Recuerdos de mi padre
Vivía solo. Le gustaba despertarse tarde, bañarse, salir a tomar un café y leer el diario. Al mediodía se cocinaba verduras al vapor y, si compraba carne, que casi siempre era bife, lo hacía a la plancha. A la noche, en cambio, comía liviano, miraba el noticiero, hacía zapping y se iba a dormir escuchando la voz de Alejandro Dolina en la radio. Dormía en remera y calzoncillo. Dormía solo.
A sus 40 tuvo su primer brote psicótico, yo era una niña. Me explicaron que mi padre era muy sensible. Y era hipocondríaco: solía tener gastritis, acidez, presión alta, insomnio y arritmia. A veces, él me decía que le dolía el corazón.
Las mujeres lo miraban, era buen mozo y elegante. Se vestía con pantalón de traje, suéter escote en ve, mocasines y siempre llevaba un peine en el bolsillo.
Yo le decía Pío, no le decía papá, porque así se llamaba: Pío
Pío me hablaba por teléfono todos los domingos a la noche y una vez por semana nos juntábamos a tomar un café en un bar a cuatro cuadras de su casa. En esos encuentros nos contábamos lo que habíamos hecho, me preguntaba cómo iba mi trabajo, si tenía plata, cómo andaba mi auto. Yo le preguntaba si había ganado en el bingo, si había estado con su amigo Carlitos. A veces, cuando terminábamos el café, yo aprovechaba y me iba a pagar alguna cuenta o hacía las compras. Él siempre me acompañaba y se quedaba a mi lado en las filas de Pago Fácil o en los chinos. Después caminábamos hacia la estación y esperaba conmigo a que llegara el tren. Nos despedíamos con un beso y desde el vagón lo veía irse, caminando despacio, a prepararse el almuerzo y ver la tele.