Diálogo con un amigo sobre saber y política
Un día fresco de primavera mi viejo y sabio amigo N. y yo, sentados a una mesa rústica frente a su antigua casa familiar, compartíamos un pan casero recién horneado con un buen trozo de pecorino local y una botella de chianti clásico de los viñedos de San Casciano in Val di Pesa. Una leve brisa había empezado a descender por la ladera de las colinas circundantes. N. cerró su fiel capa escarlata y yo abotoné mi campera. Como era habitual en esos encuentros, después de algunas bromas e ironías, empezamos a discurrir sobre los hombres, la política y la patria.
–Como decíamos ayer, y en esto estábamos de acuerdo –dije–, la base de la vida del hombre y del saber radica en el conocimiento.
–Sí, ante todo en el conocimiento de uno mismo, el nosce te ipsum, que te permitirá, si eres inteligente, conocer al mundo en su realidad.
–Seguimos de acuerdo, querido amigo.
–Te advierto que hay tres tipos de cerebros, tres tipos de inteligencia…
–¿Cuáles son? –pregunté intrigado.
–Bueno… Uno entiende por sí mismo, el otro discierne lo que otra persona entendió y el tercero no entiende ni por sí mismo ni por demostración de los demás. El primero es excelentísimo, el segundo es excelente… y el tercero es inútil.
–¡Bravo –respondí–, qué síntesis perfecta y brillante! Ya estoy representándome a los personajes de la vida pública que responden a uno u otro tipo. Al primero, poquísimos; al segundo, algunos, y al tercero, muchos. ¡Así estamos!
Saber es entender por sí mismo la verdad real, de hecho, de las cosas, y no representárnoslas inventándolas con nuestra imaginación como nos gustaría que fuesen. Hay que ir detrás de la verdad efectiva de las cosas
–Calma, calma –dijo N., y prosiguió–: saber es entender por sí mismo la verdad real, de hecho, de las cosas, y no representárnoslas inventándolas con nuestra imaginación como nos gustaría que fuesen. Hay que ir detrás de la verdad efectiva de las cosas.
–¡Ah! ¡No es nada fácil! El hombre tiene una inclinación natural hacia el error. El hombre del común, a diferencia del hombre sabio, difícilmente tendrá acceso a la verdad real de las cosas y su juicio no producirá verdad, sino opinión, que no dice lo que las cosas son, sino lo que ellas parecen.
–No es raro, ya que de los cinco sentidos la vista es el sentido primario para la especie humana, el que la pone en contacto directo con el mundo externo. La enorme mayoría de la gente ve lo que tú pareces, pocos saben lo que en verdad eres. Se forman una opinión.
–Convengamos en que la opinión es inconstante por naturaleza, tiene por objeto lo que podría ser aun si es diferente de lo que es.
–Claro –siguió N.–, saber es discernir el ser del parecer, ya lo enseñó el viejo Aristóteles.
A esta altura, rendimos un silencioso homenaje al filósofo de Estagira y acto seguido nos inclinamos al pecorino y al chianti. Después nos quedamos un rato pensando. Por fin, nos incorporamos y decidimos dar unos pasos por la antigua strada romana. De pronto, N. arrancó:
–La política, querido Román, podría ser una ciencia, sin duda es un arte y una técnica. La técnica regia, porque sirve para decidir si y por qué se hacen las cosas en la vida del Estado. En cualquier caso, requiere conocimiento, también para contribuir a que cese el encandilamiento propio de la ignorancia.
–Sí, conocimiento de los problemas concretos del país y su conexión con el mundo.
–Saber también es predecir, Román, lo que es posible si se han estudiado con inteligencia los hechos del pasado y se es perspicaz en el examen de los actuales.
–Conforme, un objetivo principal del saber político es prever el curso de las cosas, savoir pour prevoir, dirían los positivistas franceses. Saber es, asimismo, una técnica para dominar las cosas, para usarlas bien.
–No conozco a esos franceses, ¿me los podrías presentar?
–Con mucho gusto. Te diré, N., poniendo un ejemplo en apoyo de tu preocupación, que si los gobernantes argentinos de hoy estuviesen dotados de saber no se habrían visto sorprendidos por la rebelión de la policía bonaerense. Desde hace tiempo se incubaban los gérmenes de la revuelta… Pero no le pidamos peras al olmo.
–Eso lo conoces mejor que yo, Román. Es tu país, lo siento –me dijo N. con afecto–. De todos modos, siempre se trataría de la carencia de un saber político y práctico, de una sabiduría necesaria, indispensable para gobernar y hacer el bien por el país.
–La sabiduría debe caracterizar al gobernante, que debe ser perspicaz. Hoy por hoy, esa condición no se advierte en la clase política, salvo contadas y honrosas excepciones. Como no conocen los problemas de fondo del país, no van más allá de advertir los brutales síntomas de la enfermedad, pero no la conocen y por lo tanto no tienen nada sustancial que decirle y proponerle a la sociedad. Pueden, sí, ir a la TV para hablar y hablar de lo que ya son lugares comunes y tratar de crear consensos en torno de la nada o poco menos.
–Sería bueno –agregó N.– que los políticos supiesen al menos contener a los sectores en lucha, que pugnan cada vez con más fiereza por apropiarse de una torta siempre más chica mientras crecen las tensiones de todo tipo en un marco de horrible y triste decadencia y se acumulan las frustraciones. Los políticos deben mediar entre las partes, deben contenerlas para que la lucha política, legítima y necesaria para conservar la libertad, no se desnaturalice y frustre las energías y la fuerza creadora de las personas y la sociedad. Si por el contrario revierten sobre su accionar los intereses de una facción, si se apartan de su misión fundamental de integración y favorecen el desencadenamiento de las tensiones, en vez de contribuir a la mejora y a la evolución de una sociedad bien ordenada, contribuirán a arruinarla.
–Claro, y si insisten la destruirán, a menos que una conciencia, una fuerza social externa que trascienda la mezquindad de la política partidaria opere para rescatar a la república. Siempre o casi siempre ha sido así a lo largo de la historia frente a un panorama de este tipo.
–Así es, Román, los países que conservan una mínima y necesaria dosis de conciencia nacional no son proclives a suicidarse, cerró N.
Se hacía tarde y nos encaminamos a la casa. La señora Marietta había levantado la mesa de afuera y nos invitaba a cambiarnos para sentarnos a comer en una hora.
Jurista, ensayista y escritor