Diálogo salarial en tiempos de coronavirus
La caída del PBI y de los salarios este año puede tener dimensiones épicas. El golpe económico de la crisis del coronavirus se está comparando con el colapso de 2001-2002, o inclusive con el de la década de 1930, producto de la gran depresión. Mirando la imagen más general, las dimensiones son escalonadas: en 1931 el PBI cayó menos del 10%, en 2002 el PBI cayó alrededor del 10% y para el año que viene seguramente tengamos una caída mayor al 10%. Las tres son caídas fenomenales de la producción y el empleo, de esas que suceden (o deberían suceder) muy cada tanto. Sin embargo hay un fenómeno muy inusual que pasó más inadvertido y que estas tres crisis tienen en común, aunque bajo circunstancias diferentes.
En la Argentina, como en casi todas las economías del mundo, los salarios nominales (el valor en pesos que figura en el recibo de sueldo a fin de mes) son rígidos a la baja. Esto quiere decir que es muy raro que los salarios nominales se reduzcan. El argentino promedio, víctima de la inflación, sabe que eso no reviste mayor importancia porque lo que importa, en definitiva, es la capacidad adquisitiva del salario, medida que llamamos salario real. El salario real sí tiene vaivenes y sigue, en parte, aspectos del ciclo económico: las negociaciones colectivas pueden establecer aumentos por encima o por debajo de la tasa de inflación, aunque siempre con un aumento en el salario nominal.
En los coletazos de la gran depresión, a mediados de la década de 1930, encontramos salarios nominales menores a los de 1929, pero en esos años hubo deflación (caían los precios) además de la recesión, con lo cual no es sorprendente. Durante la convertibilidad también se registraron recortes salariales, en parte por nuevas modalidades de producción, pero especialmente ante distintos contextos de recesión a mediados y al final de la década de 1990. Al no haber inflación de precios, el salario real promedio sólo podía acompañar caídas severas de actividad mediante recortes explícitos. La particularidad del presente es la rebaja nominal en un contexto inflacionario de manera acordada entre sindicatos, empresarios y el Estado. La reducción de este monto estipulado por la normativa laboral en un acuerdo tripartito como el de 2020 es un hito histórico.
El inusual acuerdo de la CGT y la UIA, con presencia del Estado Nacional, establece la reducción del salario de convenio de trabajadores suspendidos de sus actividades. Ante la delicada situación de ingresos de muchas empresas, y con el propósito de sostener los ingresos familiares en el contexto de la cuarentena, la CGT aceptó un monto no remunerativo de al menos el 75% del salario neto previsto. Se estableció inicialmente el 1º de abril por 60 días, se fue prorrogando, y sigue vigente. Este acuerdo, si bien establece para ciertos trabajadores una reducción salarial, al final del día es favorable para el mundo del empleo, ya que ayuda a sostener relaciones laborales durante etapas de nula actividad en distintos sectores. En la actividad que en la actualidad registra caídas es preferible que haya muchas personas empleadas a un salario menor, que menos personas empleadas a un salario mayor.
Un acuerdo como este es un evento único y da cuenta de lo extraordinaria e inédita que es la crisis actual. Representa un quiebre que puede abrir espacios para repensar algunos aspectos de los convenios colectivos de trabajo y de la ley de contrato de trabajo. En un mundo donde el cambio tecnológico se acelera, y las anomalías coyunturales van a ser cada vez más frecuentes, es necesario crear nuevas herramientas para enfrentar las contingencias. Observando este ejemplo renace la esperanza sobre la capacidad de las partes involucradas para sentarse a la mesa y llegar a acuerdos que adapten el marco normativo cuando las papas queman. Y todo indica que en el 2021 va a haber que sentarse y hablar.
Profesor e investigador asociado al CEPE de la Universidad Torcuato Di Tella