Diálogo inclusivo o el poder del más fuerte
Una de las frases más repetidas en estos tiempos de pandemia es, en varias versiones, "nadie se salva solo, o nos salvamos todos o no se salva nadie". En nuestro país tenemos una deuda con esa máxima, con esa realidad: el diálogo entre todas las voces que se hacen sentir. No hay ámbitos en los que se esté dando un diálogo abierto entre las visiones distintas que tratan de entender lo que pasa y buscar soluciones inclusivas.
Una responsabilidad importante cae, ciertamente, sobre quienes están constituidos en poder, de modo formal o fáctico. Oficialismo y oposición no están aportando al clima de respeto que se exige. Desde la sociedad civil, por su parte, tampoco se ve que las distintas posiciones estén buscando convergencias para que podamos resolver juntos los desafíos que se nos presentan. Hay una oposición de narrativas de conflicto que, desde veredas enfrentadas levantan el dedo acusador hacia el otro lado sin, parece, el mínimo esfuerzo de escuchar lo que dicen sus antagonistas, ni el mínimo respeto a las opiniones distintas de las propias. La "política", tanto como la "sociedad civil" parecen estancadas en la esterilidad.
Partiendo de algunas ideas del papa Francisco en su carta Fratelli Tutti (FT) querría hacer una reflexión sobre el papel de la "sociedad civil", dejando de lado el papel de la "política", que parece en estos últimos años -muchos- particularmente esclerótica para proponer caminos de consenso. Por desidia o desinterés (o interés): "No pude, no supe, no quise", dijo Alfonsín en su último discurso al Congreso, y todos los que vinieron después podrían hacer propias esas palabras. Como dice Francisco a la sociedad civil: "No tenemos que esperar todo de los que nos gobiernan, sería infantil. Gozamos de un espacio de corresponsabilidad capaz de iniciar y generar nuevos procesos y transformaciones. Seamos parte activa en la rehabilitación y el auxilio de las sociedades heridas (FT, 77).
Como enseña el pensamiento social cristiano, las instituciones de la sociedad civil tienen un papel subsidiario en la solución de los problemas que la surcan: tiene talentos humanos, sociales y personales para cargar con esa responsabilidad. Lamentablemente la sociedad del bienestar nos ha hecho más sensibles a reclamar nuestros derechos que a asumir nuestras obligaciones. Los derechos, se asume, son de los individuos, y las obligaciones son del Estado. Ese facilismo nos impide una participación más madura en la construcción de una sociedad más justa: nos infantiliza. La sociedad civil tiene la obligación de asumir un papel protagónico, a través de sus muchos recursos.
El Papa habla con fuerza del papel de los movimientos populares como de «"poetas sociales", que trabajan, proponen, promueven y liberan a su modo». Creo no forzar en absoluto el pensamiento del Papa ni el de la Iglesia al proponer que los movimientos populares no son sólo la CTEP de Juan Grabois, o Barrios de Pie, sino también los "autoconvocados" del campo que reclaman atención del gobierno, la Mesa de enlace, o las cámaras empresarias, los sindicatos, los "banderazos" de vario signo, o los "celestes" que defienden la vida, y las mil iniciativas de comedores populares e iniciativas de educación de zonas marginales, las universidades… Son colectivos sociales que tienen algo que decir, y que todos pueden y deben escuchar. Todos ellos, desde distintas posiciones, son la voz de la sociedad civil. ¿Se podrá alcanzar una solución a un país inviable con una sola de esas voces? No, definitivamente. Sólo la violencia, abierta o encubierta, puede resolver las contraposiciones binarias: ganará el que tenga más poder, avasallando a los "otros".
Deberíamos promover todo posible ámbito de intercambio de opiniones entre posiciones que parecen irreconciliables. A falta de impulso desde la política, debería ser la "sociedad civil" la que busque ese diálogo inclusivo. Hacen falta movimientos sociales que hablen de crear riqueza que repartir, empresarios que propongan soluciones a la pobreza, trabajadores del campo que hablen de cómo llenar la mesa de los argentinos, marginados que propongan su pensamiento y sus talentos para resolver los problemas que perciben como nadie… se hace difícil poner en pocas líneas todas las antinomias posibles, pero cada uno podrá completarlas a su gusto, proponiendo un serio y sereno diálogo que busque soluciones comunes, nuevas, creativas. La alternativa es clara: el enfrentamiento hasta la supremacía del más fuerte, donde perderemos todos.
Profesor de la Universidad Austral y Capellán del IAE Business School