Diálogos: Analía Couceyro y María Gainza. Desencorsetar el museo
Una es actriz y directora; la otra, escritora y crítica. Atentas a un tiempo de cruce entre públicos y registros expresivos, apuestan a convertir un libro de ensayos en un recorrido actoral a través del acervo del Museo Nacional de Bellas Artes
Analía Couceyro es una de las actrices más inspiradas de su generación; sea cual fuere el proyecto del que participe (puede ser un monólogo, un film de culto como Los rubios, un “biodrama” o una obra que, como Voraz, se alimenta de textos y de imágenes), ella dejará una huella imborrable en los espectadores. Además, es directora y una lectora ávida que selecciona materiales para sus creaciones. A El rastro, una novela de la escritora mexicana Margo Glantz, la convirtió en una obra de cámara sobre el duelo por la juventud ida, la música y la memoria. En 2017 trabajará en una de las descomunales piezas de Rafael Spregelburd, La terquedad, de tres horas de duración, en el Teatro Cervantes.
La labor de María Gainza no es menos atípica ni lúcida: sus textos sobre arte, regidos por una mirada poco convencional y una escritura que acoge la subjetividad con delicadeza y desparpajo facilitaron un modo singular para acercarse a las obras de arte. Gainza coeditó la colección de libros de artista publicados por Adriana Hidalgo y colaboró durante años para Radar. Sus textos periodísticos funcionan hoy como modelos de escritura sobre arte, por el punto de vista vital y las preferencias temáticas de la autora. Durante diciembre, en el Museo Nacional de Bellas Artes, Couceyro “llevará a escena” algunos de los textos de El nervio óptico, el libro de Gainza publicado por Mansalva en 2013. Habrá sólo cuatro funciones: 13, 14, 20 y 21 de diciembre, a las 20. Si bien la entrada es gratuita, la capacidad es limitada. “Será una suerte de visita guiada por algunos de los cuadros que aparecen en el libro”, cuenta la actriz y directora teatral. Siete actrices, más Couceyro, harán un recorrido por algunos de los tesoros del MNBA, “protagonistas” junto con el personaje de la narradora, de El nervio óptico.
LN: –¿Ustedes tuvieron que acomodarse al museo o el museo a ustedes?
AC: –El museo no se acomoda mucho, nosotras nos acomodamos más. Cosas de la burocracia. También lo que pasa con los museos es que no están acostumbrados a albergar obras de teatro. Hicieron performances, pero así como ahora es la primera vez.
LN: –¿Cómo surgió la idea de trabajar juntas?
AC: –Lo que vamos a hacer es una versión del libro de María. Apenas salió el libro, ella me contactó porque quería escribir algo sobre Mildred Burton. Yo hice hace muchos años, en el primer biodrama del ciclo de Vivi Tellas, uno sobre la vida de Mildred. Tenía mucho registro de entrevistas increíbles; Mildred era un personaje extraordinario.
MG: –Una especie de fabuladora compulsiva. De muy grande, cuando iba a la Fundación Klemm decía que estaba embarazada y los de la fundación le decían “Mildred, cortala”. Y ella: “¿Cómo me dicen eso? Algo tan sagrado como la maternidad…”
AC: – Tengo el registro de cuatro horas de filmación porque la entrevistamos muchísimo. De hecho, el biodrama lo hicimos sobre la base de todo lo que contó ella, y ahí nos conocimos con María. Se enteró de que yo tenía este material y me contactó para ver si se lo prestaba. Ella me regaló su libro como una gentileza.
MG: –¿Viste que la gente es muy canuta con los materiales? Se lo quiere llevar a la tumba todo. Para mí era un tesoro lo de Analía porque había muy pocos registros de artistas plásticos hablando. Después no nos vimos por más de un año, casi dos.
AC: –Leí el libro cuando María me lo regaló y me fascinó. Siempre que leo cualquier material de literatura, de ensayo, leo con un lápiz en la mano y subrayo. Pienso que de ahí me van a salir muchas obras de teatro. Cuando leí el libro de María, me pareció que ahí había una obra muy fácil de imaginar, tenía que ver con una visita guiada, un recorrido por diferentes obras. Viendo el libro, era obvio que la mayoría de las obras estaban en el Bellas Artes, entonces se me ocurrió pensar que sería bueno en algún momento hacer una visita guiada con actrices, con estos textos maravillosos. Lo pensé en ese momento, como pienso un montón de cosas y tengo un montón de libros subrayados. Pasó el tiempo, y cuando me llamaron este año para participar en El Borde de Sí Mismo en El Moderno [Museo de Arte Moderno de Buenos Aires], enseguida me acordé de María. Me contacté con ella para preguntarle si tenía algún material referido a artistas más contemporáneos, como los que podían estar dentro del patrimonio del Mamba. Nos encontramos y ella me prestó unos materiales sobre Federico Manuel Peralta Ramos y Liliana Maresca. Yo le conté como al pasar que había leído el libro. “Me imagino tal cosa”, le dije. Ante su entusiasmo, todo se dio fácilmente. Además, coincidió con que ella conocía a la gente del Bellas Artes, y presentamos el proyecto enseguida. El museo se entusiasmó.
LN: –¿A quién se lo presentaron?
MG: – Tengo un amigo que es la mano derecha de Andrés Duprat. Cuando le contamos a Andrés, se entusiasmó. Había trabajado hacía muchos años con él, en una muestra de Alejandro Kuropatwa. Se dio muy naturalmente. Analía tuvo mucho trabajo durante este año y yo la torturaba.
AC: – Tenía todo lo del teatro, además doy clases en la Universidad Nacional de las Artes y estuve filmando una película documental sobre mi trabajo. La dirige Fabián Fattore y se va a estrenar el año que viene.
LN: –¿Tuvieron que reescribir El nervio óptico?
MG: –Reescribirlo no, para nada. Lo que sí hicimos fue editarlo. Editar los textos para que entren en una obra. Cada actriz presenta un cuadro. A mí lo que me gustó de la idea de Analía era trabajar con ella y tener un proyecto distinto y nuevo. El germen del libro había sido ése. Lo primero que pensé cuando me puse a escribir era que los textos de los museos eran un embole. Quería reescribirlos para que fueran más accesibles y más lindos de leer. El texto se fue transformado en algo distinto, más biográfico, pero la idea inicial estaba. Lo que pasó también es que había pocos museos con obras permanentes expuestas. Mi idea era que figuraran más museos, que fuera más democrático, pero la verdad es que hay pocos museos que exhiben su patrimonio. Por ejemplo, el Sívori tiene una colección muy linda pero no la exhiben nunca; no quería escribir sobre obras que la gente no pudiera ver. Tenía ganas de que la gente pudiera ir a verlas y eso determinó que hubiera varias obras del Bellas Artes.
LN: –¿Qué obras estarán?
AC: –Serán siete al final, sino es muy extenso. Estarán Cándido López, Courbet, El Greco, Rothko, Rousseau, Foujita y Schiavoni. Cada actriz va a presentar un cuadro. Fue muy lindo ver eso, porque son personalidades completamente diferentes y los roles también son distintos. Es muy increíble cómo cambia el texto. La narradora se desdobla en siete, y hay una que es más sexy, otra más seria. Infinitas variedades de la voz. Yo voy a ser la guía, voy guiando al público de cuadro en cuadro. Van a entrar cuarenta y cinco personas por función. La idea es que la gente pueda percibir a la actriz y el cuadro, que se conecte y fluctúe con ambos.
LN: –¿ Cómo cambia el teatro en espacios no convencionales?
MG: –Es súper enriquecedora la experiencia de trabajar en espacios no convencionales. Son muy aptos para el teatro. Es un camino que se está abriendo y es muy interesante. En la plástica contemporánea hay como una moda de la performance últimamente. Todo este flujo hace que no sea casualidad que las performances estén de moda, y los museos estén ávidos de tener situaciones teatrales adentro. Eso habilita un intercambio mucho mayor. Hay una polinización entre géneros, entre el gueto de la plástica y el del teatro. Lo que me gusta de esta experiencia es que cubre además el gueto de la literatura. Es enriquecedor que las artes se crucen. Al mezclar esas bandas también se mezcla el público.
AC: –Este año hicimos El rastro, una obra que yo ya venía haciendo hacía mucho y que estrenamos en el Museo del Libro y de la Lengua hace dos años. Este año estuvimos en el Malba. Era muy interesante porque al hacerla en la terraza había un público muy poco teatral, gente bien vestida que te dabas cuenta de que pertenecía a otro ambiente.
MG: –En el ámbito de la plástica es donde circula más dinero, el público se mezcla con los coleccionistas. Es más burbujeante.
LN: – ¿Por qué será que los museos demandan estos proyectos?
MG: – Creo que pasa por la idea de ampliar el público, no sé si es una estrategia consciente. Al hacerlo, el público se apasiona porque cruza a otra vereda. La gente del teatro no va mucho a inauguraciones de arte.
AC: –La directora del Mamba, Victoria Noorthoorn, estaba súper entusiasmada con lo que pasaba con El Borde.
MG: –También pensábamos qué difícil cuando la atmósfera de la época es muy clave o medular. Es difícil traerla de vuelta a la vida. Y, a veces, situaciones teatrales lo permiten más. Es muy difícil reponer una época, más la época de los años 60. Hay una limitación. Mucha gente dice que está mal recrear. Esas situaciones de traer el pasado de vuelta les parece imposible. Algo se pierde. La única forma es invocándolo y trayéndolo al presente por otros medios.
AC: –Lo de Voraz también fue muy especial porque la gente terminaba cantando de pie, bailando. Eso es más del mundo del rock. Se cruzaban bordes y se permitía un momento más liberador. Lo importante con El nervio óptico es que el público sienta lo que se siente al leer el libro.
MG: –Cuando llevé a mi hijita al museo, me preguntaba si se movían las exposiciones. Es una pregunta muy inocente pero es el germen de lo que estamos diciendo. Atrae más si se mueve. Cuando me preguntan qué es lo de Analía, entienden que es una performance. En el museo no se puede hacer una función semanal, en especial por la convivencia con el patrimonio, por eso habrá sólo cuatro funciones.
LN: –Ahora las instituciones centrales innovan.
MG: –Ya no quedan muchas marginales. Cambió muchísimo el escenario, por lo menos en la plástica se profesionalizó, los márgenes fueron absorbidos por el centro.
AC: –En el teatro pasó lo mismo. Nada ocupó el lugar que tenían el Parakultural o el Rojas en los años 80, principios de los 90. Fue la generación más fuerte. Se extraña un espacio de más despiporre, más descontrolado.
LN: –¿Cómo ves la escritura sobre arte en la actualidad?
MG: –Es un buen momento para la escritura de arte porque, desde hace un tiempo y con el auge de la figura del curador, el crítico ha perdido poder. Eso, que podría parecer un revés de la fortuna, es algo maravilloso en términos de escritura. Ahora los críticos escriben sin agenda y sin necesidad de subir o bajar pulgares. Y en los buenos casos, y hay varios, la escritura se ha vuelto algo tan interesante como aquellos objetos sobre los que habla. Dejó de ser una lengua fría, impersonal, encorsetada en una retórica de movimientos preestablecidos. Comenzó su gran deshielo. No sé si hay zonas sin explorar, tengo la sensación de que todo ya está un poco inventado. Cuando leés los textos que Diderot escribió para su amigo Friedrich Grimm en forma de carta te das cuenta de que ese tipo ya usaba todo lo que tenía a mano para escribir sobre arte: la crítica, la crónica, los desvíos, los diálogos, las divagaciones, la filosofía. Le salían unas reseñas que aún hoy, 250 años después, siguen vivitas y coleando. Por eso las innovaciones no me importan tanto. Lo que me sigue encantando, lo que me da escalofríos, es la voz del texto.
LN: –Los rescates están de moda.
MG: –Es difícil encontrar muestras ahora, como que ya está todo rescatado. Ese efecto ya se perdió. Es raro encontrar algún artista no rescatado. Creo que hay que volverse más inclusivos y abarcar otras áreas. Es otra de forma de mezclarse más, hacer refresh y cargarse de algo nuevo. La obra de Yoko Ono en el Malba, que no es tan buena, tiene sin embargo mucha performance, esa fuerza de lo efímero. En estos momentos, los medios y las redes sociales tienen mucha información y no hay opción de rescate, no hay opción de descubrir algo. Ahora hay algo de la biblioteca inconmensurable. En la plástica hay una especie de moda de rescatar a “artistas de segunda”, como hacen Verónica Gómez o Santiago Villanueva con artistas olvidados. Es una forma de abrir el juego.
LN: –¿Cómo elegís las obras en las que trabajás? Hoy es la última función de Constanza muere, una obra mínima y a la vez colosal.
AC: –En el caso de El rastro tiene que ver con la literatura. Pasar de una novela a algo de cuarenta minutos. En el caso de Constanza muere fue distinto porque no estaba escrita de entrada y fue apostar a trabajar con Ariel Farace, que es un dramaturgo que me encanta. Yo quería trabajar con él. A partir de una primera versión, él traía textos nuevos. Se fue amasando el texto hasta que obtuvo su propia forma. Nunca escribí una obra de cero, pero sí hice versiones. Como Voraz, que es un collage de voces.
LN: –¿Tienen una mirada generacional sobre su propio trabajo?
MG: –No, no pertenezco a un mundo específico. Mi mundo natural es la plástica. Por default quedé ahí adentro. Tampoco soy crítica. Hay muy pocos críticos. Nunca termino de entender por qué hay tan pocos críticos, si hay tantos talleres y carreras universitarias. ¿Dónde escriben? Cuando me ofrecieron trabajar en Radar fue genial. Los artistas siempre están deseando tener alguien con quien hablar, y dependen mucho del texto. Ahora doy talleres de escritura sobre arte. Mucho tiempo lo hice en la Universidad Torcuato Di Tella, luego tuve un problema de salud y lo hice por mi cuenta. Muchos quieren escribir y no leen, eso sí me sorprende.
AC: – Yo también veo eso en la universidad, los alumnos no leen mucho.
MG: –Yo les doy Diderot, arranco con el siglo XVIII pero no les interesa tanto. Se vinculan con el presente, entonces les doy Alejandro Zambra. Está bueno, pero la clave está en la mezcla.
LN: –¿Creció el público teatral en la ciudad?
AC: –Hay mucho público de teatro. Hay algo como una moda que tiene que ver con lo económico. Cayó el teatro comercial y el teatro oficial, ya sabemos, está devastado. Entonces, las salas chiquitas están de moda y eso hizo que el público cambiara. Me parece que el público comercial está empezando a ver obras en los circuitos independientes o chicos. A la gente que antes iba al Metropolitan ahora le divierte ir a Boedo.
LN: –¿Eso hizo que el lenguaje del teatro cambiara?
AC: –Creo que es muy heterogéneo. Hay muchas miradas y siempre hay cosas interesantes. Hay dramaturgos jóvenes que son muy pensantes, como Ariel o Ignacio Bartolone. Es muy interesante cómo escribe Ignacio. Es muy joven y leyó todo. La piel del poema es una obra hermosa. La universidad es otro proceso. Yo hace diez años que doy clases en la UNA, que tuvo un crecimiento enorme aunque en 2016 estuvo en emergencia presupuestaria. Más allá de eso, todo el crecimiento que hubo en la universidad te da la posibilidad de trabajar con mucha más profundidad. Pero vienen muchos chicos que salen del secundario, con poco back-up intelectual, poca avidez. No tiene sentido hacer una carrera larguísima para recibirte de licenciado en actuación. Tenés que ir con ganas de hacerlo por vos mismo.
MG: –Lo del consumo me parece que tiene que ver con la época. La avidez de ir a los lugares donde pasan las cosas está muy mediatizada por las redes. Parecería que podés hacer un relato sin la necesidad de tener la experiencia. Pero la experiencia es decisiva. La parte difícil es la de arremangarse y perseverar.
María Gainza. Escribió para The New York Times, ArtNews, ArtForum y el suplemento Radar de Página/12. En 2013 publicó El nervio óptico, que será publicado por Anagrama en España y por Gallimard en Francia.Ahora trabaja en la biografía novelada de una falsificadora de arte.
Analía Couceyro. Actuó en obras de los más destacados directores de teatro y cine del país. Dirigió, entre otras, La movilidad de las cosas terrenas. Obtuvo el premio Trinidad Guevara y el Teatro del Mundo. Da clases en la Universidad Nacional de las Artes.