JF: –Los poetas, o los escritores, o los intelectuales, no son como la marca de pantalones vaqueros, no es que de una temporada a la otra vas a tener que cambiarlos. Tampoco todos los poetas son para todos, algunos te hablan y otros no te hablan. También depende de cómo quiera leer uno siendo poeta, porque a veces te podés imponer leer a algún escritor porque sabés que es importante y que vas a hallar un reverbero.
TA: –Sí, pero no te dice nada a vos. Y ahí es mucho más difícil leer la obra completa. Sobre todo cuando se trata de obras monumentales. Pareciera que hay gente que puede ser muy caudalosa y otra más sintética.
LN: –¿El poeta se convierte en su propio editor?
TA: –Muchas veces los poetas hemos sido nuestros editores. Y en muchas ocasiones un primer impulso, el de fundar pequeñas editoriales, sirve para editarse. Muchos empezamos con una autopublicación.
JF: –Al no haber dinero de por medio, los poetas se asocian mucho más fácilmente que los narradores. Los narradores siempre esperan dar un batacazo; ningún poeta espera dar un batacazo.
TA: –Eso es un gran beneficio, una gran libertad.
JF: –Y hay otra cuestión más. La posición totalmente marginal, por fuera del mercado aún cuando te publica una casa importante, en buena medida te alivia de una cantidad de cosas que no tienen que ver con la literatura y que sí intervienen en el mundo de los narradores. Hoy profesores de la universidad, titulares de cátedra hablan de literatura argentina y solamente enseñan novela, cuando la literatura argentina también es cuento, ensayo, poesía, y ni hablar del teatro. Eso ya plantea una gran diferencia y también modos de asociación completamente distintos.
TA: –Lo cierto es que cuando yo publiqué el primer libro, La escrita, a fin de la década del 80, ya había dos editoriales de poesía: Tierra Firme y Último Reino. En aquella época todavía estaba la figura del editor que editaba no sólo a los amigos o con quienes tenía un vínculo estético. Si vos le llevabas el original, lo leían y te decían algo. Después eso se dispersó por completo.
JF: –Pero ahí hay una cosa que me parece que a tu generación la alcanzó de pleno. Al faltar la generación del 60 por muerte, por exilio, por lo que sea, nosotros no nos relacionamos con nuestros padres sino con nuestros abuelos. Y nuestros abuelos fueron extremadamente generosos: Francisco Madariaga o Joaquín Giannuzzi no sólo te recibían sino que también te alentaban. Hoy creo que los chicos más jóvenes buscan el consenso entre pares y no tanto la relación con lo que está atrás. Es como si la historia comenzara en el momento en que uno empieza a escribir y solamente después, andando el tiempo, se reconoce que hay una instancia previa donde están todos los nombres que a uno le pueden llegar a importar o a dar soluciones para los problemas que tiene.
TA: –También se empezó a dar en determinado momento la aparición de varios talleres de poesía, que no es algo que ocurría antes. Ahora hay talleres de poesía que da gente muy joven.
LN: –¿Se hace una pregunta sobre la calidad de lo que se publica o la cuestión es publicar primero y luego interrogarse?
JF: –No creo que haya una pregunta y luego se publique, tampoco creo que haya una pregunta sobre la calidad. ¿Qué es lo que se busca con la poesía en última instancia? ¿Emocionar? ¿Dar consuelo? ¿Brindar compañía? Se supone que la poesía es el lugar donde las palabras están cargadas con la mayor cantidad de sentido por la presión, la tensión. Me da la sensación de que hay un sentido histórico que falta.
TA: –Cuando escribís un poema buscas que llegue, que cautive al que lo lee, que le diga algo, que le resuene, ¿no? Básicamente es eso.
JF: –Empecé a publicar en los años 80. Mi primer libro se llama Elegías, una autopublicación. Mi mayor angustia en ese momento era que todo lo que leía no me refería a ningún lugar en particular. Toda la poesía se había vuelto tan oblicua que vos no podías leer a los poetas argentinos, o las poesías escritas por argentinos. Eso tenía que ver con la dictadura. Me producía mucha angustia porque me interesaban mucho más los significados explícitos. Eso lo empecé a encontrar cuando me vinculé con mis pares. T. S. Eliot dijo una cosa muy clara en 1917: toda obra que se suma a la historia de las obras que ya existen modifica todo para atrás y modifica todo para adelante. Al plantear eso obligadamente estás en una serie histórica, encontrás que existe gente que previamente hizo algo a partir de lo cual vos podés empezar a hacer. Yo no puedo describir el impacto terrible que tuve la primera vez que en una librería vi un libro de Giannuzzi, de quien no sabía nada.
TA: – A mí eso me pasó con Madariaga. Me tocó leer con él en el ciclo La Voz del Erizo, que organizaba Delfina Muschietti, donde reunía a varias generaciones en cada lectura, gente que escribía muy distinto.
LN: –Hoy hay muchos ciclos de poesía.
TA: – Sí, pero quizás son más homogéneos los circuitos, y a la diversidad accedés por la cantidad de publicaciones que hay por Internet. Accedés como lector, pero los ciclos no tienen el espíritu de antes.
JF: –Hay gran diversidad y hay un interés muy grande de mucha gente por escribir. Otra cuestión histórica es que la Argentina siempre se vendió muy mal en el exterior. Quiero decir, no es posible que el resto de los países latinoamericanos conozcan tan mal la poesía argentina, y no hablo de los jóvenes poetas. El punto es que sólo las últimas generaciones, con esta cuestión de organizar festivales donde viajan todos juntos, en condiciones que antes no existían, están logrando un conocimiento mayor y rompiendo fronteras.
TA: –Creo que los festivales internacionales tienen su propia circulación clásica, vas a uno, después a otro, y ves a las mismas figuras que se repiten.
LN: – ¿Hay poetas argentinos, mayores que ustedes, que todavía no fueron rescatados?
TA: –Yo creo que sí, muchos.
JF: –Te doy un ejemplo de alguien que me parece una poeta excepcional: Susana Cabuchi. En Córdoba ella sigue publicando en pequeñas editoriales de provincia y cuando viene a Buenos Aires es invitada como provinciana y no como poeta a secas, lo cual es ridículo. Alejandro Schmidt, de Córdoba; Ariel Williams, de Puerto Madryn.
LN: –¿Esos rescates vienen de la mano de otros poetas?
JF: –Por lo general, sí. Jorge Leónidas Escudero le debe todo a Javier Cófreces. Hay un grupo de poetas de La Pampa que levantaron a Juan Carlos Bustriazo Ortiz, cordobeses que insisten con la figura de Rodolfo Godino. Hugo Foguet, en Tucumán. El Fondo Nacional de las Artes publicó dos grandes antologías de la poesía del noroeste, hay una antología de la poesía de la Patagonia. ¿Cuántos poetas formoseños o chaqueños me podés nombrar? Falta esa mirada abarcadora.
LN: –¿Por qué se dice que a los poetas los tienen que traducir poetas?
JF: –Porque como traductor, si escribís poesía, vas a tener ese tipo de sensibilidad que te permite captar y atenerte a cosas que quizás para otras personas es más difícil.
TA: –Y si el traductor no es poeta, cuando traduce poesía tiene que pensar y funcionar como un poeta, con lo cual termina siendo poeta.
LN: –¿Cómo traduce un poeta?
JF: – No hay una única forma porque no hay un solo tipo de poeta. Tenés gente que va a privilegiar aspectos formales, gente que privilegia el sentido. Cada cual se ubica donde mejor le resulta. Los poetas tienen que encontrar cuáles son los poemas que pueden traducir y no tomar cualquier trabajo porque son poetas.
LN: –¿Qué pasa con ley de los derechos de los traductores y el fomento a la traducción?
JF: –Hay un freno parlamentario. A veces es más importante que se dedique un día de discusión parlamentaria a la promoción de la fiesta del melón y la sandía que a la defensa y la visibilidad de un trabajo que es muy complejo. Es mucha la cantidad de saberes que tenés que adquirir para traducir.
LN: –¿A qué apunta la ley?
JF: –A evitar determinados tipos de excesos. Hay editoriales que no firman contratos. Se debe establecer el tipo de contratos que se pueden hacer; luego, crear una conciencia nacional sobre la figura del traductor.
TA: –A los traductores se los recuerda cuando se advierte que algo está mal. “¡¿Quién tradujo este libro?!” De lo contrario, pareciera que no hay nadie ahí.
JF: –También está contemplado el tema de los derechos: si un libro tiene reediciones se le debe pagar al traductor en cada nueva edición. La ley va a volver a presentarse y debe ganar consenso parlamentario. Fueron muy pocas las editoriales que se opusieron, unas muy chiquitas que ven como un peligro el hecho de que tengan derechos los traductores, por los costos. Muchas veces no es mala voluntad de parte de los editores, sino simple ignorancia.